El deporte: orgullo y vergüenza

Alonso Edward, atleta panameño. / TVN Noticias

El orgullo

A pesar mi ignorancia sobre temas deportivos, no se puede soslayar lo que para la humanidad representan los juegos olímpicos.

Independientemente de la “conducta inapropiada de atletas y entrenadores”, por ejemplo, violar las reglas antidopaje (que esta vez dejó afuera a parte de la delegación rusa), y de la forma como el lucro y el marqueting comercial han ido penetrando –y muchas veces dañando- al deporte en todas partes del mundo, los juegos constituyen una cumbre de lo que el esfuerzo, tenacidad y coraje humano son capaces de alcanzar.

El “espíritu deportivo” es un elemento diferenciador de la especie humana. Igual que el arte, el deporte nos humaniza, porque expresa ese misterioso y obsesivo impulso, desconocido para el resto de las especies del reino animal, de lograr lo sublime, no importa los sacrificios que ello implique.

El deporte expresa la permanente lucha del hombre contra la costumbre y la mediocridad, la superación de la monotonía de la supervivencia porque nada nos aleja más de la manada o de la vida en los árboles que esa voluntad de ir mas allá de la satisfacción del instinto o la simple necesidad. Se corre, se nada, se salta, se juega, se compite, persiguiendo una necesidad indefinible, distinta al hambre, la sed o la reproducción.

El deporte tiene otra dimensión humana extraordinaria: la de convocar identidad nacional, el sentido de pertenencia a una cultura, ya no solo de los que compiten, sino también de los que se ven en ellos representados. El deporte invoca, al que lo protagoniza y al que no, el sentimiento orgullo de nación. Se porta una bandera y es por ella que se va a la cancha y se da todo y, cuando lo hacemos, olvidamos nuestras diferencias y vergüenzas, para sentir deseos de ganar, que podemos ser mejores que los mejores.

Por otro lado, los juegos hacen desaparecer, aunque sea momentáneamente, las guerras, las discriminaciones y diferencias étnicas, políticas, religiosas y, entre blancos, negros, asiáticos, mestizos, judíos, musulmanes, taoístas, hindúes, católicos o protestantes, para convertirse en terreno fértil de la convivencia pacífica y la tolerancia en la diversidad de todos los participantes.

Así, la foto de dos competidoras, cada una representante de una de las dos Coreas, haciéndose un selfie juntas, dio la vuelta al mundo; el burkini que lucieron algunas competidoras musulmanas dio que hablar, y el equipo más aplaudido de los juegos, que participó aunque no ganó medallas, fue el de los refugiados, integrado por atletas originarios de Etiopía, el Congo, Sudán del Sur y Siria, pero que no eran parte formal de las delegaciones oficiales de esos países.

El caso más emotivo de Río 2016 fue el de Yusra Mardini, una siria que huyó de la guerra en su país a mediados de 2015, junto a 20 personas, en una embarcación diseñada para seis, y que, a punto de naufragar tras el daño del motor en el Mar Egeo, haciendo la travesía entre Turquía y Grecia, decidió junto a tres de sus acompañantes empujar la embarcación nadando por cerca de tres horas y media hasta llegar a tierra firme.

Yusra, nadó por su vida y por su sueño de competir en unas olimpíadas, y ganó al poner el tema de los refugiados, que en el año 2015 alcanzaron mas de 15 millones en todo el mundo, en el corazón de todos.

En efecto, llegar a las olimpíadas es el sueño de todo deportista. Un duro y complicado proceso de selección antecede a los juegos. Son años de preparación y sacrificios. En la mayoría de los casos, años de acompañamiento y empoderamiento nacional de los atletas. En la mayoría de las potencias deportivas los atletas gozan de becas, entrenadores, médicos, instalaciones apropiadas. Muchos tienen organizados sus “semilleros” y gracias a los cazadores de talentos, desde que son muy jóvenes, reciben apoyo y estímulo, alimentación apropiada, la templanza disciplinaria, la provisión de los recursos necesarios. Su trayectoria es objeto de seguimiento meticuloso y se convierten en ejemplo e inspiración de sus compatriotas, gozan de prestigio y reconocimiento social.

La vergüenza

No es así en Panamá. Este país “cercano al primer mundo” ostenta un profundo subdesarrollo deportivo.

Los ejemplos en la larga, sinuosa y paupérrima historia deportiva de Panamá sobran. Nuestros atletas, cuando los hay, son más el resultado del sacrificio familiar y personal, de sus entrenadores, que de la labor de un Estado consagrado a detectar y promover el talento deportivo de sus nacionales. A menudo, incluso, los atletas deben migrar a otros países en busca de oportunidades para poder continuar desarrollando sus capacidades competitivas.

Ocho de los diez integrantes de la delegación panameña a Río 2016 entrenaron en el extranjero. La situación del deporte nacional está brillantemente descrita en una carta reciente que Irving Saladino dirigió a nuestras autoridades.

El Comité Olímpico de Panamá ha sido por décadas el blanco de señalamientos de una olímpica corrupción, lo mismo que la mayoría de las llamadas federaciones deportivas, en su mayoría controladas por mafias oportunistas que ven el deporte una fuente de aprovechamiento personal o de politiquería infame y barata.

La magnitud de la tragedia del deporte nacional se podría medir por el número inexplicable de diputados que son “dirigentes” de federaciones deportivas (Rubén De León, Fernando Carrillo, Benicio Robinson, Titó Afú, Patacón Ortega, Adolfo Valderrama y el secretario de la Asamblea, Franz Weber) o por el tiempo que estos mantienen el control de esas organizaciones. Hay exdirigentes de la Federación de Futbol prófugos que, a diferencia de sus socios de la FIFA, permanecen impunes ante la justicia de Panamá.

Las historias de deportistas panameños frustrados por la falta de medios y condiciones, sin la posibilidad de una dedicación completa a su disciplina, son muchas, para no hablar de los muchos que se quedaron, que se vieron obligados a abandonar el deporte que aman para garantizarse su propia sobrevivencia.

En la mayoría de los países, los comités olímpicos rinden informe al país de los resultados de su participación. Aquí no se ha escuchado absolutamente nada. Un balance, una autocrítica, una reflexión de lo que hicimos bien o lo que hicimos mal. Nada sobre lo que debemos hacer a futuro.

El gobierno (este y los anteriores), tan apurado a despedirlos, a entregar la bandera y tomarse la foto, guarda silencio.

Pasó la alharaca. Perdimos. No importa. Volvamos a la ilusión de prosperidad y crecimiento, al orgullo por las torres de cemento apiñadas frente al mar. En algún lugar, en algún barrio humilde de Colón o en Pedro Miguel o El Chorrillo, un niño hace su rutina de ejercicios y sueña.

Aclaración:

Camilo Amado, presidente del Comité Olímpico, envió comunicación en la que sostiene que esta entidad ha emprendido, tras el cambio de su directiva en 2012, un proceso de reformas destinado a garantizar transparencia con base a los principios de buena gobernanza.

El contenido de esta “hoja de ruta” está disponible en www.copanama.com.

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