Un pedacito de tierra para Héctor Gallego
Jesús Héctor Gallego, mejor conocido como Héctor, no sabe bailar. Es 1968, tiene 30 años, juega fútbol, canta boleros de Víctor Hugo Ayala y estudia para ser sacerdote. Es el mayor de 11 hermanos, con quiénes vive en el montañoso pueblo de Salgar, departamento de Antioquia, Colombia.
En tres años, 1971, será asesinado en las montañas de Santa Fe, provincia de Veraguas. Dirán que es comunista y que se robó 50 mil dólares del general Omar Torrijos.
Casi 50 años después, Manuel Antonio Noriega, el hombre más temido de Panamá, le dirá a su hermanita Edilma desde la cárcel que lo mataron a palos, que lo dejaron como un vegetal, y que la orden de desaparecerlo la dio el Estado Mayor “porque Torrijos decía que, si aparecía Héctor en esas condiciones, iba a ser peor para él”.
Campesinos pedirán su canonización, la Iglesia Católica reabrir su caso judicial, y el Ministerio Público abrirá fosa, tras fosa, en busca de sus restos.
Pero en 1968, Héctor solo sonríe tímido ante las propuestas de amigas y vecinas.
“No, no, yo no puedo bailar. Yo no puedo, no puedo bailar”.
Colombia y la Violencia
En Colombia se recuerda el período entre 1946 y 1958 como La Violencia, así en mayúscula. El conservador antioqueño Mariano Ospina Pérez, llamado “la oligarquía en carne y hueso” ganaría las elecciones de 1946.
El 9 de abril de 1948, Héctor Gallego tenía 10 años, casi la misma edad que tendría su hermana Edilma al momento de su desaparición. A la 1.15 de la tarde, el candidato del partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, es asesinado de tres balazos cuando salía de un elevador. El presunto asesino es linchado, su cadáver arrastrado hasta el Capitolio Nacional.
Colombia era una zona de guerra. Multitudes enardecidas marchaban por las calles, alcaldes militares llamados “pacificadores” eran enviados para tratar de mantener el orden en algunas ciudades. Ser baleado por la afiliación política, era común.
En el país de la niñez de Héctor Gallego, nadie era inmune al peligro.
Seguirán años de un pacto incómodo entre partidos hasta la llegada del dictador Gustavo Rojas Pinilla en 1953. La dictadura no sería derrotada con más violencia, sino gracias a un paro pacífico coordinado entre empresarios, iglesia, sindicatos, estudiantes, banqueros, industriales y partidos políticos conocido como “jornadas de mayo” en 1957.
El país regresa a democracia de la mano de un movimiento cívico coordinado y unificado.
Héctor Gallego tenía 19 años.
Dios y Liberación
“La viva inquietud que se ha apoderado de las clases pobres en los países que se van industrializando, se apodera ahora de aquellas, en las que la economía es casi exclusivamente agraria: los campesinos adquieren ellos también la conciencia de su miseria, no merecida. A esto se añade el escándalo de las disparidades hirientes, no solamente en el goce de los bienes, sino todavía más en el ejercicio del poder. Mientras que en algunas regiones una oligarquía goza de una civilización refinada, el resto de la población, pobre y dispersa, está privada de casi todas las posibilidades de iniciativa personal y de responsabilidad, y aun muchas veces incluso viviendo en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana”.
No son palabras de Karl Marx, Vladimir Lenin, ni Fidel Castro. Es un extracto de la encíclica Populorum Progressio (El Desarrollo de los Pueblos) promulgada en 1967 por el Papa Pablo VI.
“Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos, para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos”, reza la misiva.
“Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos, para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos" - Encíclica Populorum Progressio
El llamado es escuchado por sacerdotes alrededor del mundo, especialmente en Latinoamérica, dónde grandes extensiones de tierra están en manos de unas pocas familias poderosas y el campesinado vive en condiciones de extrema pobreza.
Camilo Torres, cura colombiano graduado de Sociología en Bélgica, crea juntas agrarias y publica textos como “La violencia y los cambios socio-culturales en las áreas rurales colombianas” y su tesis doctoral “La proletarización de Bogotá”. De intelectual y teólogo, pasará a guerrillero convencido de la necesidad de un cambio social. Será asesinado en 1966 como parte del Ejército de Liberación Nacional.
