El futuro no se espera, se construye
El Banco de Pensamientos ante el Coronavirus es un especial digital que recoge las opiniones de diferentes personalidades y profesionales panameños en relación a cómo ven Panamá después de la pandemia. Sus ideas pueden servirte de inspiración para enfrentar la crisis.
Al pensar sobre el contenido de estas líneas, no pude evitar recordar cuando hace dos décadas atrás, siendo un veinteañero, me aventuré a publicar mi primer artículo de opinión en un diario de circulación nacional, con una reflexión muy similar al título que ahora utilizo. En aquella ocasión, partiendo de la martillada frase “los jóvenes son el futuro” buscaba acotar que el rol de los jóvenes en la sociedad no se limita a prepararse para una etapa posterior de madurez, sino que en todo momento es posible aportar y hacer la diferencia.
Al plantear “Hagamos el futuro hoy” invitaba en aquél momento a tener una visión de largo plazo sostenida por un propósito claro, pero teniendo en cuenta las acciones necesarias de cada día para llevarla a cabo, y a ser protagonistas de nuestro camino en la vida en todas sus etapas.
Tomando como punto de referencia inicial la fecha de publicación de ese artículo, a nivel personal, puedo decir que tanto mis ideas como mis acciones y omisiones durante estos 20 años me han llevado hasta el lugar donde hoy estoy. De la misma forma, este enfoque podría aplicarlo a la sociedad, tanto local como globalmente.
Hace 20 años en Panamá finalmente podíamos iniciar nuestro devenir como nación plenamente independiente, luego del cumplimento de los Tratados Torrijos Carter. Se abría la oportunidad de aprovechar en todo su potencial nuestro principal recurso natural para beneficio de todos los panameños: nuestra posición geográfica. Y en torno a ese recurso natural, la gestión en manos panameñas de la principal forma de utilización del mismo a través de una infraestructura acuática: el Canal de Panamá.
También hace 20 años, pero a nivel mundial, en el marco del trabajo de la ONU, se aprobaban los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), los cuales buscaban mejorar ciertos indicadores sociales, económicos y ambientales en la humanidad teniendo como fecha de cumplimiento el año 2015.
En ambos casos se vislumbraba un futuro esperanzador, en Panamá se tenía la visión que el aprovechamiento de la posición geográfica por medio de los recursos del Canal y sus actividades conexas permitirían su uso más colectivo posible llevando progreso a la mayoría de los panameños, y en el caso internacional de los ODM se ponía sobre la mesa de las políticas públicas, la coordinación internacional para erradicar la pobreza extrema y el hambre en todo el mundo.
No hace falta mencionar que, en ambos casos, aunque se lograron avances importantes, lo alcanzado quedó muy rezagado de lo originalmente previsto. En Panamá, la llegada de gobernantes en 2009 que no solo tiró por la borda los cimientos de la política social, sino que desvió cientos de millones de recursos públicos que hubieran sido destinados a los más desfavorecidos, a cuentas bancarias de políticos y empresarios corruptos.
En el plano global los avances que no se lograron fueron causados por diversas razones, entre las más importantes la crisis financiera y económica de 2008 iniciada en Estados Unidos. Es en ese sentido, que sobre las bases y lecciones aprendidas de los 15 años transcurridos entre el año 2000 y el 2015, al menos a nivel global se logró articular la siguiente fase de trabajo: Se establecieron en el marco del sistema de Naciones Unidas, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) con fecha objetivo en 2030 y se firma luego de muchas dificultades, el Acuerdo de Paris para luchar contra el cambio climático.
Debemos hacer énfasis sobre este último punto: el cambio climático. Mismo que supone no solo el mayor reto para nuestra generación, sino que es la amenaza más crítica para nuestra forma de civilización tal como la conocemos hoy en día.
Somos conscientes de las dificultades para llegar a un acuerdo en un tema tan complejo y abarcador, pero vemos que no se llegó al núcleo del asunto: Que el sistema económico de producción y consumo de la mayoría de los países es insostenible, ambiental y socialmente, manteniendo la dependencia del petróleo como fuente de energía principal.
Nos referimos a un mundo en el que la maximización de la ganancia es la regla para la producción y en el que el consumismo desmedido es una expresión de éxito individual, patrones exaltados por muchos medios de comunicación y la publicidad.
La sostenibilidad que implica tomar en cuenta a las futuras generaciones, no está incluida. Es muy difícil hablar de sostenibilidad, si en una sociedad, la solidaridad y equidad están limitadas por una programada indiferencia ciudadana en que el sistema señala que los problemas se resuelven, si se logra el éxito individual.
El punto es no solo hablar de aspectos técnicos, como gases de efecto invernadero, deforestación, cambio climático o energías renovables; se trata de ir al fondo y revisar la forma en que nos educamos, producimos, consumimos e incluso la forma en que nos informamos, entretenemos o convivimos. Es el modelo socioeconómico y político en el que nos desenvolvemos a nivel global y local.
Sobre esa amenaza, me llega a la memoria el día a finales del año 2018 en que terminé de leer el informe especial recién publicado por el Panel Internacional de Científicos sobre el Cambio Climático (IPCC). El impacto mayor que tuve no fue la cruda y devastadora realidad que se presentó y sustentó con datos robustos y abundantes en dicho documento; lo que me dejó frío fue el silencio e indiferencia sobre el tema en la palestra pública.
Un llamado de atención tan impactante casi pasó desapercibido en todos los niveles políticos y económicos, y ni hablar de la opinión pública. Al terminar de leer el último párrafo de ese informe se me hizo un nudo en la garganta al pensar en el mundo en el que, al parecer irremediablemente, tendrán que crecer mis hijos de 7 y 5 años.
