Bali, el exótico refugio para un millar de turistas durante la pandemia
Bali, la exótica isla indonesia conocida por sus playas, frondosos arrozales y riqueza cultural, se ha convertido en un inesperado refugio para más de un millar de turistas que se quedaron atrapados allí durante la pandemia de la COVID-19.
Con más de 47,000 casos y 2,535 muertos, Indonesia es el país más afectado en el Sudeste Asiático, pero el nuevo coronavirus ha sido más benévolo en Bali, donde además las restricciones han sido relativamente laxas.
Las autoridades locales calculan que, desde que se pusieron en marcha las restricciones de viaje en marzo, alrededor de un millar de turistas decidieron quedarse en la isla, la mayoría procedentes de China, aunque también de Reino Unido, Canadá, Holanda, Francia o Argentina.
Al inicio de la pandemia, las autoridades europeas aconsejaban a los turistas volver a sus países porque temían que el sistema sanitario en naciones en desarrollo como Indonesia pudiera colapsarse rápidamente si empeoraba la situación.
Sin embargo, los turistas que se quedaron atrapados en Bali han pasado la pandemia de manera más segura y sin las estrictas cuarentenas de España, Italia o incluso Alemania.
Federico Brunello, un italoargentino de 37 años residente Valencia, llegó a Dubái el mismo día en que el Gobierno español anunció la cuarentena nacional el 13 de marzo.
Mientras veía que cerraban fronteras y ponían restricciones a los viajeros, especialmente para los residentes en España o Italia, Brunello usó su pasaporte argentino, sin sello de entrada o salida en Europa, para que lo dejaran volar a Bali.
"Al último minuto, como la aerolínea me canceló (la vuelta a España), decidí comprarme un ticket y venirme a Bali. Yo había estado antes en Bali y como sabía que aquí había pocos casos, vi que era el lugar apropiado", explica a Efe Brunello, oriundo de Catamarca, en el norte de Argentina.
"Los primeros diez días, cuando la cuarentena estaba en la mayoría de los países, la vida aquí era completamente normal. Luego comenzaron los procedimientos de lavarte las manos, tomarte las temperatura...", relata el argentino, que se alojó en Ubud y luego en Seminyak, en el sur de la isla.
Brunello relata que la cuarentena más estricta fue cuando se celebró en marzo el Nyepi, el festival hindú "del silencio" en el que los balineses se quedan en casa y hasta se corta el internet y que este año duró dos días, uno mas de lo normal.
"Las primeras dos o tres semanas fueron mas difíciles porque los balineses nos veían a los extranjeros un poco raros", señala el argentino, quien dice que le llegaron a rechazar en una lavandería y de un hotel por miedo a la COVID-19.
Pero más tarde, los locales perdieron la desconfianza y actualmente la vida es casi normal, aunque con medidas de distanciamiento físico en los negocios y restaurantes.
Durante los meses de marzo y abril la isla parecía inmune, pero luego empezaron a incrementarse los contagios y actualmente acumula más de 1,000, incluidos 9 fallecimientos, entre una población de unos 4,4 millones de personas.
La pandemia ha significado un varapalo para el turismo, que supone alrededor del 50 por ciento de la economía de la isla y que recibe unos 6 millones de turistas extranjeros al año, un tercio de ellos procedentes de China y Australia.
Según datos oficiales, la llegada de extranjeros se redujo en un 54 por ciento en la primera mitad del año, casi sin llegadas en los meses de abril y mayo.
Las autoridades balinesas tratan de recuperar la normalidad con la reapertura de las playas, que estuvieron cerradas desde finales de marzo y la llegada de turistas locales.
El país aún no tiene fecha para abrir sus fronteras al turismo internacional, aunque está estudiando establecer corredores de viaje con otros países asiáticos, como Corea del Sur y China.
Ahora el problema de los turistas foráneos en Bali es que no pueden volver a sus países por las cancelaciones de vuelos.
La china Jasmine Shi, de 29 años, llegó a Bali en febrero con la idea de pasar unas dos semanas, pero luego empezaron a cancelar sus vuelos debido a la pandemia y aún sigue esperando a poder volver a Shánghai, donde es copropietaria de un gimnasio.
Shi asegura a Efe que llegó a estresarse por las cancelaciones, pero luego se ha adaptado a su situación.
"La vida es normal en Bali, es un buen lugar para estar en esta situación (...) Aquí no te sientes aislado, hay naturaleza, la vida está muy bien", indica por teléfono.
La turista china agrega que, aunque no es la situación ideal, ha podido seguir por internet la gestión de su gimnasio cuando pudo reabrir.
Unas de las ventajas en la isla es que los precios son bajos: Brunello paga unos 250 euros al mes por un apartamento con piscina cerca de la playa en la que puede pasear tranquilamente por las tardes.
El argentino reconoce que, aunque le hayan cancelado los vuelos, se alegra de haber ido a Bali, donde ha aprovechado para estudiar un máster a distancia y crear una página web para enseñar a gente que siempre es posible viajar de manera cómoda aunque sea con poco dinero.
"La verdad es que para mí estos tres meses han sido superproductivos a nivel profesional y personal", sentencia el argentino, quien nació en una familia humilde y recuerda que de pequeño le decían que viajar era un lujo fuera de su alcance.