En Santa Fe de Veraguas, Panamá, los campesinos trabajaban de 10 a 12 horas al día por una paga de 50 centavos. Las mujeres recibían la mitad, 25 centavos, por la misma jornada. Los dueños de la tierra arreaban al campesinado como si fueran animales. Alzar la mirada era una afrenta castigada a golpes.
La Iglesia Católica vivía tiempos de cambio, en buena parte gracias al trabajo del anterior Papa, Juan XXIII, quien convocó el Concilio Vaticano II, un encuentro decisivo de la cúpula de la Iglesia Católica. En el Concilio participó un panameño, Marcos McGrath, primer obispo de Santiago de Veraguas.
“El período más decisivo del Concilio, y en el que no se publicó ningún documento oficial, fue la primera sesión. Entre el 11 de octubre y el 8 de diciembre, bajo el amparo de la Virgen, en dos de sus fiestas, el Concilio se hizo. Fueron probablemente los dos meses más decisivos para la Iglesia Católica en el tiempo moderno. Fue la encrucijada histórica en que esta Iglesia, por su máxima jerarquía, se preparaba para cerrar cuatro siglos de contrarreforma y comenzaba decididamente la era de la Iglesia en el mundo de hoy”, escribiría McGrath después.
Llega el año de 1968. El Papa Pablo VI viaja a Colombia para promover su mensaje y los cambios planeados en la Iglesia. Se realizarán jornadas y encuentros alrededor del país. Ese año, monseñor McGrath se dirigirá a Medellín, Antioquia, para la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano.
Su propósito: reclutar sacerdotes para traer a Panamá.
El futuro de los hombres
Para Horacio Gallego, padre de Héctor, el futuro de los hombres era el campo. Soñaba que sus hijos se quedaran a trabajar la tierra, cultivar el café que tanto amaba.
Su primogénito, Héctor, tenía otros planes. Quería ser sacerdote. Con el apoyo de su mamá, Alejandrina Herrera, lo convenció. Saldría del pueblo para estudiar en Jericó.
“Con mucho esfuerzo, porque cuando un muchacho se va a un seminario tiene que llevar un buen ajuar. Mi papá hizo el esfuerzo, me acuerdo que estaban afanados bordándole todas sus sábanas, sus camisas, sus pañuelos, para arreglarle el ajuar”, recuerda hoy su hermana Edilma.
Héctor terminaría sus estudios de sacerdote en el Seminario Mayor de Medellín.
“Una vez lo encontramos jugando fútbol, me acuerdo que llegó todo sudadito. No estaba de sotana, estaba en pantaloneta y camiseta, de jugar en el partido, parecía un chiquillo. Ahí lo visitamos, esperamos que fuera y se cambiara, y ya sí salió de sotana y atendió la visita de mi mamá y mi papá y estuvo jugando un rato conmigo, contento con la visita” cuenta Edilma.
Es en Medellín que Héctor Gallego escucha por primera vez a monseñor McGrath. Escucha como faltan curas en el país, especialmente en las montañas de Veraguas. Escucha sobre la pobreza y la necesidad que viven los campesinos en pueblos muy similares a su nativa Salgar.
Decide viajar a Panamá.
Panamá es un sitio remoto, peligroso y de futuro incierto. El obispo de Jericó, monseñor Augusto Trujillo Arango, le promete una parroquia cerca a su pueblo, le asegura que va a poder vivir bien y cerca de su familia. Su papá, Horacio, le dice que no vaya.
“Yo no me ordené para vivir bueno, yo me ordené para servirle a Dios. Y aquí hay mucho sacerdote viviendo bueno, uno más que venga a vivir bueno, ese no soy yo. Yo quiero servirle a Dios y siento el llamado para ir a Panamá”, le respondería.
