El extraño caso de un hombre que no siente dolor debido a una condición congénita
Salud
Steven Pete, originario del estado de Washington, vive con limitaciones desde que nació.
Su historia ha captado la atención de la comunidad científica y del público en general debido a los retos extraordinarios que enfrenta a diario. Pete padece insensibilidad congénita al dolor (CIP, por sus siglas en inglés), un trastorno genético que desconecta las señales de dolor, pero que no afecta su capacidad para percibir el tacto o la presión.
Aunque la idea de no sentir dolor puede parecer una ventaja para algunos, en la vida de Pete esto se convierte en un riesgo constante. A lo largo de los años, ha sufrido fracturas, quemaduras y heridas sin percibir las señales de advertencia que la mayoría de las personas reciben de inmediato. En una ocasión, según relató en una entrevista con USA Today, llegó a romperse huesos sin darse cuenta, lo que lo obligó a estar siempre en alerta para detectar posibles lesiones. Para él, observar cambios en su piel o movimientos anormales de sus extremidades se ha vuelto una herramienta esencial para evitar daños mayores.
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El dolor, aunque molesto, es una señal crucial para la supervivencia humana. Actúa como una barrera natural que detiene comportamientos que podrían resultar dañinos. Sin esa capacidad, las personas con CIP como Pete viven en constante riesgo, pues situaciones cotidianas que pasarían desapercibidas pueden desencadenar daños severos. “La vida sin dolor es una vida de vigilancia constante”, dice el hombre, quien ha aprendido a compensar la falta de esa alerta instintiva con otros mecanismos de protección.
En la infancia y adolescencia, la situación de Pete fue especialmente delicada. Los niños con CIP requieren una supervisión constante, ya que las actividades comunes pueden volverse peligrosas sin la advertencia natural del dolor. Para él, cosas tan simples como retirar la mano de una superficie caliente o notar el inicio de una infección son un desafío. Su vida ha sido una adaptación continua a las limitaciones de su condición.
El caso ha llevado a la ciencia a investigar más a fondo las bases genéticas de la insensibilidad congénita al dolor. Una de las principales causas de este trastorno es una mutación en el gen SCN9A, responsable de la transmisión de las señales de dolor al cerebro. Sin embargo, existen otras mutaciones genéticas menos comunes que también influyen en el sistema nervioso, bloqueando el dolor de diferentes maneras.
El interés científico en la CIP va más allá de su rareza; los investigadores ven en esta condición una posible clave para desarrollar tratamientos revolucionarios para el dolor crónico. Al comprender cómo el cuerpo de Pete bloquea las señales de dolor sin afectar otros sentidos, los científicos buscan replicar ese efecto de manera controlada en pacientes que sufren de dolores persistentes. Este enfoque promete nuevos avances que podrían reemplazar la dependencia de fármacos, ofreciendo alivio sin efectos secundarios graves.
El hecho de que no sienta dolor no significa que Pete sea invulnerable; por el contrario, su condición lo hace más vulnerable que la mayoría. “He tenido que aprender a prestarle mucha más atención a mi cuerpo que cualquier otra persona”, dice Pete. Y es que cualquier herida, si no es tratada a tiempo, puede complicarse rápidamente.