ELN se prepara para el fin del cese al fuego
Una treintena de guerrilleros con los rostros cubiertos trotan mientras corean consignas de guerra. Los combatientes del ELN aprovechan el cese al fuego temporal en Colombia para acondicionarse física y militarmente para cuando vuelvan los enfrentamientos.
"Suponemos que va a haber una arremetida militar (de la fuerza pública). Lo hicieron previo al cese y lo suponemos posterior al cese, nos estamos preparando para eso", dice "Uriel", comandante del Frente de Guerra Occidental Ómar Gómez, que opera en el selvático departamento del Chocó, fronterizo con Panamá.
Los hombres y mujeres que conforman este frente dedican cuatro horas diarias al acondicionamiento físico y el aprendizaje de tácticas militares desde que entró en rigor, el pasado 1 de octubre, el cese al fuego entre los insurgentes y el gobierno en el marco de los diálogos de paz.
El silencio de los fusiles, que finalizará el 9 de enero, aunque las partes no descartan prolongarlo, es el primero en los 53 años de levantamiento armado del Ejército de Liberación Nacional (ELN), reconocida por el gobierno como la última guerrilla del país tras el desarme y conversión en partido político de las poderosas FARC.
Con unos 1.800 combatientes, el ELN es uno de los actores del conflicto armado colombiano, que ha dejado casi ocho millones de víctimas entre muertos, desaparecidos y desplazados.
Componente importante
"La lucha armada sigue siendo un componente importante en las transformaciones que Colombia necesita", dice "Uriel", que esconde su rostro detrás de un paño rojinegro, los colores de esta guerrilla inspirada en la revolución cubana.
Los negros, indígenas y mestizos del frente Ómar Gómez están activos desde las cuatro y media de la mañana, hacen llamado a lista, cantan el himno del ELN, dividen tareas y pasan a desayunar.
Una vez se alimentan, empiezan su rutina diaria de ejercicio y de adiestramiento táctico-militar, que incluye formación en manejo de explosivos, en una cancha de fútbol de una remota localidad del Chocó, el departamento más pobre de Colombia y donde también operan grupos narcotraficantes de origen paramilitar.
Los guerrilleros toman madera de la selva que hacen pasar por sus fusiles. Se forman en líneas y lentamente y agachados se desplazan simulando que están patrullando en la densidad de la jungla. Un guerrillero veterano, que no dice su nombre, los dirige.
Cuando terminan de practicar, almuerzan y después asisten a clases de formación política en las que enfatizan en las causas de su levantamiento armado.
El cese al fuego, que -salvo el asesinato de un gobernador indígena en Chocó a finales de octubre por parte del ELN- no ha presentado violaciones, les permite actividades que los rigores de la guerra convierten en utopía.
"Si en el algún momento vemos (...) que no son necesarias las armas para conquistar esa vida digna, esas mejores condiciones para las mayorías de Colombia, estaríamos dispuestos a evaluar si las necesitamos o no", asegura el comandante, que desconfía de la voluntad de paz del gobierno.
Cuando cae el sol en la selva chocoana, los rebeldes se aprestan a comer. Tienen unos minutos libres y se acuestan temprano. Al siguiente día los esperan más ejercicios.