“Yo no me ordené para vivir bueno, yo me ordené para servirle a Dios. Y aquí hay mucho sacerdote viviendo bueno, uno más que venga a vivir bueno, ese no soy yo. Yo quiero servirle a Dios y siento el llamado para ir a Panamá” - Jésus Héctor Gallego
Plan Veraguas
La provincia de Veraguas en la década de los 60’s exhibía la desigualdad de Panamá en carne. Los campesinos e indígenas vivían bajo el cacicazgo de lugartenientes. Monseñor McGrath manda elaborar un estudio socioeconómico de la provincia, que usará de base para lo que se conocerá como El Plan Veraguas, una estrategia de desarrollo mezcla de evangelización y cooperativismo.
De la mano del padre Alejandro Vásquez Pinto, se conversa con los campesinos, ayudándolos a organizarse y despertando conciencia sobre las condiciones de explotación. Para 1967, se estima que más de 15 mil campesinos estaban organizados en cooperativas que proveían asistencia técnica, préstamos y equipos.
Este es el programa al que es presentado Héctor Gallego. La teología aplicada al cooperativismo, la Iglesia de la mano de los pobres. Se enamora de la idea, termina su diaconado, y es ordenado sacerdote en Panamá por el mismo monseñor McGrath.
Celebra su primera misa en agosto de 1967 y el 20 de agosto marcha hacia Santa Fe.
Gallego se ganaría la confianza de los campesinos en el día a día, trabajando en el campo, caminando por horas de pueblo en pueblo para conversar con los campesinos, guiando a padres de familia antes de bautizar a sus hijos, dándole su camisa y aconsejando a un joven tirado en la calle tras una borrachera.
Se ganaría también la enemistad de lugartenientes como Álvaro Vernaza, quien llegó a darle un puñetazo en público. El rancho en que vivía sería quemado como mensaje de amenaza. Hasta el día de su desaparición, Héctor Gallego dormiría en casa de amigos y feligreses.
La bota militar
En 1968, un año después de la llegada de Héctor a Santa Fe, la Guardia Nacional daría un golpe de estado y tomaría el control de Panamá. El país quedaría finalmente en manos del general Omar Torrijos Herrera y las nuevas Fuerzas de Defensa de Panamá.
Bajo el mando de Torrijos se incentivan proyectos como asentamientos campesinos, reforma agraria y trabajo organizado. También inició un régimen en el que se torturaba y desaparecía a opositores y disidentes. A la fecha, se desconoce el número total de muertos víctimas de la dictadura en Panamá.
En Veraguas, los dueños de la tierra siguen siendo las mismas grandes familias. De la mano de los militares se expropian tierras, y se explota a los jornaleros vendiendo a precios irrisorios artículos necesarios como la sal y el aceite, y comprando sus cultivos por adelantado a precios por debajo del valor real.
Jacinto Peña, santafereño que hospedó a Gallego luego que le quemaran el rancho, asegura que no el padre no tenía miedo. Siguió trabajando con las comunidades, avanzando el proyecto cooperativista y despertando conciencia social.
Eso sí, dejó un mensaje claro entre los campesinos. “Si desaparezco, no me busquen. Sigan la lucha”.
Sin saber que 50 años después sería un nombre más en la larga lista de desaparecidos, Gallego escribió una carta al general Torrijos.
“No puedo menos que expresarle, General, mi temor de que tal actitud de ignorarlos, pudiera influir adversamente en los campesinos, animados como están del deseo de colaborar en el programa de desarrollo”, redactaría meses antes de ser asesinado.
Lágrimas de una madre
En enero de 1971, cinco meses antes de su desaparición, Héctor Gallego regresó a Colombia a visitar a su familia.
Fue un encuentro triste, lleno de lágrimas y súplicas de su mamá para que se quedara.
“Yo voy a venir en julio y me voy a quedar y los voy a ayudar a ustedes a que eduquen los muchachos”, calmaba Héctor a su mamá.
“Héctor, yo no te voy a volver a ver”, le decía ella.
Su hermana Edilma lo recuerda con la camisa manchada de lágrimas, quebrantado mientras salía de su casa. Uno de sus hermanos puso en la vitrola la canción “Lágrimas de una madre”.
“Pero el destino me lleva
Y junto a él yo me voy.
Que triste es ver a una madre
Cuando se pone a llorar
Por ese hijo que adora
Y no ha de volver jamás”
La entrevista
Menos de una semana antes de su desaparición, Héctor Gallego da una entrevista a la emisora cristiana Radio Hogar en Ciudad de Panamá.
