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La herida que no cura; a 28 años de la invasión a Panamá

La llaga que no cura; a 28 años de la Invasión a Panamá
La llaga que no cura; a 28 años de la Invasión a Panamá

Muerte. Fuego. Violencia, saqueo, fosas comunes con los cuerpos de panameños y panameñas, niños, jóvenes, adultos que murieron bajo el plomo y pólvora del ejército más poderoso del mundo.

Este miércoles 20 de diciembre se cumplen 28 años de la Invasión de Estados Unidos a Panamá. Las secuelas de esta ofensiva militar son llagas purulentas en la memoria de quien se atreve a recordar.

Las familias cargan el dolor de sus muertos como una cruz perenne impuesta por un destino injusto. La Asociación de Familiares de los Caídos del 20 de Diciembre de 1989 estima que unas 4,000 personas fueron asesinadas durante la Invasión, la mayoría civiles.

Una de ellas fue mi tío, Luis Alberto ‘Chiqui’ Riaño. Yo era un bebé. No tengo recuerdos de él. Crecí con su sombra, con el dolor en los ojos de mi madre, de mis tías y de mis abuelos, con la ira, la impotencia y el infinito amor que sufre por aquello que nunca regresará.

Sus cenizas reposan en una iglesia. Tenemos suerte. Muchas otras familias nunca encontraron el cuerpo de sus seres amados, muchos tuvieron que ver como se abrían las fosas rezando para encontrar algo que les diera algún cierre.

La Invasión de Estados Unidos a Panamá, “Just Cause” como la nombraron los gringos (traducido a “Causa Justa” o “Porque sí” por los más cínicos), representó el despliegue de armamento militar de punta previo a la futura Operación Tormenta del Desierto en Irak.

La mayoría de las víctimas fueron civiles, quienes también fueron los que más sufrieron la ola de saqueos e inseguridad que vino después. Las armas utilizadas por los norteamericanos servirían después para armar a las pandillas y otras organizaciones criminales dentro de nuestro Panamá.

Este miércoles no se dejará de trabajar, como sí se hace para el Día de los Símbolos Patrios o la Fundación de Panamá la Vieja. Se ha decidido que es un “Día de Reflexión Nacional”.

Reflexionemos pues, sobre nuestros muertos, sobre lo frágil que son nuestras vidas, sobre las cenizas de las que se forjó la República de Panamá y su democracia como la conocemos. A sangre y metal, juramentando a un presidente dentro de una base militar, dando las gracias en Washington por ser “liberados”.

No es esta una apología al militarismo, ni un llamado al odio. En el Panamá de hoy plagado por casos de corrupción y una total falta de credibilidad y confianza en nuestras instituciones me gustaría que recordemos, que reflexionemos, sobre el precio que se pagó para rescatar esas instituciones. La democracia se construye todos los días, y este 20 de diciembre hay algo que todos podemos hacer para honrar lo que perdimos.

Prohibido olvidar.

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