¿Por qué aplaudimos? La curiosa historia detrás de un gesto universal

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El emperador romano Nerón tuvo un ejército de 5 mil "aplaudidores".

En el siglo XVIII los aplaudidores se conocen como "claque" y fueron contratados por los teatros para garantizar el éxitos de las obras teatrales.
En el siglo XVIII los aplaudidores se conocen como "claque" y fueron contratados por los teatros para garantizar el éxitos de las obras teatrales.

Imagina que estás en un concierto, el artista acaba de terminar su última canción y, sin pensarlo, comienzas a aplaudir. No necesitas que nadie te lo pida; simplemente sientes que es la forma correcta de expresar lo que sientes en ese momento.

Pero ¿alguna vez te has preguntado de dónde viene esta costumbre de aplaudir? ¿Por qué decidimos juntar las manos y hacer ruido para demostrar que algo nos gusta? Vamos a hacer un pequeño viaje al pasado para descubrirlo.

Aplausos en la antigüedad: un arte de aprobación

La historia de Nerón y su relación con los aplausos es una curiosa anécdota que muestra hasta qué punto el poder puede influir incluso en los gestos más triviales de la vida cotidiana, y también es una de las primeras referencias a lo que posteriormente sería conocido como la práctica del "claque".

Nerón, el famoso emperador romano que reinó entre los años 54 y 68 d.C., es conocido por ser un líder extravagante y amante del arte. Aunque fue infame por sus actos tiránicos y su mano dura, Nerón tenía un lado obsesionado con las artes, particularmente la actuación y la música. Se consideraba a sí mismo un artista, no solo un emperador, y participaba en concursos de poesía, cantaba y tocaba la lira. Sin embargo, su talento era cuestionable, y sus habilidades no siempre eran apreciadas por los ciudadanos romanos.

Nerón era consciente de la importancia de la reacción del público y quería asegurarse de que sus actuaciones fueran siempre bien recibidas. Con tal propósito, no dejó nada al azar: creó una especie de "grupo de aplausos" profesional, compuesto por unas 5,000 personas conocidas como "Augustinianis". 

Estos hombres tenían la tarea de asistir a sus presentaciones y asegurarse de que el auditorio estallara en estruendosos aplausos y ovaciones en los momentos precisos, creando la ilusión de que las masas lo adoraban como artista. Los Augustinianis recibían un salario, y su único trabajo era aclamar al emperador y ensalzar su arte, sin importar la calidad real de la presentación.

Nerón incluso tenía distintos estilos de aplauso que los Augustinianis debían ejecutar según las circunstancias, como el "bombi", que era un aplauso profundo y resonante, o el "ímbrices", que consistía en aplaudir con las manos huecas para lograr un sonido más específico. Esta búsqueda de la adulación y la ovación constante subraya no solo la vanidad de Nerón, sino también su intento de controlar la narrativa sobre sí mismo y su imagen pública.

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Con el tiempo, esta práctica de contratar personas para aplaudir evolucionó y se convirtió en lo que más adelante se conocería como la "claque", una práctica muy común en los teatros de Europa durante los siglos XVIII y XIX. La claque era un grupo de individuos que, a cambio de una remuneración, se dedicaba a aplaudir y vitorear en las funciones de teatro con el objetivo de influir en la reacción del público y garantizar el éxito de una obra o la popularidad de un actor.

La influencia de Nerón fue, por tanto, precursora de la claque moderna, que se formalizó especialmente en la Francia del siglo XIX. Productores teatrales y actores contrataban a estos grupos para asegurarse una reacción favorable del público, manipular la opinión y garantizar que una función fuese percibida como un éxito. 

Aunque hoy en día la práctica de la claque ha desaparecido en gran medida, la anécdota de Nerón sigue siendo un ejemplo temprano de la obsesión por controlar la opinión pública y la importancia del reconocimiento, una obsesión que muchas figuras públicas han compartido a lo largo de la historia.

Los teatros de la época eran espacios llenos de ruido y pasión, y la respuesta del público era crucial. Si el actor daba una buena interpretación, el aplauso era ensordecedor. Pero si no, el silencio o los abucheos podían ser igual de contundentes. En ese entonces, el aplauso tenía tanto poder que podía hacer o destruir la carrera de un artista. 