Habla del movimiento en Santa Fe, de la necesidad de campesinos que a veces solo tienen café para desayunar y arroz blanco para el almuerzo, que trabajan largas jornadas y son explotados por su trabajo.
“Inicialmente el movimiento fue un análisis de la realidad. Cuando se nos muestra que esta realidad está en contradicción con el mensaje de Cristo, de una vez el compromiso es de cambio para que esos principios del Evangelio puedan realizarse, porque la realidad está en contradicción con ellos”, explica.
Le preguntan si hubo rechazo por ser extranjero, si hay oposición a su trabajo.
“Han rechazado el movimiento porque es un movimiento de cambio, de cambio desde el punto de vista religioso y social. Ocurre en toda parte, no solo aquí sino en toda América Latina y me imagino que en el mundo entero. Cuando sale una idea nueva, entonces es comunismo. Cuando hay un cambio en la Iglesia entonces dicen que son cuadrados, o son protestantes”, responde.
Le preguntan cuáles son sus planes, qué vislumbra en el futuro.
“Un movimiento aislado no puede ir a ningún lado. Cuando hablamos de cambio nos referimos es al sistema. Es un sistema que abarca al mundo de hoy, no solo a Panamá y a América Latina, abarca al mundo de hoy. Un movimiento que permanezca aislado es un movimiento que está enfrentándose a algo imposible, algo demasiado grande para un movimiento local”, concluye.
"Un movimiento aislado no puede ir a ningún lado. Cuando hablamos de cambio nos referimos es al sistema. Es un sistema que abarca al mundo de hoy, no solo a Panamá y a América Latina, abarca al mundo de hoy"
La noche
Jacinto Peña conoció a Héctor Gallego montado en una mula. No llevaba sotana, solo una camisa y pantalón. Al verlo, Gallego se bajó de la bestia y lo fue a saludar. Le dijo que era el nuevo cura.
“Le pregunté de nuevo si era sacerdote. Le dije que era raro eso de que un cura se bajara para saludar a un campesino, que los sacerdotes acá no hacían eso. Se río y me dijo que sí, que sí era el nuevo padre”, rememora Jacinto desde su casa en Santa Fe. Su esposa Clotilde trae una taza de café.
La pareja testificó en el juicio por el homicidio del padre Gallego, fueron los últimos en verlo antes que se lo llevaran.
Gallego estaba en casa de Jacinto, una vivienda sencilla con paredes de caña blanca. Alrededor de las 10 de la noche, dos hombres llamaron a la puerta.
Buscaban al padre Héctor Gallego.
“Yo soy Héctor Gallego”, les contestó.
Le dijeron que los tenía que acompañar al cuartel militar. El sacerdote les dijo que era tarde y estaba cansado, que a primera hora del día siguiente iría con gusto al cuartel.
Jacinto, tendido en su cama, escuchaba atento y miraba la escena entre las cañas blancas. No había luz eléctrica en el pueblo, ni lámpara de kerosene encendida. No pudo distinguir uniformes, ni rasgos particulares.
“Uno de ellos se acercó a la puerta y susurró algo en su oído que no alcancé a escuchar. No sé qué le dijo, pero Héctor le respondió ‘Sí, está bien. Voy con ustedes, por favor no le hagan daño a los que están en la casa’”, recuerda Jacinto.
Héctor Gallego se viste, y sale de la casa acompañado de los dos hombres.
Jacinto escucha entonces un gemido, y luego un sonido “como de un saco de verduras” al ser arrojado a la parte trasera de un carro.
Sale corriendo, pero solo alcanza a esquivar el vehículo, un Jeep de capota blanca, que se aleja a velocidad. Nunca más vería al padre Gallego.
Edilma Gallego buscaría respuestas con el exdictador Manuel Antonio Noriega, quien en aquella época dirigía la división de Inteligencia Militar G-2.
