La historia de la mujer que se convirtió en 'El Ángel de la epidemia del sida'

Foto ilustrativa / SERGEI SUPINSKY / AFP

40 años después de que se descubriera una misteriosa enfermedad que acabaría con la vida de millones de personas a nivel mundial y se convirtiera en la primera gran epidemia de salud pública de los tiempos modernos, el VIH marcó el destino del mundo.

El miedo a lo desconocido hizo que muchas personas le dieran la espalda a los enfermos de sida. En pleno apogeo de la pandemia, una mujer decidió ayudar sin importar los prejuicios.

Esta es la historia de Ruth Coker Burks, una joven mujer que a mediados de los años 80, cuando la epidemia del VIH mataba y estigmatizaba a cientos de hombres 'gays', ella sin saberlo se convertiría en 'Elángel de la epidemia del sida'.

Tenía 26 años y trabajaba como agente inmobiliaria.

"Estaba criando a mi hija. Me había divorciado de su papá. Hacía lo mejor que podía y pensé que teníamos una buena vida", recuerda.

Ruth Vivía en Hot Springs, en Arkansas, un estado sureño muy hermoso pero ante todo, muy conservador.

Por ese entonces, una amiga de Burks trabajaba de enfermera en un hospital local. La visitaba frecuentemente y así se hizo amiga del resto de las enfermeras.

"Las conocía desde hacía 5 años. Comíamos galletas que yo horneaba… eran tan amables", recuerda.

En la década de los 80 la epidemia del sida estigmatizaba a los hombres homosexuales / Google

Fue en ese hospital donde ocurrió algo que transformaría el futuro de Burks.

Estaba ahí, charlando con las enfermeras cuando algo le llamó la atención. Al final del pasillo había una puerta y una gran bolsa roja que parecía de riesgo biológico.

Intrigada, Burks caminó por el pasillo y, cuando llegó a la puerta, se quedó bastante desconcertada.

En el suelo, junto a las señales de peligro biológico, había media docena de bandejas de comida intactas, todas apiladas. Nadie había entrado por esa puerta para entregárselas al paciente desde hacía un par de días.

"Fue absolutamente increíble. Las enfermeras que yo había llegado a querer tanto estaban sorteando quién entraría y chequearía a un paciente. Se reían".

Burks entonces se acercó a la puerta y escuchó susurros muy débiles del otro lado "Ayuda, ayuda…".

Al pasar por la puerta vio a Jimmy, un joven en una condición muy frágil. Estaba tan delgado y blanco que apenas se le podía ver contra las sábanas.

Dijo que quería a su madre ahí. Y yo dije "iré y llamaré a tu madre por ti'".

Cuando ella transmitió el mensaje del hombre a las enfermeras, ellas soltaron una expresión que dejó sin aliento a Ruth: "Tiene el cáncer homosexual" ... Dijeron: "Cariño, su mamá no vendrá, no ha venido nadie en 6 semanas".

Era a mediados de la década de 1980 y la epidemia empeoraba año tras año. No había un tratamiento eficaz, pero sí mucho miedo y homofobia.

"Insistí en pedirles el número telefónico de su madre y, de mala gana, me lo arrojaron. Tomé su teléfono y me lo quitaron. Dijeron que el teléfono público estaba al final del pasillo", explica Burks.

"No podía creerlo. Pero fui y llamé a su madre y ella dijo 'no tengo ningún hijo' y me colgó".

Burks no sabía qué decirle al joven. Entró de nuevo a la habitación, tomó su mano y Jimmy la sujetó del brazo y la comenzó a acariciar.

La miró y le dijo "Oh, mamá, sabía que vendrías".

Fue un momento durísimo para Burks. Entonces pensó: '¿Sabes qué? Si crees que soy tu madre, entonces soy tu madre. Solo dije: "Cariño, estoy aquí y no te dejaré".

Se sentó con Jimmy durante 13 horas, el tiempo que tardó en morir. No tenía miedo de contraer la enfermedad, aunque fue directamente al baño y se lavó la boca con jabón.

Mientras Burks presenciaba la muerte de Jimmy, desatendido por el personal sanitario, no tenía ni idea de cuán grande era la epidemia y cuántos jóvenes con VIH/sida lidiaban con el virus.

