Cuando la violencia pasa por la tienda

Cuando la violencia pasa por la tienda
Cuando la violencia pasa por la tienda / Julio Aizprúa
Julio César Aizprúa
30 de septiembre 2021 - 12:48

Las veces que pasé por allí, a eso de las 8 de la noche, los vi reunidos en familia, jugando en cuclillas. En alguna ocasión sentí el impulso de ir hacia ellos, hablar con el adulto y decirle que al menos bajara la puerta de metal del negocio, pues una estrecha y oscura vereda contigua a la tienda no presagiaba nada bueno.

Pero, como el freno aminora la velocidad, no lo hice.

Semanas después, de esas cuando el cielo está indeciso y las malas noticias salen a pasear, leí con asombro que los habían baleado para robarles. Que el paisano o chinito, como cariñosamente solemos llamar a los asiáticos dueños de tiendas, había muerto, que los ladrones entraron a eso de las 8 de la noche, que los encañonaron, que les robaron, que su sangre tiñó los mosaicos donde solía jugar en cuclillas.

Con la triste escena en mi mente, retrocedí en el tiempo y recordé a Chang, aquel paisano de amplia sonrisa que diariamente a las 3 de la tarde cerraba su tienda para ir al encuentro con su infaltable siesta.

A esa hora, ni un minuto más, ni un minuto menos, el barrio también entraba en una especie de letargo, de vigilia colectiva para esperar a que Chang, todavía soñoliento, abriera nuevamente la tienda, situada en una esquina de El Ingenio, casi frente a “El Capitán”, aquella casa de madera donde la oscuridad del zaguán aminoraba las voces, más no los gemidos, de algunos amantes furtivos.

Era el tiempo en que las tiendas de los asiáticos se convertían en lugares de tertulia, donde mientras pagabas en la caja te encontrabas con la última noticia del barrio, libre de barrotes, de cámaras de seguridad, de desconfianza, de ese peligro que disimula ir de compras.

Desde la construcción del ferrocarril interoceánico en 1852 la comunidad china ha estado ligada a los panameños, y con mucho esfuerzo y determinación lograron ser parte del paisaje barrial, en donde son apreciados por el servicio que prestan, el cual llegaba hasta dar crédito para la compra de comestibles a los parroquianos que por su situación económica así lo requerían, y que sin ambajes solían decir: “apúntalo en la libreta, chinito”.

El tiempo cambió, las nubes siguieron pasando, olvidé el nombre del asiático baleado, nunca supe más de Chang, solo tengo presente que la violencia acecha en las tiendas, esperando el menor descuido de los chinitos o de los compradores, mientras que las autoridades de seguridad cacarean que en el país “no hay un problema de inseguridad”.

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