La lucha del joven al que un cerdo le devoró los pies cuando era bebé
Jaime Carvajalino era solo un bebé de tres meses cuando un cerdo en soltura entró a su casa y como en una película de terror, trató de comérselo. La rápida reacción de sus hermanos permitió que sobreviviera, pero a cambio perdió sus pies. Esta es una historia de lucha y resiliencia.
Jaime nació en el seno de una familia agricultora de la región rural del Norte de Santander en Colombia. Allí junto a sus tres hermanos mayores, Jaime era un bebé sano, que a pesar de la pobreza tenía lo necesario.
Como en todo hogar, sus padres tuvieron que salir a trabajar.
Su madre salió al pueblo a cobrar una madera, y, horas después, su padre partió hacia una vereda cercana a comprar un becerro. Dejaron a Jaime al cuidado de sus tres hermanos de 11, 9 y 7 años, que al mismo tiempo tenían que estar pendientes de una ahuyama y un maíz recién sembrado.
De repente, cuentan los hermanos de Jaime, cuando estaban distraídos con el cultivo, oyeron el llanto del bebé y el de un cerdo.
Corrieron al cuarto y se encontraron con una escena dantesca: el animal tenía al niño en la boca. Le mordía los pies insistentemente y, poco a poco, lo arrastraba hacia la marranera.
Cuando se percató de la presencia de los niños, el cerdo comenzó a perseguirlos con el bebé en la boca.
El mayor le daba golpes con un palo para que lo soltara. En uno de esos intentos, logró herir al animal y éste soltó a Jaime para lamerse la herida.
El chico de 11 años agarró al bebé y se lo pasó al otro hermano que ya estaba trepado en un árbol para ponerlo a salvo. Eran las 3 o 4 de la tarde.
Después lo llevó al riachuelo más cercano y le lavó los pies.
Los restregó con arena, dice él, "para limpiarlos", regresó al cuarto donde comenzó el ataque, lo arropó en una sábana y lo dejó en la cama.
Hacia las 8 de la noche, los padres volvieron, y la madre fue la primera en enterarse de lo sucedido.
"Los niños me dijeron que el cerdo lo había mordido poquitico, pero cuando lo cargué ardía en fiebre y no paraba de llorar; lo desarropé, prendí una mechera para ver, y comencé a llorar", cuenta.
Por fuera, los pies estaban completos aunque hinchados y amoratados, pero por dentro todo se sentía destruido.
En cuanto los vio, el padre de Jaime perdió los cabales y comenzó a gritar desesperado.
Caminaron cerca de hora y media por una trocha empantanada para llegar a la carretera más cercana, y en vista de que ningún carro paraba a auxiliarlos, se atravesaron en la vía para llamar la atención de los conductores.
Llegaron al puesto de salud del municipio hacia la medianoche y, de ahí, por la gravedad de las heridas, los doctores remitieron a Jaime rápidamente al hospital de Cúcuta, la ciudad más cercana.
Tras una larga cirugía y la gravedad de las heridas, los doctores tuvieron que amputarle las piernas. Desde ese día la vida de Jaime se basa en lucha, coraje y mucha resiliencia.
La dura adaptación a las prótesis
Cuando tenía nueve meses, el hospital de Cúcuta le regaló las primeras prótesis. Valían el equivalente a US$70 de la época (1995) y las usó muy poco.
Para Jaime la adaptación a las prótesis no fue fácil.
Los médicos le amputaron las piernas a dos alturas diferentes.
En la derecha conserva el tobillo, que con el tiempo se tornó una especie de pie: luce abultado a los lados y plano por debajo (similar al casco de un caballo), y le da la estabilidad necesaria para apoyarse.
La izquierda no llega ni al tobillo y la pantorrilla, al no haber desarrollado músculo, es tan delgada como el hueso.
En vista de que ninguna prótesis se ajustaba bien a sus muñones, Jaime fabricó a los 12 años unas prótesis artesanales con envases plásticos.
Tomó un vaso que su madre le había regalado a su padre, lo rellenó con calcetines y encajó el muñón.
Luego fue perfeccionando la técnica hasta llegar a "los potes" (como él los bautizó): dos envases del veneno que se utiliza en los campos de arroz, cortados a dos alturas diferentes, y soportados en el tacón de las botas de caucho que sus hermanos iban dejando.
Sus primeras piernas
Pasaron los años, y en 2018, Laura Ocampo, periodista de la revista Semana, se enteró de su historia y fue así como ella hizo posible que la fundación Cirec le regalara unas prótesis adecuadas para él. Se traslado por varios meses a Bogotá, para que le realizaran todos los exámenes necesarios y fue así como para navidad, de ese mismo año, tuvo el mejor regalo de navidad, unas piernas.
Los últimos dos años para Jaime han sido de mucha lucha.
A pesar de tener unas prótesis y poder caminar, sigue haciendo labores pesadas: cargando bultos, salando cueros de res, cargando madera por el río, oficios con los que puede llegar a ganar máximo 6 al día, y las prótesis se deterioraron.
Hace seis meses tuvo que enviarlas por segunda vez a Bogotá para repararlas y, por falta de dinero, no ha podido hacerlo. Desde entonces anda en potes.
En las noches, el dolor en los muñones no lo deja dormir. Los sumerge en agua caliente para desinflamarlos, pero una vez ésta entra en contacto con la piel, le arde tanto que siente que se despelleja.
***Esta nota fue publicada originalmente en www.bbcmundo.com por Laura Campo Encinales***