Bailarines de alquiler en los salones de Viena
En su tercer baile del invierno, Renata danzará hasta altas horas de la noche en un salón de Viena, y su pareja no podrá negarle el placer de un tango, un vals o una rumba puesto que cobra por ello.
Ya sea para conseguir una pareja de baile, un curso urgente de vals o para distribuir regalos promocionales, los célebres bailes vieneses, que alcanzan su apogeo en enero y febrero, combinan una tradición más que centenaria con un gran sentido de los negocios.
Los cerca de 450 bailes organizados este invierno en la capital austriaca deberían atraer a más de 500.000 invitados y dar trabajo a miles de personas en los sectores de la hostelería, la gastronomía, la confección de esmóquines y vestidos de baile, la venta de flores o las orquestas de salón.
Rono Alam forma parte de esos empresarios de la fiesta. Varias noches por semana trabaja como bailarín de alquiler, acompañando a mujeres que no tienen pareja.
Este quincuagenario de atuendo impecable, exaficionado a los torneos de baile, creó su empresa hace una década al comprobar que "muchas mujeres no encontraban pareja para bailar".
Edgar Kogler trabaja para una empresa de la competencia. A sus 49 años, representa la quintaesencia del bailarín de vals. Se formó en las escuelas de la capital y pasó la juventud abriendo bailes de prestigio.
Profesor durante el día, se dedica al vals por las noches, adaptándose al nivel de sus clientas, a sus gustos y a su conversación.
Temporada de récord
Renate Drabek confía en los bailarines a los que paga unos 150 euros por noche, varias veces al año desde la muerte de su marido.
"Me encanta bailar, es mi actividad deportiva", explica la jubilada, que viste un atrevido corpiño y se niega a dar su edad. "Y me encanta esta atmósfera", añade, señalando las columnatas de mármol, las lámparas de araña, los ramos de flores frescas y la majestuosa escalera del palacio de Hofburg, la antigua residencia de los Habsburgo, muy apreciada por los organizadores de bailes.
En esta temporada de récord, los invitados gastarán 139 millones de euros, ocho más que el año anterior, es decir, 275 euros de media por baile y por persona, según las previsiones de la cámara de comercio.
Cada baile tiene un precio de entrada que varía en función de su prestigio.
"Algunos bailes se han convertido en grandes negocios comerciales", reconoce Ronan Svabek, maestro de ceremonia de uno de los más famosos: el baile de la Ópera, que se celebró el 8 de febrero.
La mayoría de esas veladas tienen patrocinadores y servicio de prensa. En el "baile de los caramelos", una decena de marcas de galletas, helados y dulces distribuyen muestras de sus productos y regalos promocionales.
Pero, como explica Svabek, también hay "numerosos pequeños bailes de barrio, de escuela, y bailes profesionales" que encarnan la esencia del fenómeno vienés: "reunir en un espacio reducido a gente distinta, que no se conoce pero pasa la noche junta, se relaciona y habla gracias al placer del baile".
La tradición se remonta al siglo XVIII, cuando los bailes de la corte de los Habsburgo dejaron de estar reservados a la aristocracia. Los vieneses retomaron entonces por su cuenta las costumbres de la corte y la etiqueta vinculada a esas fiestas.
Todo tipo de bailes
Hay bailes de cazadores, de dueños de cafeterías, de floristas, de la Orquesta Filarmónica, de los carniceros, de los porteros de edificio. Cada oficio, cada grupo social, tiene su evento, desde las corporaciones de extrema derecha hasta los veganos, pasando por los aficionados al hip-hop y los fanáticos de la conquista del espacio.
A pesar de esta profusión, el ritual es inamovible: un estricto código de vestimenta, un ambiente digno de las películas de Sissi, una apertura coreografiada encomendada a los "debutantes", un selecto grupo de jóvenes bailarines, y una sucesión de distintos estilos musicales hasta la cuadrilla de medianoche.
Las escuelas de baile ya no son sin embargo un lugar de paso obligado. Apenas queda una veintena en Viena, frente a las 70 que había hace 20 años. Muchos aficionados prefieren ahora ir a clases sueltas, aprender rápidamente las bases del vals justo antes de la fiesta.
Para Ronan Svabek, esas personas se pierden casi lo más importante de la formación: el aprendizaje de las reglas de un ritual muy codificado. "Cómo acercarse al otro, a qué distancia, cómo conocerse, hasta dónde insistir, hasta dónde aceptar. Unas reglas válidas para el baile y también para la sociedad, para nuestra formar de convivir", asegura.