Consumismo: la nueva barbarie

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El consumismo es una adicción inducida por los medios masivos de comunicación, por las redes sociales, la presión de grupo y hasta por el estrés colectivo de las grandes ciudades de hoy.

Es principalmente un fenómeno urbano que crece con el proceso de desruralización de nuestras sociedades. Se consume, no para satisfacer nuestras necesidades, sino por el placer de consumir. Es una patología derivada del totalitarismo capitalista que todo pretende convertirlo en mercancía.

Consumismo

Tiene sus propios códigos: “la chispa de la vida” cabe dentro en una lata o una botella, la felicidad la proporciona una marca, la belleza sólo es posible si utilizas este o aquel cosmético, “si tienes el carro tienes a la chica”, no importa si eres un atorrante, es decir, se nos hace creer que los atributos humanos llevan etiqueta y tienen precio, gracias a lo cual, el poder adquisitivo lo es todo. No somos mejores si nos esforzamos más, si somos más inteligentes, creativos, auténticos, sensibles o talentosos. Es más, si somos todo eso y no tenemos dinero, somos unos idiotas que no hemos sabido ponerle precio a nuestro talento, a nuestras capacidades y cotizarlas bien en el mercado.

Si el éxito lo define nuestra capacidad de consumo, la razón de la vida es la búsqueda del dinero que la hace posible y si es dinero fácil y rápido, mejor.

Pero –siguiendo la lógica de la utopía capitalista- ¿sería sostenible un mundo en el que la mayoría de las personas consigan ser felices consumidores?

Creo que no, al contrario, los desequilibrios que amenazan la sobrevivencia de nuestra especie y del planeta tienen su origen en un modelo de crecimiento irracional que no mide consecuencias, basado en el lucro y el consumo desenfrenados. Muchos de los recursos sujetos a procesos de superexplotación no son renovables y “ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza” ha dicho el Papa Francisco.

El consumismo es una desviación del proceso de humanización experimentado por nuestra especie, va contra natura y contra la naturaleza humana. La superficialidad no es el destino del hombre.

Porque lo natural es consumir lo que se necesita para la vida, sin destruir la vida. Es como la diferencia entre comer para alimentarnos o comer hasta enfermarnos (la gula también es una adicción). El consumismo suplanta la necesidad natural por una artificial: un frenesí por obtener aquello que no necesitamos, que muchas veces ni siquiera sirve y ni siquiera usamos.

Imagen del uso de un smartphone / AFP

Hace un par de décadas, haciendo periodismo callejero, me sorprendió el dato de que el obtener zapatillas de marca, de cien o más dólares, era la principal motivación de los jóvenes de los barrios marginales. Llamaba la atención de las autoridades que muchos de ellos, cometían su primer delito o hacían sus primeros favores sexuales para adquirir costosas zapatillas. Hoy el nuevo ícono del consumismo es el teléfono celular. Nos sorprendería saber cuántas personas de bajos ingresos gastan en la compra de estos aparatos, tres, cuatro o cinco veces lo que invierten en un supermercado, el pago de la mensualidad de la vivienda o la educación de sus hijos.

Pero, si nadie obliga a las personas a ser pasto del consumo, ¿por qué lo hacen? Porque la posesión de bienes empieza por proporcionar una forma de prestigio (la más fácil, por cierto), de aceptación y jerarquización social y puede terminar convirtiéndose hasta en un medio para calmar la ansiedad o un mecanismo de evasión fácil ante una realidad que nos atormenta. “Mira ese tipo allí con su teléfono gallo…” si tiene un teléfono gallo, él mismo es gallo. Eres lo que tienes. De allí que su obtención rápida (a veces, por cualquier medio) sea el paradigma que guía la vida de muchas, para no decir que la mayoría de las personas.

Panamá, posiblemente por razones históricas, por nuestra economía basada en el comercio y los servicios derivados de nuestra privilegiada posición geográfica, se ha convertido en una gran sociedad consumista. Sin ser un país desarrollado, con una dudosa calidad de vida, un sistema educativo precario, servicios públicos de salud, transporte, seguridad ciudadana, calamitosos, poseemos, sin embargo, un próspero y envidiable centro de compras regional.

Papa Francisco / EFE

Y no hay nada de malo en aprovechar las potencialidades comerciales del país, el problema radica en que no hay contrapesos en la sociedad, no poseemos los anticuerpos de la educación y la ética, y el consumismo ha ido relegando las fiestas consagradas a la patria o convirtiendo la celebración a la madre o al padre, y hasta el nacimiento de Jesús en orgías consumistas. “La codicia del consumo”, como la define el Papa Francisco, está aplastando el significado profundo de esas celebraciones, nuestra cultura, tradiciones y nuestra identidad como colectividad humana.

El Papa Francisco ha dicho:

La ideología de la ganancia y el consumo quieren comerse el descanso, que fue reducido a una forma de gastar dinero. ¿Pero eso es por lo que trabajamos? Desterremos esa idea de fiesta centrada en el consumo y en el desenfreno y recuperemos su valor sagrado, viéndola como un tiempo privilegiado en el que podemos encontrarnos con Dios y con el hermano.

Reflexionemos sobre ello.

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