TVN Investiga: relatos de las víctimas de la otra pandemia
Vivir con una enfermedad crónica es vivir con dolor, luchando cada día contra un mal que nunca se detendrá. Miles de panameños y panameñas lo hacen todos los días.
Mientras tanto, millones de dólares se pierden en obras inconclusas, corrupción y malos manejos. Al dolor de la enfermedad, se suma la impotencia de un sistema que juega con sus vidas.
Parálisis en Colón
Era la mañana de un 24 de diciembre de 2017. Mientras muchos se preparaban para recibir la Navidad, Isabel Pérez llevaba a su hija Milagros de 16 años al Hospital Manuel Amador Guerrero de Colón.
Había estado sufriendo fuertes dolores de cabeza y malestar. Finalmente, le habían dado cita para una resonancia magnética en enero del próximo año. Pero Milagros no estaba bien.
A las 11 am entraron al hospital. Había pocos doctores y personal médico. Mientras esperaba ser atendida, Milagros empezó a convulsionar. A las 5 pm le dijeron a su mamá que se retirara. A las 7 de la noche la volvió a ver, ahora completamente intubada.
Milagros, una joven colonense que corría, jugaba y tenía un futuro lleno de planes, había quedado completamente paralizada a cause de un derrame. Así permanece, con un tubo para respirar y otro para comer.
“A veces la impotencia me invade, pero continúo. Es muy doloroso verla en ese estado y que no pueda hacer nada. Depende de mí 24/7”, cuenta su madre quien se encarga de limpiarla, alimentarla y velar por todas sus necesidades.
Milagros pasaría 42 días en Cuidados Intensivos y luego 9 meses en Medicina Interna del Hospital Santo Tomás. Actualmente necesita tomar 8 medicamentos, y atenderse con especialistas en Reumatología, Medicina Interna, Cardiología, Fonoaudiología, Fisioterapia y Rehabilitación.
El gasto mensual en medicamentos es de alrededor de 400 dólares. En transporte, pagan 18 dólares semanales a un taxista para ir a las citas en Colón, y 80 dólares por cada viaje a Ciudad de Panamá para las citas de Neurología y Gastrología. Cambiar el tubo por el que respira cuesta 66 dólares y tienen que ir a la capital.
El subsidio de Ángel Guardián que les otorga el Gobierno Nacional es de 240 dólares y llega cada tres meses.
“Siempre uno persiste como madre. Busco, toco, llamo. Siempre Dios manda ángeles al camino de uno”, afirma Isabel.
Desde septiembre del 2019, su niña no ve a un médico especialista. Sus citas eran para abril, y se cancelaron a causa de la pandemia de COVID-19. La suspensión en su tratamiento la ha afectado, su madre cuenta que ahora tiene movimientos extraños, que ya no puede tragar, y a veces la encuentra llorando.
“He llamado varias veces y me dicen que todavía no están atendiendo, que no hay consulta externa. Yo entiendo bien que estamos en pandemia, pero hay que enfocarse en la salud de los panameños”, exclama Isabel.
Limpieza de sangre en un sistema tóxico
Aura Cohen tenía 24 años cuando le diagnosticaron Síndrome Hemolítico Urémico Atípico, una rara enfermedad para la cual necesita un trasplante de riñón. Pero el medicamento que necesita no existe en Panamá. Tampoco lo puede comprar por su cuenta, solo los gobiernos lo pueden adquirir. Sin la medicina, el trasplante podría resultar un fracaso fatal.
Mientras tanto, Aura sobrevive realizándose hemodiálisis tres veces a la semana. La hemodiálisis es un procedimiento mediante el cual se “limpia” la sangre del cuerpo. Los pacientes duran unas 4 horas conectados a una máquina.
“Estuve contagiada de COVID. Nosotros estamos muy expuestos, muchos viajan. Yo me contagié, estuve hospitalizada. Lloré, uno sabe que está enfermo y no sabe qué va a pasar”, recuerda Aura.
