La masacre de Tulsa: 100 años de la infamia racista
La masacre de Tulsa, como ya se le conoce, es considerada la peor matanza racial contra afroamericanos. Pese a ello, apenas ha sido nombrada en libros de historia y la mayoría de estadounidenses no supo durante décadas lo qué ocurrió. Ninguna de las familias afectadas fue indemnizada ni los agresores fueron acusados o, al menos, cuestionados.
"Estoy aquí para buscar justicia", dijo Viola Fletcher la semana pasada ante el Congreso de Estados Unidos.
"Estoy aquí para pedirle a mi país que reconozca lo que sucedió en Tulsa en 1921".
Fletcher, de 107 años, es la sobreviviente más longeva de la masacre de Tulsa, Oklahoma, uno de los episodios más trágicos en la historia de la ciudad.
El 'Wall Street Negro'
Greenwood era un próspero barrio de Tulsa. La repartición de tierras tras el fin de la guerra civil (1861-1865) que enfrentó a los estados del sur y el norte benefició a algunas comunidades afroamericanas que se afincaron en este lugar y lo volvieron boyante a inicios del siglo XX. Emprendedores afroamericanos eran dueños de restaurantes, bodegas, salas de cine, estudios de fotografía, consultorios médicos, hoteles e incluso tenían un periódico para su comunidad.
Sin embargo, en aquellos años aún se mantenían leyes segregacionistas y Greenwood estaba dividido de otros barrios blancos de Tulsa por las vías de tren que atravesaban la ciudad. Su éxito económico, no obstante, era la envidia de sus vecinos blancos.
El apelativo de Black Wall Street ("Wall Street negro") pone de manifiesto su bonanza económica, que hizo que el barrio fuera considerado uno de los mejores del país para la comunidad negra. Ese boom fue dilapidado en dos días de fuego y violencia.
Cómo se produjo la masacre
Todo empezó con el rumor de que un joven negro había atacado a una chica blanca en un hotel del centro de Tulsa.
El 30 de mayo de 1921 Dick Rowland tenía 19 años y trabajaba como limpiabotas. En el local donde ejercía no había baño “para negros”, así que tenía que usar uno que estaba en la última planta de un edificio cercano. Para llegar hasta allí, tenía que hacer uso del ascensor que manejaba Sarah Page, una joven blanca de 17 años. Y fue así como empezó la matanza que cambiaría Tulsa para siempre.
No se sabe a ciencia cierta qué pasó en aquel ascensor, aunque la explicación “más común” según la comisión que investigó lo sucedido en 2001, es que Rowland resbaló, agarró del brazo a Page y ella gritó. Cualquier relación interracial estaba prohibida por la ley, y una acusación de abuso por parte de una mujer blanca a un hombre negro suponía un riesgo inmediato de muerte para el acusado. Tal vez Rowland huyó por eso. El dependiente de una tienda cercana le vio salir a la carrera y llamó a la policía.
Nadie lo sabía aún, pero se acaba de activar una reacción en cadena que, en apenas unas horas, llevaría a una matanza. Dick Rowland fue detenido al día siguiente, en Greenwood. No se conserva la declaración policial de Sarah Page, pero no parece que la policía le diera mucha importancia al asunto.
El papel de la prensa sensacionalista
Un incendiario reportaje en la edición del 31 de mayo del periódico Tulsa Tribune fue el aliciente para que estallara un enfrentamiento entre blancos y negros cerca del tribunal donde el alguacil y sus hombres habían bloqueado el último piso para proteger a Rowland de un posible linchamiento.
El rotativo acusaba a Rowland en portada de intento de violación y de haberla atacado “arrancándole la ropa”. Comentaba, además, que iban a lincharlo. Todo esto, sin siquiera contar con la declaración de la afectada.
Hubo disparos y los afroestadounidenses, que eran minoría, comenzaron a replegarse hacia el distrito de Greenwood.
“Aunque es todavía incierto describir con precisión lo que pasó el 30 de mayo de 1921 en el edificio Drexel, la explicación más común es que Rowland pisó el pie de Page, lo que causó que ella gritara”, señala la Sociedad Histórica de Oklahoma.
Según ya han documentado historiadores, el término ‘atacar’ que usaron los medios de Tulsa en su momento, dirigidos por blancos y abiertamente racistas, implicaba un amplio rango de agresión que incitaron a una turba para ir hacia Greenwood. De hecho, el “Tulsa Tribune” publicó ese día el editorial titulado: “A linchar a negro esta noche”.
