Señiles, el 'árbol santo' y otras leyendas panameñas de Semana Santa
Semana Santa
Ciudad de Panamá, Panamá/La Semana Santa del interior del país, no solo refleja una mezcla de tradiciones y costumbres, sino también de leyendas, algunas de ellas, sobreviven al paso de los años.
Señiles
Ernesto J. Castillero, describe en “Señiles, una interpretación del judío errante”, al personaje de la leyenda ocurrida en "nuestras montañas", historia que todavía sobrevive en la tradición de muchos pueblos interioranos en Viernes Santo.
“Su cueva se le muestra al viajero en la cordillera de Tijera, al otro lado de Ocú. Como el judío errante de la leyenda cristiana, él vaga por nuestros campos cumpliendo su misión fantástica de curar los venados heridos, señalar las crías, arrearlos a los montes de buenos pastos, cuidarlos, en fin, de los cazadores, misión que ha impuesto Jesucristo en castigo de haber profanado el día más santo de la cristiandad: el viernes de pasión”, Ernesto J. Castillo.
Dice en su historia que Señiles es eterno, las generaciones pasan y sigue errando por los montes y las llanuras.
Cuenta esta leyenda que un Viernes Santo, la madre de Señiles, por una dolencia que la aquejaba no bajó al pueblo para participar como hacía siempre, de la procesión del Santo Sepulcro. Señiles tampoco lo hizo, pero se preparó para salir de cacería, pese a los ruegos de la madre, que consideraba el hecho como una profanación.
Nunca más se le volvió a ver, los perros que lo acompañaban tampoco retornaron. La gente de la época calificó la desaparición como castigo divino por desobedecer a la madre y por “profanar el día santo”.
Con el paso de los años la leyenda se fue tejiendo, al punto de presentar a este hombre como un ser eterno al que le atribuye el oficio de cuidar los venados que quiso cazar, del que ahora es amigo y protector por orden de Dios.
Aunque no lo ven, la historia dice que escuchan su grito y el ladrido de sus perros en la región de Azuero el Viernes Santo.
El árbol santo
Sergio González Ruiz, en la obra “Veintiséis leyendas panameñas”, relata que nadie conoce cuántos años o siglos tiene el árbol, si es el original o un descendiente, lo cierto es que es único en el distrito de Río de Jesús en la provincia de Veraguas, en Panamá y quién sabe si en el mundo.
Lo describe como un árbol alto, de tronco grueso y frondoso. Dice que la gente lo bautizó como “árbol del Paraíso”, al que atribuyen “virtudes y poderes extraordinarios”.
También se le conoce como árbol de granadillo. Sus flores, que combinan tonos morado, rosado y lila aparecen durante Semana Santa.
El autor enumera en su pasaje otra peculiaridad, solo da dos frutos, con forma y tamaño de toronja, con contenido gelatinoso, mal olor, sin semillas, por lo que no puede reproducirse y algunas personas que han puesto a prender las ramas comentan que brotan renuevos, pero al colocarlas horizontalmente, los renuevos mueren.
Otra rara cuestión, es que se encuentra en una zona cercana a un estero y a corta distancia del pueblo de la Trinidad. En el área, los manglares rodean al granadillo.
Las flores son fragantes, pero una vez las personas las arrancan para llevarlas consigo, se pierde su olor y belleza.
Quienes las recogen suelen atribuirles poderes curativos y a lo largo de los años, siguen llegando al lugar los residentes e incluso visitantes durante la Semana Santa.
Penitente de la otra vida
Otra de las leyendas es la del "Penitente de la Otra Vida". Ernesto J. Castillero narra las “supercherías” pasadas de abuelos a nietos, de generación en generación, en la que figura esta aparición de Viernes Santo, como un concurrente a la procesión, detrás del Santo Sepulcro y cuando el anda entraba a la iglesia con los demás, el penitente se desviaba, tomando la dirección hacia el cementerio y luego se perdía entre sombras.
Los más ancianos afirmaban que se trataba de un ánima en pena que debía una manda.
Ciertamente, las leyendas forman parte de la tradición de las generaciones pasadas que buscaban de esta forma propiciar el respeto de los más jóvenes y pequeños durante los días santos, sin embargo, el miedo se ha desvanecido con el paso de los años, la educación, el desarrollo y la irrupción de la tecnología.
Con datos de las obras de Ernesto J. Castillero y Sergio González Ruiz