Tuvo que ser trasladada al Complejo Hospitalario de la Caja de Seguro Social. Allí, estuvo varios días sin recibir hemodiálisis.
“Intoxicación, hinchazón. No podemos tomar nada de líquidos. Pasamos días como una esponja absorbiendo líquidos. El cuerpo se sigue intoxicando y en algún momento colapsas. Conocí a muchos que hoy no lo pueden contar”, apuntó.
Al quinto día, llegó su turno. Pero justo en ese momento llegó otro paciente que había tenido un paro cardíaco. Él llevaba 7 días sin hemodiálisis. Solo había equipo para atender a una persona. Una doctora le dijo a Aura que, si no cedía su puesto, él hombre podría morir.
El sistema golpea la voluntad de las personas día tras día. Aura cuenta como en los hospitales faltan medicamentos, por lo que tienen que comprarlos afuera. En medio de la pandemia, a veces ni mascarillas tienen para ofrecer a los pacientes.
“Del 1 al 10, ni siquiera le pondría un 1 viviendo lo que se vive. Lo que el gobierno debería hacer, no lo están haciendo”, cuestiona. “No se toman de corazón el sentir de los pacientes porque no lo viven. No se ponen en nuestros zapatos”.
La pensión de Aura es de 145 dólares mensuales. Vive con su mamá. Cocinan y hacen dulces que luego venden para conseguir algo de dinero.
Los escándalos de corrupción en temas como la construcción de la Ciudad de la Salud la frustran.
“Cuando ellos o un familiar caen enfermos, van a un hospital privado, pagan su tratamiento y no pasan por el páramo que uno tiene que pasar. Si hablamos de temas de corrupción, se limpian las manos. Nosotros pagamos todo”, lamentó.
Hasta el día que Dios te mande a buscar
Emperatriz del Cielo Vergara tiene diabetes mellitus tipo 2. Ha vivido 34 años con la enfermedad, desde que se la diagnosticaron en 1987 durante su segundo embarazo. Como consecuencia, sufre de hipertensión, artrosis en el pie, dolores en la pierna y mala circulación.
“Es una enfermedad crónica, tienes que vivir con esa enfermedad hasta el día que Dios te mande a buscar”, comparte Emperatriz del Cielo. “No hemos tenido la atención debida de parte de los hospitales. Somos los más vulnerables. Al ir a un sitio con aglomeración de gente, no sabes quien tiene COVID. Hemos pasado sin medicamentos, sin insulina. Hace seis meses que no me ve un médico”.
Emperatriz del Cielo hace todo lo posible por cuidarse ella misma. Cuenta que es difícil conseguir atención en los hospitales y salas de Urgencias, que “tienes que ir muriéndote para que te atiendan”.
Ella es miembro de la Asociación Panameña de Diabetes (Apadi), capítulo Hospital Santo Tomás. Cuando fue la primera vez, era un grupo de 60 personas. Ahora, solo quedan 2.
En cada reunión de la Asociación, cuenta Emperatriz del Cielo, suele ver unas 50 caras nuevas. Considera que esto es una muestra de la gran cantidad de la población con diabetes que hay en Panamá en busca de atención.
“Si no le pones atención a tiempo, esto te mata rápido. La mayoría del pueblo que sufre de diabetes son personas de bajos recursos. Hay que tener una alimentación sana, y la alimentación sana cuesta”, explica.
El Bono Panamá Solidario que le llega lo usa para comprar medicinas. La bolsa de alimentos que reparte el Gobierno Nacional no le sirve, está llena de alimentos enlatados altos en sodio que una persona diabética no puede comer.
Observa que la Caja de Seguro Social “se está cayendo a pedazos”, mientras escándalos de corrupción envuelven obras que deberían ser para el beneficio de la población.
“Se bota el dinero y nadie da razón de nada. ¿Dónde está la gente que debe dar la cara por lo que hizo? Paseando, haciendo de su vida lo que le da la gana mientras el pueblo se muere de hambre”, sentencia.