Milagro de Madre
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Su historia no comienza con focos ni alfombras rojas, sino con un padre ausente, una madre sobrecargada y un hogar pequeño compartido con sus abuelos sicilianos. El actor, hoy una leyenda viva del cine, es también el producto de una infancia dura que lo marcó para siempre y que, paradójicamente, encendió su fuego artístico.
Nacido el 25 de abril de 1940, en una familia italiana del Harlem neoyorquino, Pacino fue testigo desde niño de cómo se construye la resiliencia cuando no hay otra opción. Su padre, Salvatore Pacino, los abandonó poco después de su nacimiento, dejando a su madre, Rose Gerardi, con la misión solitaria de criar a un hijo entre turnos de trabajo mal pagos y jornadas interminables.
“Mi madre trabajaba en trabajos de baja categoría durante el día, y cuando llegaba a casa era mi única compañía”, recordó Pacino en una entrevista con The New Yorker. Pero hubo un lugar donde ambos encontraban respiro: el cine. “Luego de cada película, me quedaba repitiendo los personajes, trayéndolos a la vida dentro de nuestra casa”, confesó.
En aquellas salas oscuras, el pequeño Al encontró mucho más que distracción. Halló propósito. “El cine era donde mi madre podía esconderse en la oscuridad y no tener que compartirme con nadie más”, explicó con ternura, señalando cómo el arte se convirtió en un puente entre la soledad y el amor.
Luego del abandono paterno, el Bronx fue su nuevo barrio. Allí compartía techo con sus abuelos maternos, también inmigrantes sicilianos, quienes aportaron estructura y disciplina a su caótico mundo emocional. Su abuelo Giovanni Gerardi, nacido en Corleone, fue una figura clave en su desarrollo.
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“Mi abuelo era muy estricto, pero también muy protector, y me apoyó en cada paso hacia el teatro”, relató Pacino, reconociendo en él el primer testigo real de su vocación.
La precariedad económica, sin embargo, era constante. En sus memorias, Sonny Boy, relata que la pobreza no era una circunstancia pasajera, sino un estado permanente. “Teníamos tan poco dinero que la situación económica era una constante en mi vida, en los primeros años, y no había muchas formas de salir de ahí”, contó.
Los primeros pasos en el teatro fueron una lucha literal contra el hambre. A veces sin comer, otras sin dinero para el transporte, Pacino se aferró a las audiciones como a un salvavidas. “Recuerdo que en ocasiones me colaba en los autobuses para poder asistir a audiciones, sin un centavo en el bolsillo”, confesó.
La actuación no era un pasatiempo: era su única esperanza de redención. “Nunca me avergoncé de mi pobreza, porque estaba claro que estaba trabajando por algo más grande”, escribió.
A los 22 años, cuando parecía que su vida comenzaba a estabilizarse, llegó un doble golpe que lo desmoronó: perdió a su madre y a su abuelo con apenas unas semanas de diferencia. “Fue un golpe fuerte. Perdí a mi madre y a mi abuelo casi al mismo tiempo”, recordó en su autobiografía.
Esa tragedia lo sumió en una profunda tristeza, pero también lo empujó a seguir. Sonny Boy no es solo el nombre de su libro, sino una identidad que lo acompañó toda la vida: el hijo silencioso que cargó con el peso de la pérdida para honrar la memoria de quienes sí creyeron en él.
El punto de inflexión definitivo llegó en 1972, cuando fue elegido para interpretar a Michael Corleone en El Padrino. No fue fácil. Robert De Niro, Warren Beatty y Jack Nicholson también estaban en la lista. Sin embargo, Pacino encarnaba algo que nadie más tenía: la verdad de una vida sufrida.
“Había días en los que me sentía invisible. Pero la actuación me hacía sentir que existía”, confesó. Y así fue. A través del arte, gritó su existencia al mundo. Aquellas noches interminables viendo películas con su madre, esos trayectos en bus con el estómago vacío, la voz severa pero alentadora de su abuelo. Todo ese pasado convergió en su forma de actuar. Intensa, visceral, inolvidable.
“Recuerdo esas películas con tanto cariño. Fueron las que me enseñaron que todo lo que hacía en la vida era como un papel, como una actuación. Eso me lo enseñó mi madre”, dijo a The New Yorker. Y así, la mujer que lo protegió en la oscuridad del cine se convirtió en la luz que lo guió a lo más alto.