Cómo la desintegración del iceberg más grande del mundo terminó transformando el océano
En julio de 2017, el mundo fue testigo del nacimiento de un gigante de hielo.
El iceberg A-68, con una superficie inicial de 5.800 kilómetros cuadrados, se desprendió de la plataforma Larsen C en la Antártida, marcando un hito en la historia de los glaciares. Pero el verdadero impacto de este fenómeno no residió solo en su tamaño colosal, similar a un 10% del área de Gran Bretaña, sino en las consecuencias que su fragmentación y desplazamiento tuvieron para los océanos y el clima global.
El A-68 no surgió de la noche a la mañana. La grieta que lo originó fue detectada en 2011 y creció rápidamente, hasta que alcanzó una longitud de más de 175 kilómetros en julio de 2017. Fue entonces cuando un trozo masivo de hielo milenario se separó de Larsen C, liberando más de un millón de millones de toneladas de agua congelada en el océano.
Este desprendimiento se produjo en una región donde el calentamiento global está acelerando el debilitamiento de las plataformas de hielo. Según la BBC, eventos previos como los colapsos de Larsen A en 1995 y Larsen B en 2002 ya habían servido como advertencias de que la región estaba bajo presión climática. “El A-68 es un testigo de la fragilidad de nuestro planeta frente al cambio climático”, señalaron científicos involucrados en su monitoreo.
El desplazamiento del A-68 hacia el Atlántico Sur transformó el entorno marino de forma significativa. Al derretirse y fragmentarse, el iceberg liberó cantidades masivas de agua dulce que alteraron la salinidad del océano. Esto, a su vez, afectó corrientes oceánicas clave y provocó cambios en los hábitats marinos cercanos.
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“La liberación de agua dulce por parte del A-68 es un fenómeno que no solo reconfigura el entorno local, sino que tiene repercusiones globales”, afirmaron los investigadores. Al interferir con las corrientes, este tipo de eventos pueden influir en patrones climáticos más amplios, incluyendo la redistribución de calor en los océanos y el comportamiento de fenómenos como El Niño.
Aunque su tamaño inicial lo convertía en una de las masas flotantes más grandes jamás registradas, el A-68 pronto mostró señales de deterioro. Las grietas internas, sumadas a la exposición al agua cálida y las corrientes, lo llevaron a fragmentarse en trozos más pequeños en cuestión de meses. Estos fragmentos, denominados A-68A, A-68B, y así sucesivamente, continuaron su trayecto hacia el norte, desintegrándose progresivamente.
En 2019, el iceberg era ya una sombra de lo que había sido. Su fragmentación continuó hasta que sus restos se mezclaron con el océano circundante. Este proceso fue seguido de cerca por satélites y equipos científicos, convirtiendo al A-68 en un objeto de estudio clave para comprender los efectos del cambio climático en los glaciares.
La desaparición del A-68 no solo marcó el fin de uno de los icebergs más grandes de la historia, sino que dejó una serie de lecciones cruciales. Por un lado, destacó cómo el calentamiento global está acelerando la desintegración de las plataformas de hielo antárticas. Por otro, mostró que estos eventos pueden tener un impacto profundo en los océanos y el clima global.
Mientras los restos del A-68 se dispersan en las aguas del Atlántico Sur, su historia sirve como un recordatorio de la conexión entre los polos y el resto del mundo. En palabras de los científicos, “lo que ocurre en la Antártida no se queda en la Antártida; sus efectos se sienten en todo el planeta”.