Pero ¿Por qué es tan importante reflexionar sobre el cambio climático en momentos en donde la prioridad es la pandemia del coronavirus? Porque las causas que han generado el cambio climático, son las mismas que han determinado como los países y sus ciudadanos han afrontado la pandemia.
Aquellos países o regiones en donde la pobreza, el individualismo, la desigualdad socioeconómica y política son más marcados, en donde los sistemas de previsión social, educación y salud pública son débiles y en donde la institucionalidad democrática es frágil, han estado las poblaciones más golpeadas por la pandemia y sus efectos (afectadas tanto a nivel epidemiológico, como por las consecuencias sociales y económicas de las medidas de mitigación del contagio), y en esos mismos lugares es en donde por esas mismas causas la falta de solidaridad y de sostenibilidad impactan el presente y el futuro de las siguientes generaciones. La pandemia lo que ha hecho es echarnos en cara las debilidades del modelo desigual de desarrollo global, tanto a lo interno de las naciones como entre los países.
Si el impacto y los efectos de esta pandemia han sido de tal magnitud, que una gran parte de los intelectuales, gobiernos, empresas y organizaciones en todos los ámbitos hablan que la vida en sociedad ya no será igual a lo que conocíamos hasta hace un par de meses; que tendremos que desarrollar una nueva normalidad o nueva realidad para la convivencia, para el trabajo, para el estudio ¿Cómo debemos afrontar las causas que nos han traído hasta aquí? Para construir esa nueva normalidad debemos analizar esos factores y corregirlos para no volver a caer en los mismos errores.
En estos momentos de crisis tan profunda como generalizada en todo el mundo, en donde la incertidumbre es lo único seguro nos podemos preguntar a nivel local y mundial ¿Qué tipo de Estado, política, cultura, economía o sociedad saldrá de todo esto?¿Cómo será esa nueva normalidad?
Más que una respuesta específica a esa interrogante, si es posible señalar que en este momento muchas y diversas visiones están disputando el papel de servir como marco de referencia principal para la nueva normalidad. Son tantas opciones que no sería posible resumirlas en estas líneas, sin embargo, podríamos hacer un ejercicio de mencionar en las dos grandes alternativas que se nos presentan ante el porvenir.
La primera gran alternativa, es mantener la tendencia hasta antes del inicio de la pandemia, con algunos ajustes formales en cuánto a medidas de distanciamiento social, medidas de salud e higiene para el control del componente epidemiológico y principalmente haciendo uso de la tecnología como herramienta de adaptación para la actividad económica, pero manteniendo las causas subyacentes de los problemas, tales como la desigualdad, el individualismo y prácticas insostenibles de comportamiento respecto al ambiente. Incluso con el riesgo adicional que algunas de estas medidas de gestión, se degraden hacia mecanismos cada vez más autoritarios de control social.
La otra gran alternativa es evaluar las causas reales de los problemas que nos han llevado hasta aquí, y adicional a las medidas sociales, de salud y tecnológicas del escenario anterior, dar un paso más allá y repensar el modelo de desarrollo en los países y a nivel global, dando un giro hacia la sostenibilidad y la solidaridad como pilares y valores fundamentales, que tengan como centro el desarrollo humano.
Ante esa disyuntiva, incluso antes de decantarnos por alguna de las opciones, es necesario plantear que se debata mediante mecanismos democráticos en el seno de las sociedades, sobre las ventajas y desventajas de las mismas, con plena conciencia que la incertidumbre es parte de la nueva realidad y que no es conveniente asumir posiciones absolutas, sino al contrario, evaluando las mismas en base al pensamiento crítico, las evidencias científicas y la participación social.
Dicho esto, si queremos un futuro en donde la solidaridad, la sostenibilidad, la democracia y la vigencia de los derechos humanos constituyan la nueva normalidad, debemos luchar por la misma y no quedarnos solo como espectadores, debemos dar el paso y ser protagonistas en alguno de los ámbitos en que nos sea factible aportar.
No llegará por generación espontánea ni por el mero transcurso del tiempo. Debemos pensar, hablar y actuar en diversos planos para impulsar una nueva normalidad que minimice y resuelva las causas de los problemas mencionados.
Algo muy positivo que podemos rescatar ante este escenario, es que ya contamos con una hoja de ruta elaborada sobre las lecciones aprendidas de la historia reciente. Tenemos los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que fueron producto del mayor proceso de consulta realizado en la historia de la humanidad. Ya tenemos ese conjunto de ideas y metas en el horizonte que nos ayudan a minimizar la incertidumbre sobre los elementos constitutivos de esa nueva normalidad, y ahora nos toca esforzarnos al máximo no para que se tengan en cuenta como un referente deseable del camino a seguir, sino para que se constituyan en eje central de la nueva normalidad que estamos forjando actualmente, tanto para superar la pandemia y sus efectos, como la crisis socio ambiental que nos afecta, iniciando en el corto plazo con establecer que las medidas de recuperación y los estímulos económicos de reactivación se encuentren enmarcados en este enfoque.
Logrando este objetivo ahora, en este momento en donde el país y el mundo está en un punto de inflexión, estoy seguro que dentro de 10 o 20 años, cuando miremos hacia atrás, ya bien sea recordando nuestras vivencias personales o estudiando la historia de este tiempo y todo lo surgido a partir de esta crisis, veremos que dimos una serie de pasos firmes y progresivos para la construcción de una sociedad mucho más democrática, sostenible y solidaria.
En ese momento nuestra mayor recompensa será recibir –ya no una acusación o un reproche de parte de nuestros hijos o nietos por no haber alzado nuestra voz o aportado a la solución- sino un sincero, profundo y sencillo abrazo agradeciendo por el legado -por ese futuro- que empezamos a construir a partir del día de hoy.