Con la venia del Dios Momo
Este año no habrá cantos complacientes ni hirientes para Calle Abajo, Calle Arriba y menos para la Calle del Centro. En Parita, Las Tablas, Chitré y Penonomé, al igual que en el resto del país donde se celebra el Carnaval, el redoblante, el bombo, el güiro, los saxofones, las trompetas, la caja y el acordeón se sumergirán en un sonoro silencio, de esos que se suspenden en el tiempo, sin saber cuándo acabarán.
A quienes todos los años durante cuatro días le rendimos pleitesía al Dios Momo, ese que parece no tener límites, toca nuevamente resignarnos, pues la humanidad continúa enfrentándose a una realidad que supera con creces los confetis, las serpentinas y el grito de “agua, guaro y campana”: el virus del Covid 19.
La fanfarria debe hacer otra pausa, arrimarse en una esquina y esperar a que aminore y pase el carro alegórico del virus, ese que en muchas familias diariamente siembra nostalgias y tristezas al tener que despedir a un ser querido (mientras escribo estas líneas en el país ya suman más de 750 mil los casos y más de 8 mil personas víctimas de este flagelo).
Uno de los caídos fue mi amigo. Me dicen que la última foto que posteó en el chat grupal, del cual me había salido, fue luciendo una mascarilla de esas de doble filtro que en principio se creyó que detendrían el virus. Se le veía feliz y comentaba que estaba protegiéndose y que todos deberíamos de hacerlo, ya que en ese momento aún no había vacunas para enfrentar al temible mal.
Unas semanas después de aquella foto, de aquel comentario, me llaman para decirme que el buen amigo trascendió, murió, cayó, sucumbió ante el virus.
Luego de su muerte, todavía sin la aparición de las vacunas, le siguieron la de más conocidos, pues el virus se mostraba implacable, sin compasión. Por ello, confieso que reniego de quienes esparcen noticias tendenciosas en contra de las vacunas, que en vez de contribuir lo que hacen es causar más desasosiego.
Esos individuos olvidan, al parecer sin querer queriendo, que nuestra salud se la debemos en gran parte a las vacunas, pues está más que comprobado que durante años han ayudado a combatir enfermedades como la poliomelitis, la viruela, la difteria y el sarampión, solo por mencionar algunas.
Hoy día, la ciencia no puede darse el lujo de esperar 10 años analizando una vacuna, pues este virus en particular apareció de pronto, se esparció rápidamente por el mundo y muta como quien juega al gato y al ratón. Nadie nos garantiza que otros virus aparezcan con igual o mayor fuerza y prontitud.
Ante esta realidad y lejos de los seudo científicos que pululan por doquier esparciendo teorías olorosas a extremismo, en Calle Abajo, Calle Arriba, Calle del Centro y en todo el país el único Carnaval que se impone más allá del Miércoles de Ceniza es el de la vacunación, sin algarabía, confetis, serpentinas y sin el grito de “agua, guaro y campana”, con la venía del Dios Momo.