¿Por qué las estatuas del antiguo Egipto tenían las narices rotas?
Durante varias décadas ha sido un misterio sin resolver entre expertos y entusiastas del Antiguo Egipto que muchas de sus estatuas tengan las narices rotas. A primera vista, parece normal: el paso de miles de años hace inevitable que cualquier monumento o artefacto se desgaste.
Sin embargo ¿Cómo se explica que obras de relieve en dos dimensiones a menudo muestren el mismo daño?
El asunto había dado luz a suposiciones, incluyendo una amarga que se sigue repitiendo, a pesar de que ha sido refutada: que fue un intento de los colonialistas europeos de borrar las raíces africanas de los egipcios antiguos.
Los expertos, al contrario, aseguran que esta teoría carece de fundamento, entre otras razones porque las narices no son la única evidencia física de esos orígenes. Y concuerdan en que, a pesar de los muchos horrores del imperialismo, éste no es uno de ellos.
Según un reportaje de la BBC, la respuesta con más credibilidad en este momento se resume en una palabra: iconoclasia, del griego Eikonoklasmos, que significa 'ruptura de imágenes'.
Los expertos, al contrario, aseguran que esta teoría carece de fundamento, entre otras razones porque las narices no son la única evidencia física de esos orígenes.
El término se usa para nombrar, de una manera amplia, la creencia social en la importancia de la destrucción de iconos y otras imágenes o monumentos, con frecuencia por motivos religiosos o políticos.
Los antiguos egipcios creían que las imágenes podían albergar un poder sobrenatural, como explica Edward Bleiberg, el curador principal de arte egipcio, clásico y del Antiguo Medio Oriente del Museo de Brooklyn.
Bleiberg, exploró el tema movido por el hecho de que la consulta más común de los visitantes al museo era "¿por qué están rotas las narices?".
Los objetos que representaban la forma humana, en piedra, metal, madera, arcilla o incluso cera, podían ser ocupados por un dios o un humano que había fallecido y se había convertido en un ser divino, y así podían actuar en el mundo material.
Venganza, la razón más común
Las razones eran muchas, desde la furia y resentimiento contra enemigos a quienes se quería herir en este mundo y el próximo, hasta el terror a la venganza del difunto que sentían los ladrones de tumbas, así como las ganas de reescribir la historia o los sueños de cambiar toda la cultura.
Cuando el padre de Tutankamón, Akenatón (esposo de Nefertiti), quien gobernó entre 1353-1336 a.C., quiso que la religión egipcia girara en torno a un dios, Aten, una deidad solar, se enfrentó a un ser poderoso: el dios Amón.
Su arma fue la destrucción de imágenes.
La situación se revirtió cuando Akenatón murió y el pueblo egipcio reanudó el culto tradicional: los templos y monumentos en honor a Aten y al difunto faraón fueron los que enfrentaron la destrucción.
¿Y la nariz?
Las mutilaciones tenían entonces la intención de coartar poder y eso podía lograrse de diferentes maneras.
Si querías impedir que los humanos representados hicieran las tan necesarias ofrendas a los dioses, podías quitarles el brazo que comúnmente se utilizaba para tal tarea: el izquierdo.
Si preferías que el dios no los escuchara, le quitabas a la deidad sus orejas.
Si tu intención era acabar con todas las posibilidades de comunicación, separar la cabeza del cuerpo era una buena opción.
Pero quizás el método más efectivo y expedito para hacer realidad tus deseos era quitarles la nariz.
"La nariz era la fuente del aliento, el aliento de la vida; la forma más fácil de matar al espíritu interior es asfixiarlo quitándole la nariz", explica Bleiberg.
Un par de golpes con martillo y cincel, y problema resuelto.
Lo paradójico, después de todo, es que esa compulsión por destruir las imágenes es prueba de cuán importantes eran éstas para aquella gran civilización.
***Extracto de la nota de bbcmundo.com***