Te has preguntado por qué quieres estar con tu pareja
Haz un alto y mira a tu pareja ¿quieres realmente estar con ella? ¿Es la persona con la que quieres compartir estos momentos de tu vida? ¿Preferirías algo más? ¿Otra relación diferente?, ¿más libertad?, ¿más implicación? ¿Quieres seguir así?
Hoy en día hay muchos tipos de parejas y relaciones pero lo importante, en realidad, no es qué tipo de relación tengas o en qué tipo de relaciones te involucres, sino si la que tienes es la que quieres tener.
Hay mucha gente que le da la vuelta a la tortilla y bajo la bandera de la libertad sobre su mente, sobre su cuerpo y su sexualidad, decide que la monogamia no le va, que no deberíamos atarnos en exclusiva porque no es natural y que seríamos más felices siguiendo los instintos. Sabes qué me parece genial que pienses así, ¿opinas eso? ¿Te funciona? Si la respuesta es sí, no quiero hacer más que felicitarte, pero ¿y si te ves inmersa en una relación abierta, por ejemplo, y no es lo que quieres? ¿Probaste ese tipo con tu pareja un tiempo y viste que eso no era lo que querías? Porque hay que tener en cuenta que una cosa es la teoría y otra la práctica. Yo te puedo decir que claro que es buenísimo nadar en una piscina olímpica todos los día que ayuda al ejercicio corporal, eso sí, yo no lo hago ni de broma.
Lo mismo puede suceder al contrario, personas metidas en relaciones monógamas que se sienten aceptadas socialmente pero tienen la sensación de que esa relación no acaba de encajar con ellas. Puede ser que quieran algo más, quieran disfrutar con más personas y no sólo con una y, sin embargo, se encuentran aceptando unas reglas que no van con ellas.
Es verdad que en las relaciones muchas veces hay que ceder en determinadas cosas, se habla, se negocia, lógico y normal como en cualquier tipo de relación. Pero hay bases, hay premisas, que deben quedar claras y no con la otra persona (que también debe entenderse su punto de vista) sino con una misma, porque igual de incómoda se siente una persona que haya aceptado mantener una relación abierta por el deseo ajeno, que aquella que no se deja llevar porque se ató a esa persona porque era lo “normal” (que poquito me gusta esa palabra).
Ninguna de las opciones es mejor que otra. Ninguna. Somos muchas personas, somos diferentes, queremos cosas distintas por lo que, evidentemente, no a todos nos servirá lo mismo. Es algo lógico ya que no puedo esperar que el jersey azul que me compré ayer le guste a todo el mundo y, además, estén tan cómodas en él como yo.
Pero no sólo nos metemos en estas telarañas de “amor” sino que muchas personas se encuentran en relaciones que no quieren simplemente por miedo.
¿Miedo a qué? A la soledad, entre otras cosas. ¡¡Puff!! Qué duro es darse cuenta de esto y más asumirlo si lo estás viviendo pero, desgraciadamente, es muy habitual. Lo veo en mi entorno parejas que están juntas porque por pura inercia la rueda sigue girando, porque “si le dejo, ¿quién me querrá a mí?” y bajo ese lema ya desteñido aguantan de todo.
También están las parejas salvavidas, aquellas en las que uno de los miembros “salvó” al otro de algo (una relación anterior, la pérdida de un ser querido, de sí mismos…) y la relación se ha mantenido por ese sentimiento de gratitud mal comprendida porque “¿cómo voy a dejarlo después de lo que me ha ayudado?”.
Y es que es importante diferenciar entre querer y necesitar, algo que parece fácil y evidente pero que, cuando lo echamos en la batidora de las relaciones, luego nos cuesta descifrar qué era qué.
En una relación sana, nadie necesita a nadie. Abajo eso de “mi vida no tendría sentido sin ti”, adiós a los “si tú no estás, me muero” y, por favor, desterremos los “sin ti no soy nada”, porque lo más bonito que le puedes decir a alguien no es nada de eso, sino “quiero compartir este momento contigo”.
Y, cuando estés cómo y con quien (o quienes) quieras estar, será muy fácil responder a la pregunta.
¿Quieres seguir así?