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Migrantes

El mundo, cada vez mas global y multicultural, marcha a contramano de la intolerancia.

Sorprende la cantidad de incomprensiones que prevalecen alrededor del tema de las migraciones masivas ahora que acontecimientos recientes las han hecho mas visibles en los noticieros de televisión o en redes sociales.

Duelen las imágenes de cientos de miles, familias enteras, arrojadas de sus casas y comunidades por la fuerza de las armas que alguna potencia disparó directamente o puso en las manos de terceros (eso acostumbran hacer Estados Unidos y Rusia), e indigna ver a una xenófoba húngara tratando de detenerlos a punta de zancadillas en su huida desesperada buscando un sitio en el que preservar la vida.

Llama la atención que la mayoría de los que hoy se oponen a la justificada migración a sus países de ciudadanos de Siria, África o cualquier otro confín de la tierra, no se reconocen ellos, a sí mismos, como migrantes.

¿Qué cosa fueron los españoles que llegaron a América huyendo de la guerra civil y al franquismo, o los alemanes que huyeron del facismo y llegaron a Brasil o Argentina? Si vamos más lejos, ¿qué eran los europeos que conquistaron América, Africa o Asia? ¿Y los que formaron lo que hoy llamamos Estados Unidos qué eran? Irlandeses, escoceses, italianos, polacos o rusos (hoy mexicanos, ecuatorianos, colombianos, salvadoreños) huyendo al hambre en sus países. ¿Son los del siglo XIX o inicios del XX distintos a los que intentan hoy cruzar a los Estados Unidos, buscando oportunidades y mejores condiciones de vida?

Porque da lo mismo: la diáspora del hambre que la de la guerra, si consideramos los rejuegos de poderes e intereses supranacionales que las originan.

En Panamá, donde tenemos algo de talento para copiar lo que no sirve, también hemos estado encubando nuestra propia dosis de xenofobia".

Cualquiera que haya perdido su tiempo escuchando las estupideces que dice el señor Trump, podría reconocer que sus ancestros (tiene derecho a tenerlos), a menos que sean cherokees, siouxs, navajos o apaches, migraron algún día de alguna parte hacia los Estados Unidos.

Trump simboliza bien la paradoja de la xenofobia sectaria, irracional e intolerante que todavía prevalece en buena parte de la población y, peor aún, expresa su pretensión de gobernar el mundo con esas ideas, como si nada hubiera pasado, como si no fuera suficiente el sacrificio de todas las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, como si todas las guerras de dominación no hubieran ocurrido.

Todo acto de dominación encarna una idea supremacista.

¿Cuál puede ser la diferencia entre la actitud de los españoles que hace cinco siglos perpetraron el etnocidio en América basados en que nuestros pueblos originarios rechazaban la fe católica y la de un integrista islámico que hoy asesina a todo aquel que no profesa su credo religioso? La idea de que mi fe es superior a la tuya como coartada del crimen.

En Panamá, donde tenemos algo de talento para copiar lo que no sirve, también hemos estado encubando nuestra propia dosis de xenofobia. La prueba es que tuvimos un presidente, Arnulfo Arias, que elevó el racismo y la xenofobia al rango constitucional. Hace una semana, el presidente del país y del partido cuyo mentor histórico fue Arias, declaró que sacará a los cubanos (y quizás también a los indios, paquistaníes, chinos) del vergonzoso rango de “visas restringidas”.

Nosotros que somos fruto del transitismo desde mucho antes de la llegada de los europeos a América, que somos puente obligado, cruce entre los dos océanos más grandes del planeta y tenemos, probablemente, la mayor diversidad étnica del continente, no podemos cometer el pecado de irracionalidad y de negación que es la xenofobia".

Este país que ha ganado titulares internacionales por dar visado, cédula, asilo y hasta protección a reconocidos narcotraficantes, lavadores de dinero, exdictadores y malos gobernantes (a Reza Pahlevi, Cedrás, Serrano Elías, Bucaram y otros) ha tenido, en cambio, una política migratoria absolutamente discriminatoria, gracias a lo cual, el comercio de visados o de cartas de naturalización se ha convertido por décadas, en un monumental negocio.

Nosotros que somos fruto del transitismo desde mucho antes de la llegada de los europeos a América, que somos puente obligado, cruce entre los dos océanos más grandes del planeta y tenemos, probablemente, la mayor diversidad étnica del continente, no podemos cometer el pecado de irracionalidad y de negación que es la xenofobia.

El mundo, cada vez mas global y multicultural, marcha a contramano de la intolerancia. La convivencia humana, para perdurar, tendrá como fundamento la aceptación y comprensión de la diversidad, el reconocimiento al otro, iguales en derechos, diferentes en la libertad de ser y pensar como cada uno quiera.

Así de grande debe ser nuestra mirada a los migrantes de una y otra parte. Así de tendidas deben estar nuestras manos para ayudarlos en su sufrimiento.

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