“Me dijo que el Estado Mayor había tomado la decisión de sacar a Héctor del país. Porque el hermano de Torrijos, Monchi Torrijos, le había exigido a Torrijos muchas veces que sacara a Héctor de Panamá. Y que el guía que estaba guiando a los Macho de Monte (grupo élite de las Fuerzas de Defensa), porque no conocían la región, era un señor de San Francisco que lo odiaba mucho porque él había defendido a una señora que le iban a quitar la casa. Y que ese hombre odiaba a Héctor. Y entonces los Macho de Monte le permitieron a él entrarlo para su casa y allí le habían dado muchos golpes en la cabeza. Y cuando ya lo soltó, ya prácticamente lo dejó como un vegetal, osea le dio tanto palo en la cabeza que le destrozó el cráneo. Y ya Héctor estaba como un vegetal”, cuenta Edilma.
"Entonces la decisión era desaparecerlo porque Torrijos decía que si aparecía Héctor en esas condiciones iba a ser peor para él. Así que lo desaparecieron” - Edilma Gallego
“Entonces la decisión era desaparecerlo porque Torrijos decía que si aparecía Héctor en esas condiciones iba a ser peor para él. Así que lo desaparecieron”, concluye.
El hombre que “odiaba tanto a Héctor”, según contó Noriega a Edilma, era el cuñado del excoronel Roberto Díaz Herrera.
Edilma también visitaría a Madriñán y a Walker en la cárcel.
“Me dijeron que ellos habían sido chivos expiatorios y que los verdaderos culpables no los habían ni siquiera llamado a juicio. Que a él lo habían sacado los Macho de Monte, y que entre los Macho de Monte estaba Edilberto del Cid y Juan González. Que Magallón estaba prófugo de la justicia, pero que no estaba prófugo, que ni siquiera lo estaban persiguiendo porque Magallón había dicho que si a él lo capturaban, él sí iba a decir toda la verdad”, afirmó.
El proceso
En 1971 se abre una investigación por la desaparición de Héctor Gallego. En 1973, se declara el sobreseimiento. El caso es archivado.
“Los elementos probatorios estaban en el expediente iniciado por el gobierno militar, pero habían manipulado la información para sustentar su decisión de archivar el expediente decretando un sobreseimiento provisional e impersonal, alegando que no se había logrado vincular a una persona como responsable”, señala el abogado Carlos Lee.
Lee tomaría el rol de abogado acusador en un nuevo proceso iniciado en el Tribunal Superior del Segundo Distrito Judicial en 1991 luego que monseñor José Dimas Cedeño pidiera la reapertura del caso. La Iglesia Católica se convertiría en querellante.
Los imputados fueron Melbourne Constantino Walker, Nelsón Magallón Romero, Nivaldo Madriñán Aponte y Óscar Alberto Agrazal Jiménez.
En 1994, Walker, Magallón y Madriñán son condenados a 15 años de prisión, la pena máxima aplicable por homicidio. Magallón es declarado prófugo, juzgado y condenado en ausencia.
Nunca enfrentaría la justicia. Se dice que escapó a Costa Rica. La hermana de Gallego asegura que recibió información sobre su localización, pero que ni la Comisión de la Verdad que se conformó para investigar, ni el Ministerio Público, lo fueron a buscar.
“Muchas personas llegaron a dar testimonio y no les tomaron en cuenta el testimonio. En esa época podían haber capturado a Magallón, que era una pieza clave que pudo haber dicho muchas cosas, y tampoco lo hicieron”, lamenta Edilma. “Aquí hay mucho interés. Lastimosamente se piensa más con la política que en el corazón. Siento que los políticos no tienen corazón porque no sienten la humanidad.”
Carlos Lee, abogado acusador en el procesa, asegura que tanto el Ministerio Público como el Órgano Judicial estaban comprometidos con buscar la verdad.
“Me sentí apoyado y con muy buena colaboración para lograr una condena y ese fue el resultado de poder lograr la condena. Debes comprender que ante la ausencia del cuerpo era muy difícil lograrla”, señala. “Es cierto que no se llevó a juicio, por ejemplo, a Noriega quien era jefe del G-2, la razón fue porque estaba preso en Estados Unidos cuando se logró reabrir la investigación en 1991 y si se incorporaba a Noriega había el riesgo de la prescripción de la acción penal, pues para notificarle se hubiese tardado mucho tiempo. Torrijos ya había muerto así que era imposible incorporarlo en el proceso. Lo cierto es que se concluyó que fue un hecho de responsabilidad del Gobierno Militar encabezado por Torrijos y la condena de los tres miembros del G-2 reforzó la teoría de un crimen de Estado”.
