Hacia una nueva trayectoria histórico-social.

Nadya Vásquez, Socióloga.
Nadya Vásquez, Socióloga. / Cortesía.
Nadya Vásquez - Socióloga
09 de junio 2020 - 22:50

Ciudad de Panamá/La crisis sanitaria ocasionada por el coronavirus ha puesto en evidencia que nuestros sistemas no estaban ni están preparados para afrontar cualquier tipo de calamidad o urgencia nacional, regional y mundial, debido a la excesiva confianza en la solidez de un modelo económico caracterizado por la globalización, apertura de mercados y la preponderancia de las grandes corporaciones y compañías transnacionales, que han servido de vehículo para el consumo desmedido.

Las ventajas de la integración global con apertura y disolución de fronteras comerciales y comunicacionales, la apertura y libre circulación se sobrevaloraron. Los gobiernos y organizaciones encargadas de garantizar el bienestar colectivo faltaron a la responsabilidad de concebir medidas para anteponerse a los posibles efectos negativos de una crisis como la actual, que tendrá devastadores efectos en la segmentación y marginación de los individuos dentro de los países y en el aumento de asimetrías entre los países y los sujetos capaces de sacar o no ventajas del proceso de apertura y libre circulación, si se insiste en mantener el modelo.

Un gran número de llamados y voces se levantaron en la última década entre algunos líderes políticos, intelectuales, científicos, jóvenes, religiosos, activistas de derechos humanos, entre otros e invocaron los acuerdos internacionales para alentar la toma de decisiones relacionada con los correctivos necesarios para atender todos los tipos de desigualdades: geográficas, económicas, sociales, etarias, de género, y tecnológicas. Alertaron sobre la necesidad de superar la situación del empleo precario e informal y del desempleo, especialmente entre los jóvenes y las mujeres; sobre los efectos de las políticas fiscales regresivas y el deterioro e insuficiencia de los servicios públicos; sobre los problemas medioambientales y sobre el dramatismo de la movilidad humana.

Lamentablemente, estas voces no calaron con la contundencia necesaria para frenar la marcha despiadada de un modelo excluyente y revertir la conducta defensiva de los sistemas políticos y económicos; la demanda de la población de gozar del derecho al beneficio de un modelo de desarrollo justo y de una economía solidaria no fue atendida.

En este contexto se presenta una pandemia que, si bien muchos dicen ha significado un igualador social, lo que ha hecho es sacar a flote la realidad, esto es, las desigualdades que subyacen en esta crisis sanitaria y humanitaria en este casi estrenado siglo XXI.

En tres meses, los líderes de naciones desarrolladas y menos desarrolladas han enfrentado la necesidad de tomar decisiones e implementar acciones, con aciertos y desaciertos, en medio de una turbulencia de acontecimientos para frenar el avance de la pandemia. En Panamá, cada uno ha sido testigo de la forma como el sistema de salud pública ha tenido que apresurarse a solventar la falta de insumos básicos y de equipamientos de protección entre los profesionales de los servicios esenciales y se ha llamado a la cuarentena en los hogares en un contexto caracterizado por la insuficiencia de medidas políticas y financieras capaces de garantizar un subsidio universal digno a los trabajadores que perdían sus empleos y en especial al cuarenta por cien (40%) de la población que ya venía trabajando en la economía informal.

Resulta aún inimaginable cual será la respuesta post pandemia ya que apenas se conoce como ha de ser la verdadera forma de organización que surja para hacer frente a los efectos de esta crisis.

A tres meses de haber irrumpido el coronavirus en la realidad mundial y de este país en particular, urge un reacomodo de todas las fuerzas para responder con acierto a un momento único que cambie el rumbo de un modelo de desarrollo agotado y dé paso a uno que se centre en el individuo como máximo arquitecto de una “nueva normalidad” sustentada en medidas y acciones encaminadas a superar, de manera decisiva, cada una de las desigualdades presentes en este país.

La nueva normalidad es mucho más que implementar nuevos hábitos y usos contenidos en las medidas sanitarias que tienen que incorporarse a nuestro diario vivir. Esta nueva normalidad debe ser concebida a partir de los cambios que debe darse en lo político, económico, social, cultural y medio ambiental para superar las brechas ya existentes y que se han profundizado en esta crisis.

La crisis ha significado tal ruptura con lo que conocíamos y nos estamos estrenando con nuevos aprendizaje y construcción histórico- social a partir de un hecho único que pasará a ser registrado por su impacto sanitario, pero más que esto por las devastadoras consecuencias económicas y sociales que nos han llevado a este gran hundimiento en el que aún naufragamos.

Una nueva trayectoria es necesaria y es posible, la historia lo demuestra. Por un lado, estamos obligados a apoyar los procesos que deben y tienen que ser inducidos u orientados desde el Estado. Además. es impostergable una nueva historia que tome en cuenta a la gente y se construya con la gente a partir de las reales necesidades individuales, comunitarias y sociales.

La crisis representa un desafío y una oportunidad para trabajar en una agenda con nuevos protagonistas, especialmente tomando en cuenta a aquellos que sobreviven en medios de las desigualdades y creativamente se reinventan cada hora y cada día aun sufriendo grandes carencias.

Debemos transitar hacia un modelo de desarrollo que promueva el cambio con nuevas formas de organización y liderazgos que surjan desde la gente y con la gente, y que den paso efectivo a los principios éticos y políticos de los derechos humanos y nos permita realizar una mejora en la calidad de la vida democrática.

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