'Hubo un tiempo en que nadie se acordaba' de monseñor Romero, dice su hermano
Monseñor Óscar Arnulfo Romero no pudo tener ni un funeral en paz porque fue saboteado con bombas y balas, un recuerdo doloroso que rememora su hermano Gaspar Romero a pocos días de que el venerado pastor salvadoreño sea canonizado en Roma.
Gaspar, de 88 años, cuenta a la AFP los drámaticos momentos que vivió luego de aquel lunes 24 de marzo de 1980 cuando al anochecer su hermano cayó abatido por un disparo, en momentos que oficiaba misa en una capilla del hospital oncológico Divina Providencia.
Para estar presente el próximo 14 de octubre en la canonización de su hermano, Gaspar tuvo que pedir un préstamo para viajar a Roma junto a siete familiares para presenciar la solemne ceremonia, que será presidida por el papa Francisco.
"La familia está muy orgullosa, muy honrada, hasta estupefacta por el increíble acontecimiento que se avecina", dice Gaspar.
Está convencido de que el ascenso de monseñor Romero a los altares "es un regalo de Dios para el pueblo salvadoreño, que está sufriendo por tanto crimen de la violencia social".
Bombas en el funeral
Las exequias del arzobispo Romero desafiaron el estado de sitio que regía en 1980, que impedía la reunión de más de tres personas en lugares públicos.
Ese fue uno de los pasajes más angustiantes e indignantes que vivió Gaspar, porque la feligresía que participaba en el funeral, estimada en más de 150.000 personas concentradas frente a la Catedral de San Salvador y calles adyacentes, fue disuelta con bombas y balas.
El estruendo de las explosiones y la balacera provocó el pánico en la multitud que se había presentado con retratos de Romero o palmas aquel fatídico 30 de marzo, domingo de ramos.
Entre los presentes figuraban activistas de la Coordinadora Revolucionaria de Masas (base de la guerrilla), algunos de ellos con pistolas y fusiles.
Tras los incidentes, se interrumpió en forma abrupta la misa que era oficiada por el enviado especial del papa Juan Pablo II, el cardenal y entonces arzobispo primado de México, Ernesto Corripio Ahumada.
"La misa no se pudo terminar. La plaza estaba llena, de repente estalló una bomba en medio de la gente. Yo vi que estalló y voló gente por todos lados, fue algo indescriptible", recordó Gaspar.
Después de la explosión "la gente salió corriendo buscando refugio, y desde los edificios altos estaban las autoridades disparándole a la gente que estaba corriendo".
Con los incidentes, muchas personas aterrorizadas se refugiaron en la Catedral y el ataúd gris de Romero fue ingresado apresuradamente al templo.
"Lo enterraron a la carrera, lo metieron en un lugar improvisado" en el costado este de la Catedral, cuenta con nostalgia.
El prolongado ulular de las sirenas de las ambulancias que evacuaban a los heridos aumentaba la confusión y la angustia de religiosos y feligreses, que debieron abandonar la Catedral al final de la tarde "con las manos sobre la cabeza" para evitar cualquier sospecha ante los cuerpos de seguridad.
Con los años, los restos de Romero fueron exhumados y trasladados a un mausoleo en la cripta de la Catedral.
El saldo de la estampida humana fue de al menos 40 muertos, muchos de ellos aplastados o asfixiados, y más de 200 heridos. La plaza quedó tapizada de zapatos y palmas.
Prohibido hablar de Romero
Pocos días después del conmovedor magnicidio, hablar de Romero era un tema proscrito y llevar sus escritos era una virtual sentencia de muerte si eran descubiertos por las autoridades.
Antes y después del asesinato de Romero, religiosas, catequistas y una veintena de sacerdotes corrieron la misma suerte en El Salvador en manos de los escuadrones de la muerte y cuerpos de seguridad.
"Nos sentimos solos, porque hubo un tiempo en que nadie se acordaba de él, empezando por la alta jerarquía (de la Iglesia), pensábamos que era por mandato del capital" que lo mataron, rememora.
Durante años, cada 17 de agosto, fecha del cumpleaños del pastor, solo la familia se encargaba de celebrarlo de una forma modesta.
Gaspar celebra que después de la época de persecución y muerte que hubo durante la guerra civil (1980-1992), monseñor Romero será reconocido como el primer santo salvadoreño.