En 2021, el gran pendiente sigue siendo identificar el cuerpo de Héctor Gallego.
El cuerpo
Existen distintas teorías de qué pasó con el cadáver del sacerdote. Una dice que lo lanzaron al mar desde un helicóptero, otra que fue enterrado en Cañazas.
Durante el juicio a Walker, Madriñán y Magallón, los imputados aseguraron como parte de su defensa que el cuerpo estaba en Tocumen, Ciudad de Panamá, fuera del cuartel Los Pumas. Era el lugar dónde se enterraban los cadáveres de animales, luego conocido como el Motor Pool.
“En 1999, a finales del gobierno (PRD) del Toro Balladares, vino un testigo a la iglesia a decir dónde estaba enterrado Héctor. Fue cuestión de confesión, no aguantó la conciencia, porque dice que él estaba castigado en el Motor Pool en el momento que vio enterrar a Héctor. Y que entre los enterradores estaba Walker” detalla Edilma. “Walker ya le había dicho en una carta que le mandó al padre Guardia. En esa carta decía que Héctor estaba enterrado en el Motor Pool, que él se había dado cuenta y que él había averiguado. La mandaron en 1991, cuando fue el juicio, para ellos defenderse. Pero no les hicieron caso”.
Al revisar el sitio, se hallaron restos humanos. También se encontró una moneda conmemorativa similar a una que poseía el padre, y la mujer que lavaba su ropa en vida reconoció la camisa.
Los medios de comunicación panameños corrieron a preparar la espectacular noticia. Contactaron a Edilma, en Colombia.
“¿Usted es la hermana del padre Gallego? Quiero que sepa que hoy encontraron a su hermano.”
“¿Cómo así? ¿Dónde apareció? ¿Cómo está?”
“No, aparecieron sus restos”.
“¿Y dónde?”
“En el cuartel militar. Y por ser usted la primicia, la persona que recibió la noticia, queremos que usted venga a Panamá”.
La recolección de muestras y custodia de los restos fue manejada de forma irregular. Fueron enviados para análisis a un laboratorio llamado Fairfax, cuyos métodos se había comprobado ser no idóneos en un proceso previo tras compararlos con resultados de otros dos laboratorios.
La versión oficial dice que los restos no eran del cura Gallego, sino de Heliodoro Portugal, otro desaparecido durante la dictadura.
Veintidós años después, el proceso no se ha cerrado.
“El Estado está obligado a concluir la identificación. La razón de no haber identificado los restos a mi juicio, obedeció a que no hubo un adecuado manejo de los restos encontrados en el cuartel de Tocumen y además Panamá no cuenta con la técnica de exámenes de ADN mitocondria quede el que se debe aplicar con restos de vieja data”, opinó Lee.
La fiscal Geomara Guerra es responsable actualmente de la investigación. Al ser consultada, su despacho respondió:
“El Ministerio Público no ha cesado la búsqueda e identificación de los restos del Padre Gallego; y en conjunto con el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, se efectúan pruebas de ADN sobre los restos exhumados, de los que existe la posibilidad que correspondan al Padre Héctor Gallego, para obtener perfil genético, y someterlo a comparación con familiares, que aún está pendiente de sus resultados”.
La esperanza del campesino
En el pequeño pueblo de Santa Fe de Veraguas se erige un edificio de tres pisos. La foto de Héctor Gallego permanece enmarcada en un gran cuadro dentro de un salón de reuniones.
Hay oficinas, una ferretería y una tienda de víveres.
Eric Concepción era un joven campesino cuando conoció a Gallego. Gracias al sacerdote, terminó sus estudios superiores. Ahora, es el vicepresidente de la Junta Directiva de la Cooperativa La Esperanza del Campesino, creada con la dirección del padre.
“Héctor le permitió al campesino darse cuenta que era un ser humano, que era un hijo de Dios, que tenía capacidades igual que cualquier otra persona. Es allí dónde está el verdadero mérito del sacerdote Héctor Gallego”, apunta Eric.
