El impacto oculto del trauma: cómo afecta al cerebro y al cuerpo

Salud Mental

Un evento traumático no solo deja una marca en la memoria, sino que transforma la forma en que el cerebro y el cuerpo responden al mundo.

Foto ilustrativa: Una persona camina en un túnel
Foto ilustrativa: Una persona camina en un túnel / Archivo EFE

Desde una sensación inexplicable de alerta hasta cambios profundos en la estructura cerebral, las experiencias traumáticas pueden alterar la manera en que una persona percibe el peligro, toma decisiones y reacciona ante su entorno.

Imagine que alguien recibe una oferta de trabajo tentadora. Todo parece perfecto, pero durante la conversación con su futuro jefe, algo en su interior se contrae. No logra identificar la causa, pero su amígdala sí lo hace. Esta estructura cerebral, clave en la detección de amenazas, ha reconocido patrones similares a una situación pasada en la que hubo engaño.

“La amígdala, en el caso humano, es un detector de incoherencias”, explica el doctor Manuel Portavella, profesor en Psicobiología y coordinador del Máster en Estudios Avanzados en Cerebro y Conducta de la Universidad de Sevilla.

Cuando alguien ha vivido un trauma, esta capacidad de detección se exacerba. Portavella señala que la amígdala se vuelve más sensible a cualquier incoherencia, incluso cuando no hay una amenaza real. Esto puede generar ansiedad, hipervigilancia y una sensación persistente de peligro.

Joelle Rabow Maletis, educadora y asesora en psicología, describe cómo esta respuesta puede volverse crónica: “Este fenómeno se llama trastorno de estrés postraumático (TEPT) y no es un fallo personal; más bien, es el mal funcionamiento de mecanismos biológicos que nos permiten hacer frente a experiencias peligrosas y que es tratable”, señala en la animación TED-Ed La psicología del trastorno del estrés postraumático.

El impacto del trauma varía según cada individuo. Mientras algunas personas logran seguir adelante con su vida, otras desarrollan síntomas persistentes que interfieren con su bienestar diario.

“En psicología clínica se conoce como diátesis-estrés: la combinación de estrés y la sensibilidad de cada persona ante él. No hay un patrón único”, detalla Portavella.

La psiquiatra Ellen Vora explica que “las experiencias traumáticas con frecuencia se almacenan en el cuerpo, el cual también reprograma el cerebro”. En un artículo para la revista Psychologies, señala que cuando esto sucede, la amígdala entra en un estado de hiperactivación que genera ansiedad desproporcionada a lo largo de la vida.

Incluso cuando la amenaza ha desaparecido, el cerebro sigue operando en modo de emergencia. Esto se debe a un fenómeno de retroalimentación de la memoria episódica, que lleva a la persona a revivir el trauma de manera recurrente. Portavella lo describe como un proceso de “rumiación”, en el que la mente se expone constantemente al recuerdo.

El trauma activa un mecanismo evolutivo de defensa: la respuesta de lucha, huida o bloqueo. Esta reacción, diseñada para garantizar la supervivencia, se vuelve disfuncional cuando el estrés se mantiene en el tiempo.

“Si bien contamos con una respuesta naturalmente diseñada para huir o defendernos, en un contexto de maltrato continuado no hay escapatoria. Se mantiene el estrés, y este produce muchas alteraciones metabólicas porque hace que el cuerpo se prepare para una acción”, advierte Portavella.

Cuando ocurre un evento traumático, el organismo libera una “cascada química” que inunda el cuerpo con hormonas del estrés. Maletis describe el proceso: “Nuestro ritmo cardíaco se acelera, la respiración se intensifica y los músculos se tensan”.

El eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA) entra en juego, desencadenando una respuesta de miedo desproporcionada. Si esto se prolonga, se genera una hipersensibilidad al estrés que puede derivar en un trastorno.

“El sistema aprende que hay una amenaza permanente y, aunque la persona salga de esa situación, su cerebro se ha modificado, haciéndolo más sensible al estrés”, advierte Portavella. El estrés crónico no solo afecta el estado emocional, sino también la función cognitiva.

“El estrés sostenido puede producir muerte en el hipocampo, una estructura fundamental de la memoria, y puede provocar problemas de memoria y concentración”, explica Portavella.

La memoria es crucial para la toma de decisiones, la regulación emocional y el desarrollo de una identidad positiva. De acuerdo con UK Trauma Council, las experiencias de maltrato en la infancia pueden alterar la función del hipocampo y afectar la capacidad de aprendizaje y la construcción de recuerdos positivos.

El sistema de recompensa cerebral, encargado de la motivación y el disfrute, también se ve afectado. En personas con TEPT, la amígdala amplifica las señales de peligro mientras la corteza prefrontal, encargada de evaluar las recompensas, pierde su influencia.

“Uno anticipa una amenaza en una situación novedosa, y eso afectará las decisiones que tome”, señala Portavella. En niños, esto puede moldear la forma en que construyen relaciones, priorizando el peligro sobre las interacciones positivas.

El trauma no solo deja una huella en la mente, sino también en la biología del individuo. Portavella explica que los fenómenos epigenéticos ocurren cuando el ambiente influye en la forma en que se expresa el ADN. “No es que aparezcan nuevos genes o desaparezcan otros, sino que la exposición a factores estresantes genera modificaciones en la lectura del genoma”, señala.

Este proceso puede hacer que una persona con TEPT desarrolle una hipersensibilidad al estrés, reaccionando con ansiedad extrema ante situaciones que otros perciben como manejables.

El trastorno de estrés postraumático no siempre se manifiesta de inmediato. Maletis señala que algunas personas pueden experimentar síntomas meses o incluso años después del evento traumático.

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“No comprendemos por completo qué está pasando en nuestro cerebro, pero una teoría es que la hormona del estrés, el cortisol, puede estar continuamente activando la respuesta de ‘lucha, huida o bloqueo’, reduciendo el funcionamiento general del cerebro y generando síntomas negativos”, explica.

En algunos casos, el trauma se manifiesta físicamente en forma de migrañas, síndrome del intestino irritable o problemas musculares.

Pese a la invisibilidad de estas heridas, los especialistas coinciden en que es fundamental buscar ayuda. “No hay que tener miedo ni vergüenza porque tener un trastorno de este tipo es como tener una tuberculosis o un problema intestinal, no se puede curar solo”, enfatiza Portavella.

Afortunadamente, el cerebro humano tiene una capacidad extraordinaria de adaptación. La doctora Katie McLaughlin, profesora de Psicología en la Universidad de Harvard, destaca que “los cambios en el cerebro que ocurren después de un trauma pueden mejorar con el tiempo, especialmente cuando la persona experimenta seguridad, estabilidad y apoyo”.

El trastorno de estrés postraumático ha sido llamado “la herida escondida”, pero el silencio no debe ser la respuesta. Con intervención adecuada, el cerebro puede reconstruirse y la persona puede recuperar el control sobre su vida.

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