La Pirámide del Louvre cumple este viernes 30 años
En los cristales de la pirámide del Museo del Louvre, que el viernes cumple 30 años convertida en un emblema más de la ciudad, ya no quedan cicatrices de la controversia que provocó su diseño vanguardista en medio de un palacio neoclásico.
No es la primera vez -recuerda en conversación con Efe Jack Lang, el ministro socialista de Cultura que impulsó el proyecto en los años 80- que un gran monumento despierta la furia ciega de los puristas antes de pasar a engrosar la nómina de los símbolos de París.
La torre Eiffel o el Centro Pompidou sufrieron el mismo ritual iniciático por el que pasó esta obra que el arquitecto chino Ieoh Ming Pei convirtió en la puerta de entrada del mayor museo del mundo.
"Nos decían que estábamos asesinando un palacio de la época de Felipe Augusto", rememora Lang, que convenció al presidente François Mitterrand de llevar adelante el proyecto contra viento y marea.
No fue fácil, recuerda el exministro, icono de la cultura en tiempos de Mitterrand y ahora al frente del Instituto del Mundo Árabe de París. "Pero teníamos que hacerlo, porque se había convertido en el símbolo de nuestra voluntad de hacer de la cultura una prioridad", señala.
La pirámide, que atrajo todas las críticas, era el elemento central de una profunda transformación del museo, algo anquilosado, que prestaba una de sus alas laterales al Ministerio de Finanzas y otra zona a un aparcamiento.
El resultado era un laberinto de edificios, con diferentes entradas, por lo que se decidió unificar toda la superficie y dotarle de un único acceso.
El proyecto consistía en dotarle de un gran vestíbulo que diera acceso a las diferentes alas. "Para ese fin, la pirámide era como una evidencia", asegura Lang, que recuerda que la primera vez que vio el monumento acristalado no se vio sorprendido.
Cuando en 1984 se filtró la maqueta, arreciaron los ataques. "Me criticaban a mi, pero muchos querían debilitar al presidente", asegura Lang, que agradece aquella polémica: "Nos permitió popularizar el proyecto, explicarlo mejor, contar que se trataba de una reforma más profunda".
La prensa se ensañó con Mitterrand, a quien acusaron de querer convertirse en el "primer faraón" de Francia. El entonces ministro recuerda que fue el suplemento cultural del diario "Le Figaro" el más combativo.
Pero aquella oposición, lejos de amedrentar al presidente le dio más fuerzas. "Le gustaban las controversias. Como a mi. Ahora, por ejemplo, las echo mucho de menos", asegura.
El resultado fue un poliedro de 1.000 metros cuadrados de base, más de 21 metros de altura sustentado en una estructura de 95 toneladas de acero, un chasis de 105 toneladas de aluminio y recubierta de 673 rombos de un cristal especialmente compuesto para preservar su transparencia con el paso del tiempo.
El arquitecto Chien Chung Pei, que colaboró con su padre en el diseño, recuerda ahora que "el problema era político, no de arquitectura".
"Tuvimos dudas, pero siempre contamos con el apoyo fuerte del presidente", rememora en declaraciones difundidas por el museo.
La pirámide, asegura, resolvía todos los retos. Permitía al museo dotarse de una entrada única, evitaba tocar la fachada del que fuera palacio real y, además, respondía al deseo de Mitterrand de "tener una estructura lo más ligera posible, casi aérea".
El actual director del museo, Jean-Luc Martinez, sostiene que "desde el primer momento fue un éxito, dio la impresión de que siempre estuvo ahí, de que no era un apósito".
La idea revolucionó el museo. Antes de la pirámide, Louvre recibía unos dos millones de visitantes anuales. El año pasado se superaron los 10 millones.
"Ese incremento hay que agradecérselo a la pirámide. Los visitantes de todo el mundo vienen a ver al tiempo un monumento de la historia de Francia y una colección excepcional. De esa alquimia entre ambos nace el éxito de Louvre", afirma Martinez.
Lang saborea con orgullo que su apuesta haya superado bien las tres primeras décadas de vida: "Para mi, el auténtico triunfo fue cuando, una vez terminada la obra, el director del suplemento de 'Le Figaro', Robert Hersant, me llamó para pedirme si podía celebrar bajo la pirámide el aniversario de la revista. Me sonó a rendición y le dije que sí".