Ruth Coker junto a su amigo Jimmy / Foto cortesía de Ruth Coker

El ángel de los moribundos de sida

Unas semanas después de la muerte de Jimmy, llamó una monja del hospital católico en su ciudad natal de Hot Springs. Tenían un paciente con sida y "no estaban equipados" para tratar con él.

Una vez más, Coker Burks se sentó con el hombre, Ronald, hasta que murió.

No pasó mucho tiempo hasta que una llamada se convirtió en dos o tres. Burks estaba abrumada.

También la contactaban jóvenes gravemente enfermos que habían regresado con sus familias a Hot Springs desde ciudades más liberales como Nueva York y San Francisco.

"Era increíble que volvieran a casa pensando que seguramente sus familias los volverían a acoger. Que sus madres al verlos tan delgados abrirían los brazos y les dirían 'cariño, ven aquí, déjame abrazarte'. Eso no sucedió. Sus familias no los querían en absoluto", explica Burks.

Al pasar por esto, muchos hombres que no contaban con nadie terminaban acudiendo a Burks, quien se convirtió en un "ángel" en la epidemia de sida.

Organizó viviendas y saqueó los contenedores de basura de los supermercados al amanecer en busca de comida para ellos, hasta que Bill Clinton, entonces gobernador de Arkansas y un conocido de la infancia, ordenó a los bancos de alimentos que la ayudaran.

"Hice muchos remedios caseros, porque no teníamos ningún medicamento para esto. No había nada para darles si tenían candidiasis, solo suero de leche o yogur".

Muchos jóvenes adultos murieron sin el apoyo de sus familiares / Google

La iglesia la rechazó

Al ser una cristiana comprometida, buscó apoyo en la iglesia, pero la comunidad le dio la espalda. De hecho, su iglesia la expulsó de su comité de finanzas.

El Ku Klux Klan quemó dos veces una cruz en su césped. Pero eso no le hizo perder las ganas de ayudar, ni siquiera su fe.

"Nunca me hizo dudar ni un poco de mi fe. Simplemente me hizo profundizar en ella. Fue un momento tan extraño", recuerda.

Su hija Allison enfrentó el rechazo de otras madres en el coro de niños de la iglesia local. "Fue duro, solo la invitaron a una fiesta de cumpleaños. Toda su etapa escolar fue tan horrenda. Les decían a los otros niños que no jugaran con ella porque contraerían el sida. Fue simplemente horrible".

Su labor se terminó con la llegada de los tratamientos

A mediados de la década de 1990, el tratamiento contra el virus se volvió más eficaz y la gente podía vivir con él sin que fuera una sentencia de muerte inmediata.

Eso cambió las cosas para la labor de Burks: "Hizo que mi trabajo quedara funcionalmente obsoleto, lo cual fue genial. Absolutamente, porque ahora la gente vivía con el VIH en lugar de morir, y eso lo esperamos tantos años", dice Burks

La mujer se mudó a Florida y su labor con enfermos quedó como un recuerdo del pasado.

Hasta que hace unos años, los medios empezaron a investigar sobre aquella "enfermera", aunque no lo fuera, que ayudó a tantos pacientes de VIH en Arkansas.

"El diario Arkansas Times escribió esta notable historia sobre mí y mi trabajo, y simplemente despegó su fama a partir de ahí", explica.

Escribió un libro titulado "All the young men: how one woman risked it all to care for the dying" (Todos los jóvenes: cómo una mujer lo arriesgó todo para cuidar a los moribundos).

Ruth Coker Burks sacrificó su vida y su futuro por ayudar a cientos de hombres moribundos / Fotografía: Caroline M Holt

El SIDA la ayudó a enfrentar el Covid-19

En 2010 Ruth sufrió un derrame cerebral severo. Desde entonces, le diagnosticaron diabetes y coágulos en cada pulmón. Tuvo que aprender a caminar y hablar de nuevo. Y por irónico que parezca, No contó con nadie que le cuidara y apoyara cuando lo necesitó.

“Nadie vino a verme”, dice. La mayoría de sus amigos seropositivos de los años 90 habían muerto.

Ahora, rememorando su vida, Coker afirma que vivir la epidemia de sida le ha enseñado un poco sobre cómo sobrevivir a la pandemia de Covid . “Solo tienes que hacer lo mejor que puedas. Es muy importante estar en contacto con otras personas. Escribe a tus amigos, a tus vecinos, pregunta cómo están, si necesitan ayuda, llámalos".

***Esta nota fue publicada en www.bbcmundo.com***

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