Ser bombero en Panamá: entre el sacrificio y la satisfacción
No tienen capas, ni espadas y tampoco súper poderes. Trabajan las 24 horas, durante los 365 días al año. Mientras todo el país duerme, ellos están de centinelas y cuando se presenta una emergencia, sea lo que sea, el primer grito de auxilio que suele resonar entre la multitud es: ¡Llamen a los bomberos!.
Portar la casaca roja, lo hace cualquiera, pero rendirle honor al uniforme con “Disciplina, Honor y Abnegación”, como dice el lema de la institución, es una virtud que solo tienen aquellos hombres y mujeres que entregan su vida por este cuerpo colegiado con sacrificio y dedicación.
El cantautor cubano Silvio Rodríguez en su canción “El Elegido”, tiene una expresión que reza: “Lo más terrible se aprende enseguida y lo más hermoso nos cuesta la vida”. Soy un convencido que los bomberos viven está frase a plenitud, con cada día de servicio que prestan.
El Benemérito Cuerpo de Bomberos de Panamá es la institución de seguridad pública más antigua del país y la única que se ha mantenido firme durante los momentos más duros de la República. Fueron el único estamento de seguridad estatal que prestó servicio activo a la población durante la invasión norteamericana el 20 de diciembre de 1989.
Hacer lo que hacen los bomberos es un misterio que solo pueden explicar quienes están dentro de la institución participando de manera activa y los que dedican parte de su tiempo de manera voluntaria.
Conocí a los bomberos de forma cercana a los 14 años. Ingresé de la mano del Cabo II, Gustavo Gálvez, quien me habló de lo que hacían los voluntarios y motivó a este chico rebelde en busca de nuevas experiencias a entrar a las filas de la VI Compañía Miguel Rodríguez, que tiene su sede en la estación Mario Lasso del distrito de La Chorrera y era comandada por el Capitán Felipe De Gracia (QEPD).
Como era menor de edad y no existía en aquel entonces una brigada infantil, ingresé como “Mascota”. Este era el nombre que le daban a los menores de edad dentro de las compañías bomberiles. Me emocionaba llegar todos los jueves a la reunión semanal y firmar de último en la lista.
Siempre estaré agradecido con oficiales como: Jaime Waterman, Sebastián Morales y otros tantos oficiales, clases y tropa, que son tantos que he olvidado sus nombres. Me acuerdo de los sobrenombres, pero no voy a mencionarlos aquí.
Dentro de las filas bomberiles aprendí de la camaradería con la que se vive. La vida como voluntario es diferente a las experiencias dentro de la otrora Guardia Permanente, hoy Extinción, Búsqueda y Rescate (Exbure). En más de una ocasión preste servicio por 24 horas en la Estación 2 de Guadalupe en La Chorrera. Ahí entendí más de cerca el trabajo y porque cuando todo el mundo está saliendo de una zona de peligro, los bomberos entran con valor, dispuestos a salvaguardar vidas y propiedades.
Cuando llega la temporada seca al país, se desatan los incendios de herbazales. El desgaste de los bomberos es enorme. He sido testigo de cómo se empieza a sofocar un incendio a las 3:00 de la tarde, se culmina ese punto y surge otro más grande, el cual se logra controlar a las 2:00 de la madrugada. Son horas de intenso trabajo y de alto riesgo.
Vi como la noche nos atrapaba en medio de un fuego en el Parque Nacional Soberanía. El terreno era hostil y las llamas salvajes no daban tregua. Este infierno fue controlado por un equipo de 7 bomberos comandados por el entonces Capitán, hoy día Mayor, Jorge Carreño.
Vea el especial: Fuegos que desgastan la vida
El bombero también sacrifica tiempo con su familia. Festividades importantes como Navidad, Año Nuevo, entre otras, no siempre son celebradas en el calor del hogar. Mientras todos festejan, ellos están de guardia, para atender cualquier emergencia que se presente.
La muerte en cumplimiento del deber del Sargento I Manuel Naar en un fuego ocurrido el pasado 22 de septiembre en el barrio de El Chorrillo, puso sobre el tapete público el trabajo que hacen los bomberos; y miles de personas en redes sociales mostraron su gratitud a estos héroes de carne y hueso.
Los llamados “Camisas roja”, a pesar del dolor por la pérdida de un compañero siguen prestando servicio a la ciudadanía. No debemos olvidarnos nunca de ellos, en especial los gobiernos.
Aunque en los últimos años, los bomberos se han modernizado y cuentan con mejores equipos, de los que yo conocí cuando entré a formar parte de la institución a finales de los 90, aún falta mucho por hacer.
Algunos cuarteles merecen ser remodelados, para que el personal de turno se sienta bien. Esta es su casa y debe estar en las mejores condiciones. La tropa debe estar motivada y que mejor manera de hacerlo que a través de una buena paga.
En el interior del país también hay muchas cosas que mejorar y que el gobierno central debe prestarle atención.
El Estado panameño se gasta millones de dólares en cosas que no resultan útiles y ese dinero debería aprovecharse para dárselo a las personas que de verdad trabajan por todos los panameños y panameñas de manera comprometida.
Siempre al terminar los desfiles patrios en La Chorrera. Todas las compañías rompíamos formación frente a la estación principal, cuando el Mayor Celso Zamora daba las instrucciones, el clarín sonaba y los más de 300 bomberos formados gritábamos con orgullo y a todo pulmón: “Disciplina, Honor y Abnegación”.