La historia que juntos escribimos
Madrid, España/El reloj se adelantó seis horas. El tiempo se robó las sonrisas y la memoria guardó sus rostros. Fueron minutos donde no hubo manera de definir los sentimientos. El corazón latía rápido. Era por miedo y felicidad. Estaban juntas en el mismo lugar. Era algo inexplicable; antagónico y armonioso. Luego de un rato el libro de viaje se abrió y un hombre de acento alemán y ojos de Mona Lisa puso el sello de bienvenida. Fue la última aventura del 2017, la de historias todavía no contadas.
Estaban todos reunidos. Se reían y tomaban fotografías. Intentaban olvidar, por unos instantes, que dentro de poco darían un abrazo que tenía que durar diez meses. El reloj con su imparable tic-tac, parecía perseguir el momento que unos querían congelar. Pero era inevitable, la maleta ya estaba hecha y el agente de migración esperaba en la puerta.
Ningún otro viaje, ninguna otra historia fue tan incierta como esta. Las trece horas de vuelo que quedaban por delante eran el presagio de un complejo relato, donde los colores y formas tomarían partido sin pedir permiso. Se colocarían en su lugar, sin importar que lo ocupara otro. Fue entonces cuando el avión aterrizó y el reloj había ganado las horas, que para otros se habían perdido.
Uvas y Champagne
La imponente Puerta del Sol prepara todo para las campanadas del 31 de diciembre. Es la escena que seis horas atrás sólo se ve por televisión. Frente al reloj de la torre se ve el pasado, el presente y el futuro. La uvas lo narran todo y la copa llena y burbujeante celebra el inicio y el fin. Son segundos en los que sólo da tiempo para abrazar y recordar, sobre todo recordar…
Es la sonrisa de Marta, la de Guatemala y la voz de Micaela, la de los boleros de La Habana. Dos mujeres reales, con historias fascinantes. Una le canta a las melancolías y otra las borra con guisos. Una le reza a al Dios de los cristianos y la otra lo hace al Dios del Sol. Son los rostros de las divinidades que a muchos le dan esperanza y a todos los mueve a hacer el bien, ya sea atrapado en Cuba o entre los gigantescos volcanes guatemaltecos.
Faltas unas cuantas uvas. Es la fantasía envuelta por la realidad, las memorias de lo que fue y la ilusión de lo que será. Es la tasa de café, pero sin azúcar; la misma que se sirve mejor en Costa Rica y deja lecciones tan profundas como la de no abandonar a un amigo. O los relatos insospechados de las reliquias del campanario de Natá, donde el misterio se fusiona con la religiosidad más ferviente, justo antes de medianoche.
Las historias que escribimos juntos
Fueron muchos los títulos que nos abrieron el corazón y muchos los relatos que nos llenaron el alma. Fue un año donde se perdió el miedo a las alturas y con los ojos cerrados saltamos al vacío desde 13 mil pies de altura, en los cielos de Contadora. Y donde cocinamos las leyendas más espeluznantes de Changuinola.
Fue un año de sorpresas, de viajes inesperados y de nuevos amigos. Fue un año donde viví el periodismo en la piel y conté una de las historias para la que por años me preparé. Vi el rostro de una Colombia llena de ilusión y escuché el discurso de un líder religioso que de manera inédita habla nuestro idioma. Pero también conté historias desagradables, como la de los sobornos de Odebrecht y su idilio con el poder o las esquivas del expresidente Ricardo Martinelli en prisión extranjera.
Me quedo con lo bueno, pero no olvido lo malo; es de allí donde se aprende. Me quedo con la sonrisas de las decenas de personas que conocí. Me quedo con sus historias, esas que me hacen feliz. Me quedo con Guatemala, Cuba, Costa Rica, Colombia, Malta y mi querida Panamá. Y me preparo para esta nueva vida, desde Madrid en la que siempre estaremos conectados, por aquí, por estas letras que siempre escribimos juntos.
¡Feliz 2018!