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Su nombre es Crotalaria cunninghamii, pero el mundo la conoce como la “flor colibrí verde”, una especie cuyas flores parecen pequeñas aves suspendidas en el aire, bebiendo néctar en pleno vuelo. Esta imagen, tan precisa como encantadora, ha fascinado a la ciencia y al público por igual, aunque la explicación de su apariencia no es tan mágica como parece.
Esta singular planta perenne de la familia Fabaceae no sólo llama la atención por su forma, sino también por su historia evolutiva, su importancia ecológica y su profundo valor cultural. Su nombre honra al botánico australiano Allan Cunningham, quien la estudió entre 1816 y 1839, pero hoy son las redes sociales y los entusiastas de la flora exótica quienes mantienen su fama viva, asombrados ante una flor que, sin tener alas, parece lista para volar.
Con tallos leñosos, cubiertos por una capa de vellos plateados que ayudan a conservar la humedad, y hojas grisáceas que reflejan el sol abrasador, esta planta demuestra una extraordinaria adaptación a climas extremos. Puede alcanzar hasta tres metros de altura y prospera en suelos bien drenados bajo exposición solar directa. Pero su belleza no se limita a lo ornamental: ha sido empleada por los pueblos indígenas australianos como remedio para infecciones oculares, lo que subraya su relevancia cultural y medicinal.
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“No conozco a ningún científico que plantee la teoría de que se trata de mimetismo. Yo diría que las flores se parecen a un colibrí para los humanos, pero ningún otro animal las ve como nosotros”, explicó Michael Whitehead, ecólogo de plantas de la Universidad de Melbourne, en una entrevista con National Geographic España.
El motivo es simple pero fascinante: Australia nunca ha sido hogar de colibríes, ni en su presente ni en su pasado evolutivo. Tampoco lo ha sido Asia, de donde provienen los linajes ancestrales de la Crotalaria. Por tanto, la idea de una evolución guiada por la imitación de estas aves no se sostiene.
Whitehead lo atribuye a un fenómeno psicológico conocido como pareidolia, la tendencia humana a ver formas reconocibles en objetos aleatorios, como ver caras en las nubes o figuras en las montañas.
“Crotalaria cunninghamii se parece a un pájaro de la misma manera que la araña hawaiana Theridion grallator se asemeja a una cara de dibujos animados, o la flor Psychotria elata a un par de labios”, señaló el ecólogo.
Así, lo que parece una obra maestra de la evolución es, en realidad, una ilusión óptica alimentada por nuestra propia mente. Pero eso no le resta belleza a este fenómeno natural. De hecho, lo vuelve aún más interesante.
Más allá del asombro visual, esta planta desempeña un rol ecológico clave en la restauración de suelos erosionados y degradados, lo que ha despertado el interés de científicos en el ámbito de la sostenibilidad. Su capacidad de adaptación, junto con su valor medicinal, la convierte en una especie digna de conservación.
Aunque su cultivo fuera de Australia es complejo, requiere climas cálidos, sin heladas, y cuidados específicos, su popularidad ha crecido entre jardineros y coleccionistas de plantas exóticas, quienes ven en la Crotalaria cunninghamii una joya botánica que combina ciencia, arte y cultura.
La flor colibrí verde no es lo que parece. No vuela, no canta ni se alimenta de néctar. Pero en un giro inesperado, su verdadero poder está en mostrarnos cómo la naturaleza y nuestra percepción pueden colaborar para crear una ilusión tan perfecta que cuesta creer que no haya intención detrás. Y quizás, en esa fusión entre lo biológico y lo imaginado, reside su verdadero encanto.