Ante el temor de que Rowland sea linchado, veteranos afroamericanos de la Primera Guerra Mundial y otros miembros de la comunidad fueron en su defensa. Hubo intercambio de disparos y la batalla se desató.
Cientos de blancos enardecidos y armados tomaron durante seis horas las 35 cuadras, incendiaron todos los negocios y entraron a las casas a matar. Incluso aparecieron avionetas maniobradas por hombres blancos que lanzaron bombas incendiarias sobre Greenwood, y todo con la complacencia y venia de las autoridades. Aunque en su momento se contabilizaron apenas 35 muertos, se calcula que murieron más de 300 afroamericanos, aunque pudieron ser muchos más pues muchos de los cuerpos fueron quemados o arrojados al río.
La matanza duró 24 horas. Recién el 1 de junio llegó la Guardia Nacional a Tulsa, que ordenó que unos 6 mil sobrevivientes negros fueron trasladados a tres campos de refugiados y restablecieron 'un mínimo' de orden.
“El orden” era, como siempre, bastante desigual. Mientras los soldados iban desarmando a las milicias blancas y permitiéndoles irse tranquilamente a casa, al menos 6.000 afroamericanos seguían detenidos en un campo de concentración. Otros miles habían huido de la ciudad y alguno había sido asesinado mientras lo intentaba. Al menos 10.000 habían perdido su negocio, su casa o las dos cosas. Dick Rowland, el joven limpiabotas acusado de violar a una chica blanca y por cuyo intento de linchamiento empezó todo, fue trasladado fuera de la ciudad y abandonó Tulsa para siempre. Fue exonerado sin necesidad siquiera de juicio.
Sus historias, sin embargo, fueron borradas de la historia con el transcurrir de las décadas.
Borrado de los libros de historia
“Después de la masacre tanto los negros como los blancos escondieron lo que pasó bajo la alfombra, tenían que salir adelante. Hablar de ello era revivirlo y era demasiado doloroso”, cuenta a la BBC Michelle Brown, coordinadora del centro cultural de Greenwood.
Buena parte de lo que sabemos de la masacre de Tulsa lo conocemos gracias al minucioso trabajo de una comisión oficial de investigación que fue aprobada en 1997, más de 75 años después del desastre, y que presentó sus resultados en 2001. Durante todo ese tiempo no hubo desde las instituciones más interés que el de tapar lo sucedido, borrar las huellas, impedir que se abrieran las fosas comunes y callar a los supervivientes.
El Tulsa Tribune fue el periódico donde se publicó la falsa acusación de violación que encendió la mecha de los disturbios y también el artículo que hablaba de “linchar” al acusado. Esos textos se borraron misteriosamente de su archivo años después. Tras la quema de Greenwood, sin embargo, el diario no parecía muy arrepentido: “El carnaval de crimen acaba aquí y será enterrado entre las cenizas de la ‘villa negrata’ que ha desaparecido”.
Los tribunales tampoco hicieron mucha justicia. Un jurado decidió culpar a los negros de haber provocado los disturbios, aunque después no se condenó a nadie. El periódico Tulsa Star resumió las conclusiones de ese jurado de forma bastante acertada: “El jurado culpa a los negros por incitar los disturbios raciales y exonera claramente a los blancos”. Su argumentación fue que todo era responsabilidad del grupo de afroamericanos que se había acercado al juzgado a defender la vida de Dick Rowland y que la multitud blanca que gritaba “entréguennos al negro” y “traigan la soga” no quería en realidad lincharlo.
Todas las reclamaciones de seguros del vecindario de Greenwood fueron denegadas. Las reclamaciones totalizaron US$ 2,7 millones. Aún así, Black Wall Street fue reconstruido, pero nunca volvió a su antigua gloria.
De acuerdo con un estudio de la Universidad de Harvard, la masacre tuvo efectos en las condiciones de vida, el empleo y el nivel educativo de los negros de Tulsa durante las dos décadas siguientes. Todavía hoy tienen el doble de posibilidades de no tener empleo que los blancos. Greenwood era antes de mayo de 1921 un milagro, “el edén del oeste para la gente de color”, como lo llamó un periódico afroamericano. Un oasis de oportunidad que salió ardiendo hace un siglo y del que nadie se ha responsabilizado todavía.
***Extractos de las notas publicadas por LaVanguardia.com y bbcmundo.com***