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Las historias que no se cuentan en Changuinola

Terminal de transporte de Changuinola, un domingo por la mañana. / Isaías Cedeño

Bocas del Toro, Panamá/El sonido de una avioneta aterrizando interrumpió el sueño aquella mañana. Era el primer domingo de septiembre. Hacía más frío de lo habitual. Las ganas de dejar las sábanas se habían extinguido, pero había que ponerse en marcha. Terminaba la visita de tres días en Changuinola; un viaje que me mostró el rostro de un pueblo que no les indiferente a nada, y una tierra donde florecen los sueños en medio de temibles leyendas.

Changuinola es el corazón económico de Bocas del Toro, la más recóndita provincia de la República de Panamá. Para llegar allí por tierra son necesarias más de 12 horas de viaje. Es una ruta llena de montañas y precipicios. Este pueblo, de apenas 31 mil habitantes es además el cuarto sitio con menor desigualdad de género en todo el país. De hecho (y para algunos paradójico), su índice de empoderamiento supera a provincias como Herrera y Chiriquí, según informe de las Naciones Unidas para Desarrollo.

Ramón Almanza fue el guía durante los días de expedición. En una platica comentó que no debía abandonar Bocas del Toro, sin antes vivir la experiencia de cruzar la frontera. En tan sólo 150 pasos, sin controles rigurosos, se llega de Panamá a Costa Rica.

A las afueras del hotel donde pasé la noche tomé un taxi hacia la terminal de buses. El conductor sólo cobró 70 centavos por casi 5 kilómetros de viaje. Es el trayecto más barato que jamás he contado.

El camino a la frontera está rodeado de árboles de plátano. / Isaías Cedeño

El hogar de un violador

La terminal estaba viva a pesar que era domingo, el respetado día de descanso de todo el pueblo. Había mucha gente: mujeres con hijos pequeños, hombres con bolsas de comida y muchachas coquetas que retocaban sus mejillas con colorete (labial). Viajaban a todas partes y abordaban por cualquier sitio. Es un sitio desordenado. Hay puestos de chucherías, comida y barberías que ofrecen catálogos de cortes idénticos a precios de oferta.

El pasaje hacia la frontera cuesta apenas $1.25. Van uno encima de otros y el idioma nativo se confunde con el español. A veces hay momentos en el que es imposible descifrar qué lengua se habla.

En la ruta hay cientos de hectáreas de sembradíos de bananos y una cárcel que se camufla entre los bosques de plátano. Uno de los pasajeros del autobús comentó que la prisión de Changuinola es el hogar de varios criminales en serie. Dice que uno de sus preso cumple condena por haber violado y matado a media docena de mujeres.

El tétrico y pesado ambiente que produce el encierro sobresale de las paredes de la cárcel, y se puede respirar al pasar frente a ella. Más adelante, las hectáreas de plátano se interrumpen por potreros de ganado, la rigurosa Aduanas y varios pequeños vecindarios que cumplen la regla de los pueblos apartados: iglesia, cantina y colegio.

El viejo puente sobre el río Sixaola. / Isaías Cedeño

Progreso y desamor

Un viejo puente sobre el río Sixaola une las fronteras de Panamá y Costa Rica. A su costado está en pie otro puente. Una placa revela que era la conexión económica entre ambas naciones. Por allí se transportaba todo el banano que se producía en Changuinola y todo el café que Costa Rica brindaba para la exportación. Era sitio de intercambio. Ahora se construye uno nuevo con el apoyo del gobierno de México, esperan que otra vez se pueda transportar mercancía por esta ruta, algo que no se hace desde que se descubrió la ruta de Paso Canoas, la vecina provincia de Chiriquí.

Del lado de Panamá hay una serie de tiendas Duty free donde la mayoría de sus compradores son de Costa Rica. Jóvenes de todas las edades abarrotan las estantería para comprar licores panameños y vinos de reserva, muy bien custodiados en bodegas.

El puente es utilizado también por mochileros que van hacia isla Colón o llevan como destino la ruta de los volcanes centroamericanos. Muchos viajeros se detiene a la mitad para tomar una fotografía o mirar el cause del poderoso Sixaola. Le atrae las historias de hombres que se lanzaron al río, por desamor y murieron devorados por los lagartos.

El taxi rojo de los ticos. / Isaías Cedeño

Al otro lado del puente

Al cruzar el puente, un auto rojo (como el de Vilma Palma) dio la bienvenida; Su conductor ofertaba transporte barato hacia la próxima terminal de buses. Por aquellos días, Costa Rica celebraba su fiesta patriótica. Todos los comercios estaban adornados con faroles de la independencia.

En un pequeño bar, al pasar el puente, promocionaban las cervezas más frías de todo Guabito, pueblo fronterizo de Costa Rica. El producto estrella es la 'Imperial', la bebida más importante para los ticos, después del café.

El local estaba lleno de extranjeros. El único costarricense era el tipo que atendía. En la barra, un argentino abrió la platica. Iba subiendo hacia México. Antes recorrió San Blas y bailó en Ciudad de Panamá.

La 'Imperial' estaba realmente helada. Fue la mejor manera de terminar ese día. A la mañana siguiente, era el momento de volver a la redacción. No regresé a Panamá sin una buena porción de café que huele a Costa Rica y el corazón heridos, por la cervezas que no sobrevivieron a los controles aduaneros.

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