La evolución del aplauso: de los teatros a los estadios

Con el tiempo, el aplauso pasó de ser una tradición teatral a una costumbre que se usaba en muchos otros lugares. ¿Te suena el estadio lleno de gente aplaudiendo a su equipo favorito? Esta es una evolución de esa expresión de apoyo. 

En los deportes, aplaudir se convirtió en una señal de apoyo y motivación para los jugadores. Además, se convirtió en una forma de crear un sentido de comunidad. Cuando estás en un estadio lleno de personas aplaudiendo, todos sienten que están unidos en la misma emoción.

Los conciertos de música también adoptaron el aplauso como parte de la experiencia. Imagínate un concierto en el que nadie aplaudiera después de cada canción; se sentiría extrañamente frío, ¿verdad? El aplauso se volvió esencial para los músicos, ya que es una forma de decirles: "Nos gustó, queremos más". En cierto modo, es una especie de conversación entre el público y el artista, donde el aplauso dice mucho sin necesidad de palabras.

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El aplauso como lenguaje universal

Quizás lo más curioso del aplauso es que es una forma de comunicación universal. No importa de dónde vengas o cuál sea tu idioma, todos entendemos lo que significa un aplauso. Es un gesto que no necesita traducción y que todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos hecho. De hecho, el aplauso es tan universal que incluso hay estudios que lo consideran como una respuesta instintiva. Desde bebés, tendemos a reaccionar a ciertos sonidos y gestos, y el aplauso parece ser uno de ellos.

Además, el aplauso tiene un efecto contagioso. Si estás en una audiencia y alguien empieza a aplaudir, es probable que te unas, casi sin darte cuenta. Es como si tu cerebro te dijera: "Oye, todos están aplaudiendo, vamos a unirnos". Y, en efecto, cuando una persona empieza a aplaudir, los demás la siguen. Este fenómeno se ha estudiado en psicología, y se le conoce como "sincronización social".

La magia de aplaudir en los momentos especiales

El aplauso también tiene el poder de transformar un momento en algo especial. En ceremonias como graduaciones, bodas o incluso eventos de despedida, el aplauso suele marcar un momento de reconocimiento o cierre. Es como si, al aplaudir, estuviéramos diciendo "esto fue importante" o "esto vale la pena recordar".

Y hay más: en algunas culturas, el aplauso se usa en situaciones de duelo o de tristeza como un homenaje. Por ejemplo, en algunos funerales, se ha hecho costumbre aplaudir como señal de respeto al difunto, una despedida emotiva que dice "gracias" sin palabras. Así, el aplauso no es solo para la felicidad o el éxito; también es una muestra de respeto.

¿Por qué nos gusta tanto aplaudir?

Aplaudir no solo es agradable para el que recibe el aplauso, sino también para el que lo da. Cuando aplaudimos, nuestro cerebro libera endorfinas, las famosas "hormonas de la felicidad". Así que, de alguna manera, el aplauso nos hace sentir bien a nosotros mismos. Es una forma de liberar emociones y de conectar con los demás. Tal vez por eso nos sentimos tan bien después de un espectáculo, o cuando aplaudimos a alguien que ha logrado algo importante.

Además, el aplauso es uno de esos gestos que pueden cambiar totalmente el ambiente. Imagina a un niño en su primera actuación escolar, nervioso y lleno de miedo. Al escuchar los aplausos del público, su nerviosismo se convierte en alegría y confianza. Eso es lo que hace el aplauso: transforma el miedo en alegría, la soledad en conexión y el esfuerzo en recompensa.

El aplauso es más que un simple gesto; es una tradición que conecta a las personas a través de emociones compartidas. Ya sea en un teatro, en un estadio, en un concierto o en una ceremonia, aplaudir es una forma de comunicar sin palabras. Es una manera de decir "me gustó", "te apoyo", "gracias" o "te respeto". Desde la antigua Roma hasta nuestros días, el aplauso ha evolucionado y se ha adaptado, pero sigue siendo esencialmente lo mismo: una celebración colectiva de momentos que valen la pena.

La próxima vez que aplaudas, recuerda que estás participando en una tradición que tiene miles de años y que probablemente seguirá con nosotros durante mucho tiempo. 

 

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