'Panamá Radio': La sonriente nostalgia de todo un país
Subversivo e iconoclasta, seguramente sin proponérselo, respecto a la prestigiosa tradición del documental de memoria latinoamericano (mayormente concentrado en latrocinios, dictaduras y grandes males políticos) "Panamá Radio" ofrece 60 minutos de cordial y fresca remembranza de una época (los años sesenta hasta los ochenta) y una ciudad, y una nación que ha cambiado muchísimo, para mal y para bien, a lo largo de todos estos años, y hoy es bien distinto el paisaje urbano en torno a la Plaza 5 de Mayo, que era el centro de la ciudad de Panamá.
Mientras el espectador se informa, y compara inevitablemente la Panamá de antes con la de ahora, también disfruta del carisma, y la habilidad para la conversación fluida y esencial, de los dos principales personajes: Dora de Ángeles y Lydia García, dos amigas que trabajaron en la tienda de música llamada Panamá Radio, ubicada en la 5 de Mayo, y que recuerdan ante la cámara su juventud, cuando vivieron rodeadas por la música y las estrellas que visitaban la tienda.
Tal vez debí escribir que hay tres personajes principales y no dos, pues al simpático dúo de nostálgicas pero nunca melancólicas ancianas, se une el realizador, guionista y entrevistador Édgar Soberón Torchia, encargado de evocar, desde los primeros minutos, las razones que lo animaron a redescubrir esta historia de una tienda de discos que era mucho más que eso.
Cuando se habla sobre los personajes protagónicos, y "las voces" que ocupan la mayor parte del considerable volumen referencial e informativo, debe añadirse que ninguno de los sesenta minutos del documental se dedica a la autorreferencialidad onanista, tan en boga en este tipo de proyectos: el realizador apunta las razones que vinculan su historia personal con el tema del documental, pero "Panama Radio" no es, en ningún caso, un filme sobre el director ni relativo sólo a sus recuerdos o apreciaciones personales.
Más cerca de este tipo de meditaciones autobiográficas se coloca el excelente largometraje de ficción, también visto en el Festival Internacional de Cine (IFF) de Panamá 2019, "La estación seca", en el cual Edgar interpreta, como actor, un personaje muy cercano a sí mismo, y participa en varias escenas de matiz confesional, muy vinculado a la estética que anima aquel proyecto.
A "Panamá Radio" le sobrarían las reflexiones íntimas, puesto que el filme pulsa más bien una fascinante yuxtaposición de testimonios fotográficos, fragmentos musicales y anécdotas graciosas vinculadas ciertamente a la historia de un lugar, de un barrio, y tal relato se deja en manos, sobre todo, de las dos protagonistas, dos mujeres cuyos contrastes de temperamento y expresión recuerdan, con criolla naturalidad, las "buddy movies" del más agudo espíritu cómico.
Ellas apuntalan el alegre corazón de este documental privilegiado, también, por una eficaz fotografía de José Alonso, que se mueve con igual habilidad mientras persigue a sus personajes por las estrechas calles del barrio viejo, o cuando las contempla en la tranquilidad de sus espacios domésticos. Apreciable destreza sostiene también la edición de Aldo Rey Valderrama, un profesional muy consciente de que el ritmo narrativo y los códigos de causalidad, caracterización y suspenso pueden y deben concurrir también en obras documentales o testimoniales como ésta.
"Panamá Radio" está realizada con la conciencia de que la solemnidad y el trascendentalismo nunca serán las únicas maneras de construir saberes y rescatar patrimonios. Por suerte para sus muchos y entusiastas espectadores, el filme, aunque se realizó desde la nostalgia y la remembranza, jamás resulta lacrimoso ni pesimista, porque trasmite, en cambio, cierta confianza en los valores de la gente sencilla, del pueblo, y por tanto comunica una gozosa sensación de que la cultura y el arte pueden ser creadas desde los más humildes estratos de servidores públicos, aquellos que cumplen la función socialmente cohesiva de entretener a la nación, y divulgar sus grandes valores no sólo nacionales, sino de toda el área, pues se alude al paso por la famosa tienda de artistas cubanos, españoles, boricuas, mexicanos y de varias otras nacionalidades.
Si el cine panameño está ofreciendo claras señales de avance, año tras año, y es posible constatarlas en el IFF Panama, estamos delante de una obra que significa ejemplo notable de tal auge e indica un modo factible de continuar con la imprescindible ilustración de la idiosincrasia y la historia nacionales. Lo más significativo es que se consigue dar cumplimiento a tan importante tarea conjugando lo sencillo y lo sabio, la calidez emotiva y la madurez intelectual, todo el balance sostenido por una gracia que nunca debiéramos cansarnos de celebrar.