"Héctor le permitió al campesino darse cuenta que era un ser humano, que era un hijo de Dios, que tenía capacidades igual que cualquier otra persona" - Eric Concepción
La cooperativa empezó con un puñado de campesinos juntando 10 centavos cada uno hasta poder comprar una libra de sal. Con la venta de esa libra, inició la cooperativa. A lo largo de los años crecería hasta convertirse en un negocio millonario con más de 1,400 asociados, con múltiples sucursales, e incluso una planta de café de exportación.
“No es lo que Héctor quiso, no es lo que Héctor soñó”, opina su hermana. “Héctor murió por una vida del campesino muy diferente. Es un supermercado que le compra a las multinacionales lo que venden allí. El sueño de Héctor es que ellos produjeran todo y que vendieran todo para fuera. Que la plata no se fuera para Panamá, ni para las multinacionales, sino que se quedara.”
La vida en Santa Fe ha cambiado desde los tiempos del padre Gallego. El pago por jornada ya no es de 50 centavos por día, sino de 10 dólares. Aunque a algunos jornaleros indígenas y campesinos se les paga 8, o incluso 6 dólares el día.
El nivel educativo aumentó, cada vez hay más profesionales con títulos universitarios e incluso especializaciones. Pero otras cosas siguen igual. Las mejores tierras siguen en manos de unas pocas familias, y los campesinos más humildes sobreviven en las montañas y campos con tierras poco fértiles para el cultivo.
El legado de Gallego, sin embargo, no es un edificio o una cooperativa.
“La única manera que tenemos los campesinos, los trabajadores, la sociedad en general, de enfrentar las situaciones de injusticia, es la organización. Para mí, ese es el legado mayor que dejó Héctor en estas comunidades”, expresa la profesora Nelva Reyes.
Junto a los terrenos de la feria de Santa Fe se encuentra la Casa del Recuerdo. Es una estructura sencilla que cumple la función de mini museo histórico.
Se yergue a pocos metros del sitio dónde fue desaparecido Héctor Gallego en 1971. Alberga unos cuantos tesoros: su Biblia, una sotana, una lámpara de kerosene y un par de fotos. En la pared hay un mural con Gallego en el centro, flanqueado por hombres y mujeres del campo frente a las montañas.
En una esquina del mural, una pequeña pirámide resume miles de libros de política y economía.
Capitalismo > Clase Media > Clase Explotada
Un pedacito de tierra
La mamá de Héctor Gallego estaba en la cocina cuando supo que a su hijo lo habían desaparecido.
Era temprano en la mañana cuando tocaron la puerta de la casa.
“Edilma, anda a abrir la puerta”
Un muchacho sostenía un periódico con el titular “Desaparecido sacerdote colombiano, teme obispo panameño”.
Ella no lo veía aún, solo presentía que algo estaba mal. Escuchó cómo su hija de 11 años abrió la puerta, esperó un poco y exclamó.
“¿Qué le pasó a mi muchacho?”
Jesús Héctor Gallego no volvería a cantar. Ya las vecinas no tendrían la oportunidad de enseñarle nunca a bailar. La alegría de la región había desaparecido.
Pero su legado vive en las montañas de Veraguas, en los corazones de los campesinos a quiénes enseñó el valor de su trabajo y su vida, que armó de conocimiento para que tomaran su destino en sus manos.
Vive en la historia panameña, recuerdo doloroso de la Violencia y deuda pendiente de la justicia.
Vive en el corazón de sus hermanos, y hasta el último día vivió en el corazón de su mamá.
“Cuando yo me muera”, decía Alejandrina a su marido. “Hágame el último gasto. Yo creo que me merezco un pedacito de tierra, me lo compra y me deja allí, no me vayan a sacar de allí. Y cuando Héctor aparezca me lo ponen allí conmigo”.
"Yo creo que me merezco un pedacito de tierra, me lo compra y me deja allí, no me vayan a sacar de allí. Y cuando Héctor aparezca me lo ponen allí conmigo” - Alejandrina Herrera, madre de Jesús Héctor Gallego