Lo bueno y lo malo de recorrer la ciudad como peatón y usuario del transporte público
El #Rutinario estuvo de vacaciones y aprovechó para hacer un recorrido por la ciudad en el transporte público, la experiencia no fue tan mala como la pintan los usuarios pero tampoco tan buena como la proyectan los administradores del sistema.
Digamos que fue un 50/50, con sus ventajas y desventajas.
La travesía empezó en una concesionaria ubicada en la vía Ricardo J. Alfaro, donde dejé mi vehículo en su cita de mantenimiento, el primer problema que tuve fue encontrar dónde comprar una tarjeta del Sistema Integrado de Transporte Público Urbano, caminé una cuadra hasta el Centro Comercial El Dorado donde me dijeron que la buscara en unas máquinas. Intenté en las dos que hay pero en ese momento, ninguna servía.
Me tuve que resignar a tomar un taxi en la puerta del "mall" porque necesitaba llegar a una cita en El Cangrejo, gasté $2.50.
Luego tenía que ir a una notaría, elegí caminar hasta la Vía España. Después caminé hasta la estación del Metro de El Carmen, allí pude comprar la tarjeta pero sólo logré ponerle $1 dólar porque las máquinas no reciben billetes viejitos o arrugados.
Fuera de esto fue estupendo mi viaje en el Metro, totalmente limpio y vacío, no tuve que ir apretada.
Cuando iba en el camino me llamaron de la concesionaria para decirme que mi automóvil estaba listo, así que como iba para la Tumba Muerto, tenía que hacer trasbordo así que me bajé en la estación de San Miguelito para esperar un autobús en la parada del Hospital San Miguel Arcángel.
Hacía un poco de sol pero aún así iba cómoda hasta que me encontré con el puente peatonal en restauración, por lo que hay que caminar el doble y bajar por la escalera del hospital porque las salidas del puente estaban cerradas.
Ya en la parada esperé 10 minutos el autobús, encontré un puesto disponible y me dirigí hacia mi destino. En el camino se subió un buhonero a vender golosinas, "dos galletas por $0.50, mi intención no es molestarte" dijo.
Hasta ahí había gastado $3.20, cuando llegó el momento de bajarme me embargó la desilución. Primero que no hay una parada formal, no tiene techo, ni nada, solo una pequeña señalización, si llueve me mojo y si hace sol me quemo. Además que cruzar la calle es como retar a la muerte porque con la ampliación de carriles no quedó espacio para caminar y cruzar de forma segura. Al final lo logré pero con mucha dificultad.
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