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Enero 9, una gesta que se pierde

Ilustración de Julio César Aizprúa.
Julio César Aizprúa
07 2022 - 12:44

El reloj marcaba las 10 de la noche cuando en el vecindario vieron llegar a Horacio. Fue extraño, pues siempre se aparecía, de manera puntual, a las 4 de la tarde, tranquilo, sereno, saludando a todos desde que entraba al zaguán, pues vivía en el último cuarto de alquiler de aquella casona vieja.

Esa noche se le notaba atribulado, sudoroso, traía la camisa abierta, sin los tres primeros botones, el pantalón de tela lo tenía rasgado a la altura de los bolsillos delanteros y en sus manos sostenía un viejo palo de catre.

Los vecinos más curiosos salieron de sus cuartos a ver qué pasaba, mientras que con voz entrecortada Horacio empezaba a contar que para llegar hasta el caserón, ubicado a un costado de la callecita que comunica con el hospital siquiátrico, conocido entonces como El Retiro, había tenido que caminar desde la 4 de julio, pues eso allá "era un verguero (sic)".

El calendario marcaba el jueves 9 de enero de 1964.

"Los gringos están tirando bala y unos muchachos se les están enfrentando. Yo agarré este palo de catre por cualquier cosa", comentaba, al tiempo que con una toallita de colores, de esas que usaban los buseros, se secaba el sudor que a chorros amenazaba con anegar la impotencia que a borbotones salía por sus ojos. A sus espaldas, en el cuarto Juan, el barbero, escuchó que habían encendido la radio y un exaltado locutor daba cuenta de los últimos acontecimientos.

Aquel 9 de enero marcó un antes y un después en la historia patria, esa que a retazos ya había amenazado con asomarse y ponerse de pie ante un enclave colonial que no permitía la unificación, al menos territorial, de este pequeño país.

Pese a que los hechos que sucedieron aquel y los días y años subsiguientes fueron y son harto conocidos, hoy día pareciera que el amor al terruño, ese que brotó en los alrededores de la alambrada que definía el Silver Roll y el Gold Roll, es un espejismo, un concepto etéreo que solo se cristaliza cuando se avecinan las elecciones, tiempo perfecto para que los menos busquen servir, y los más busquen servirse.

Esta actitud es caldo de cultivo para seguir manteniendo una nación donde los políticos criollos, que en su mayoría no llegan ni a pequeñas ligas, no aspiren a un jonrón con las bases llenas para impulsar el desarrollo del país. Lo suyo es conformarse con roletitas a primera base, siempre encaminadas a complacer a quienes le dieron la oportunidad al bate, antes de que les llegue la época de invernar, que generalmente dura de 5 a 10 años.

En un país parecido al de Alicia seguimos dando tumbos, haciendo fiesta con el erario público, eligiendo presidentes, diputados, ministros, funcionarios que pagan favores rodeándose de botellas, garrafones, haciendo de las instituciones públicas un fortín de los aliados y, lo más doloroso, bajándole la venda a la justicia.

“Esos son los que solo en sus discursos de barricada se rasgan las vestiduras por la Patria”, sentenció Horacio, quien el jueves 9 de enero de 1964 llevaba un palo de catre en su mano, “por cualquier cosa”.

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