Hace unos cincuenta años, Jorge, el mejor de mis amigos, que vivía en el barrio de Vista Hermosa, tomó la costumbre de madrugar y caminar desde su casa a la nuestra, en Villa Cáceres, para desde allí, junto a mi hermano, continuar hasta el Instituto Fermín Naudeau, en el barrio La Locería, a tiempo para iniciar la jornada escolar.
Cuenta el escritor William Ospina que sus bisabuelos se encontraban entre los primeros que “buscando suelo propio” llegaron a poblar, después de tres siglos de casi total ausencia humana, la región de montes vírgenes que se extiende entre la selva de Florencia, el Valle del majestuoso río Magdalena y lo que hoy se conoce como el Tolima colombiano.
La Pandemia del COVID-19 ha puesto en evidencia el viejo axioma de que las crisis, sean globales, regionales, nacionales, de grupos o individuos, sacan lo peor y lo mejor de las personas.
No sé cómo se las ingenia este país para complicarse tanto. Separándonos de las grandes causas de los grandes problemas, no resulta comprensible que los ciudadanos trabajemos tan duro en deteriorar nuestra propia calidad de vida.
Que un profesor “se ponga de cabeza” para dar una explicación a un grupo de estudiantes tendría que ser la norma y no la excepción de la regla en estos tiempos en los que es casi imposible lograr la atención de jóvenes y niños usando los aburridos e ineficaces métodos tradicionales. Por ello, no entiendo el alboroto.
Las migraciones responden a dos causas principales, a las guerras y al hambre, y esta última mata a muchas más personas que todas las demás causas de muerte en el mundo.
El consumismo es una adicción inducida por los medios masivos de comunicación, por las redes sociales, la presión de grupo y hasta por el estrés colectivo de las grandes ciudades de hoy.
Sorprende la cantidad de incomprensiones que prevalecen alrededor del tema de las migraciones masivas ahora que acontecimientos recientes las han hecho mas visibles en los noticieros de televisión o en redes sociales.
Hace un poco más de un quinquenio, durante una entrevista a un profesor del centro de formación que el INADEH tenía en el barrio de El Chorrillo, se me explicó que allí los muchachos estaban divididos en dos turnos de acuerdo a las pandillas a las que pertenecían para evitar enfrentamientos. En ese caso y en otros, muchos jóvenes no necesariamente son pandilleros, de hecho los del INADEH se estaban capacitando para una profesión, pero son protegidos por ese tipo de organizaciones. Es algo que hacen para sobrevivir, para sentirse seguros en sus barrios marcados por la violencia y las guerras por el control territorial para el menudeo de la droga.
La triste historia de otra paternidad irresponsable, la de los mal llamados padres de la patria. ¿Qué les podremos regalar este domingo cuando unos y otros celebremos el día del padre?
El sábado pasado recorrí el causeway que une tierra firme a las islas de Naos, Perico y Flamenco, estratégicamente ubicadas en la entrada del océano Pacífico al Canal
En medio de las numerosas noticias de los entresijos de la cleptocracia que nos desgobernó sin piedad el recién pasado quinquenio, ha surgido un tema algo inusual: la complicidad de padres e hijos en el difícil arte de saquear los dineros de los contribuyentes.