Los retazos de tela que esconden la escencia del arte de los vestidos afro
En el taller de Evangelia Sofía Vásquez hay mucha tela por cortar. Entre centenares de agujas, alfileres e hilos, los retazos esparcidos por los alrededores de su máquina de coser muestran que el trabajo apremia. Son días de mucho ajetreo y esas son buenas noticias para esta colonense de 77 años de edad que lleva más de 30 forjando una carrera con la que logró una hazaña de la que se siente orgullosa: educar a sus cuatro hijos.
Mientras corta un pedazo de tela para hacer un lazo que le han solicitado, asegura que se siente feliz de ser una mujer negra. Le encanta su color de piel, su tez oscura y su pelo alborotado, el que no lo cambiaría por nada del mundo.
“Soy costeña con mucho orgullo, estoy feliz de representar un grupo étnico que tanto ha aportado al desarrollo de este país. Que viva la etnia negra”, dice emocionada.
En la sala de su casa, donde funciona su taller en la provincia de Colón, casi no hay espacio libre para caminar. En un improvisado closet cuelgan trajes, pantalones, blusas y pollerones de colores vivos, a la espera de ser retirados por residentes de la comunidad costera de María Chiquita, que todos los años buscan una pieza que los haga sentir afrodescendientes.
Diseñar ropa étnica afroantillana llena de orgullo a Evangelia, porque siente que cada pieza la representa. Al final son tres décadas en el negocio que la han dotado de una vasta experiencia que le permite diseñar piezas únicas. Los estampados y las telas con temática de animales como el jaguar y el león, son parte de sus diseños.
También están los gorros “Kofi” y las pañoletas que engalanan las cabezas de las mujeres. Además, de los atuendos con flores y las polleras congos, que han tomado protagonismo en los últimos años.
“Cada pieza tiene grabada una historia interesante que debemos de preservar. Los vestuarios afroantillanos son hermosos. Mientras tenga aliento seguiré cosiendo, tejiendo y confeccionando atavíos que nos represente”, acotó.
Recuerda que durante sus años mozos realizó diferentes trabajos como cortar cabello y cocinar, pero todos los hizo de manera informal y ninguno ofrecía una jubilación. Sin embargo, con la implementación del programa 120 a los 65, Evangelina se convirtió en una de las 122 mil beneficiarias a nivel nacional.
Para la ministra del MIDES, María Inés Castillo, el programa 120 a los 65 restituye los derechos de los trabajadores que no devengan ningún salario. Además, se constituye en una respuesta del Estado para las personas mayores en condición de vulnerabilidad, que por diversas circunstancias no lograron beneficiarse de los programas de jubilación o pensión.
La historia de Evangelia demuestra que los programas sociales de protección cumplen una función social a favor de esa población vulnerable.
Cabe destacar que solo en la provincia de Colón, el programa 120 a los 65 brinda beneficios a 5,886 panameños (as).
De acuerdo con un informe del MIDES, el programa 120 a los 65 tiene rostro de mujer, porque 73,577 féminas reciben este beneficio a nivel nacional, respecto a los 48,735 hombres inscritos.