Las calles, el último refugio de los más golpeados por la crisis argentina

Una mujer se abriga en una calle en Buenos Aires / AFP
Afp
24 2019 - 10:28

Las calles de Buenos Aires son una vidriera de la crisis económica argentina, la peor desde 2001. En hospitales, en plazas, en estaciones de tren, se multiplican las personas que, entre mantas y cartones, hacen de la vía pública su último refugio.

Argentina atraviesa desde 2018 una grave crisis económica, con alta inflación (37,7% entre enero y septiembre) y aumento del desempleo (10,6%) y la pobreza (35,4%, con 7,7% de indigentes).

En julio, al inicio del invierno austral, había 1.146 personas viviendo en las calles porteñas, según estadísticas del gobierno de la ciudad. Sin embargo, un relevamiento de organizaciones sociales contó para ese mismo momento 7.251 personas sin hogar, de las cuales 52% afirmó estar por primera vez en situación de calle.

Soledad: "Como lo que me da la gente"

Soledad Sánchez, 36 años, tiene 7 hijos de entre 2 y 19 años, y es abuela de un bebé. Habita a pocos metros del célebre Teatro Colón, pero muy lejos de sus lujos. Pasa los días sentada en la puerta de un supermercado, esperando que alguien le regale algo para comer, y las noches en el cubículo de un cajero automático. "Como lo que me da la gente. Si no, no como", dice.

Ya de niña había vivido en la calle con su madre, pero hasta febrero de 2018 con lo que ganaba su marido reciclador, sumado a una ayuda gubernamental, pagaba un hotel para pasar las noches.

Cuando perdieron ese subsidio, su esposo se suicidó. "Se mató por la situación que estábamos viviendo. Nos amenazaban con que si no nos íbamos (del hotel) nos iban a quitar a los chicos y él un viernes a las tres de la tarde se prendió fuego", recuerda.

Sánchez quedó viuda y sin techo. "Antes tenía donde vivir, donde hacer dormir a mis hijos, los podía bañar, darles de comer, todo. Ahora no es vida", dice, abrazada a su hija de 6 años, que abandonó la escuela porque le robaron los útiles, mientras que otra, de 15 y con discapacidad, la mira desde la esquina.

El resto de sus hijos, aclara orgullosa, están escolarizados: "Los mando a la escuela para que el día de mañana sean algo, no como yo".

Salir de esta situación es un anhelo por ahora inalcanzable. "Con siete chicos, nos cuesta 12.000 pesos (200 dólares) alquilar, y además, no te aceptan en cualquier lado", detalla.

José: "Se siente mucha desolación"

José Rivero, de 37 años, llegó hace cuatro años a Buenos Aires desde la provincia de Salta (norte). Aunque no consiguió empleo formal, siempre se las había arreglado para "inventar trabajo en donde no lo había".

El último fue en un puesto de objetos usados en una feria. Pero hace tres meses perdió su lugar y con ello también la posibilidad de seguir alquilando. Hoy pasa sus días en los alrededores de un hospital público y por las noches duerme en un albergue estatal.

"Me quedé sin nada", se lamenta.

Para juntar un poco de dinero, ayuda a dos mujeres en sus improvisados puestos de venta de café y sándwiches a la puerta del hospital. "Vivo el día a día, gano 200 pesos (3 dólares) diarios, pero con lo caro que está todo ¿qué hago con eso?", dice.

La vida en la calle hace que todo sea más difícil. "En todos lados me dicen que me van a llamar (por trabajo) pero nunca lo hacen", comenta preocupado pues hace poco le robaron el celular.

"En la calle se siente mucha desolación", reflexiona. Pero no pierde la ilusión de conseguir trabajo: "Yo vine de Salta con la esperanza de salir adelante y, bueno, todavía no me rindo".

Francisco: "Hay que aceptar la realidad"

Con más de una década en la calle, en cambio, Francisco Omar Niubó, de 60 años, ni sueña con dejar la galería del hospital en la que vive. "Hay que aceptar esta puta realidad y no ambicionar lo que sabés que no vas a lograr", aconseja.

Hace 15 años comenzó a sufrir la falta de trabajo, hasta que el dinero que cobraba como pintor ya no le alcanzó más para pagar un alquiler. Hoy, asegura, la situación está más difícil que nunca.

Durante el día, recorre la ciudad con un maletín de madera cargado de pinceles y tarros de pintura, con la esperanza de que alguien le encargue decorar la vidriera de un local o hacer algún cartel. "Cada vez trabajás menos y cada vez alcanza para menos con lo que uno gana", afirma.

"Antes, hace 5 años, en los distintos barrios a los que iba, el que no te invitaba un café, te invitaba una gaseosa, una cervecita, un sándwich... Hoy no tienen para comer ellos, mucho menos para darme una changuita (trabajo informal) a mí. Empeoramos muchísimo".

Niubó vive el día a día: "Antes uno decía 'Dios dirá', pero parece que el Barba se tomó vacaciones porque nos estamos cagando de hambre mal".

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