¿Qué pasó con la fortuna de los hermanos Menéndez tras asesinar a sus padres?
Hermanos Menéndez
Antes que se convirtieran en sospechosos, Lyle y Erik, heredaron la fortuna familiar, estimada en aproximadamente 14 millones de dólares.
La historia de Lyle y Erik Menendez ha vuelto a resonar con fuerza en la cultura popular, impulsada por el reciente estreno de la nueva temporada de Monstruos, la serie de Netflix que explora un crimen real. Esta vez, la producción ahonda en los asesinatos que conmocionaron a Estados Unidos en 1989, cuando los hermanos fueron responsables de la brutal muerte de sus padres, José y Kitty Menendez. Sin embargo, más allá de los detalles del crimen y las sentencias de cadena perpetua que recibieron, hay un aspecto menos conocido pero igualmente impactante: el destino de la fortuna familiar que los hermanos esperaban heredar tras el asesinato.
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Poco después de la muerte de sus padres, Lyle y Erik, quienes inicialmente no eran considerados sospechosos, heredaron parte de la fortuna familiar, estimada en aproximadamente 14 millones de dólares. En lugar de mantenerse discretos, los hermanos optaron por un estilo de vida ostentoso que pronto capturó la atención de las autoridades.
Lyle invirtió en lujos que incluían un Porsche y un reloj Rolex, además de adquirir un restaurante. Erik, por su parte, decidió gastar su parte de la herencia en clases de tenis de alto nivel y viajes internacionales. Este ritmo de gastos fue uno de los primeros indicios que alertaron a los investigadores, quienes comenzaron a sospechar que el móvil del crimen podría haber estado vinculado a la codicia.
En cuestión de seis meses, se estima que los hermanos Menendez gastaron alrededor de 700,000 dólares, cifra que levantó sospechas no solo entre sus conocidos, sino también en las autoridades que ya habían comenzado a indagar más profundamente en el caso.
Lo que alguna vez fue una herencia millonaria se evaporó tan rápido como la confianza pública en la inocencia de los hermanos. Entre impuestos, decisiones financieras imprudentes y, sobre todo, los exorbitantes costos legales de su defensa, los 14 millones que Lyle y Erik heredaron se redujeron drásticamente.
De acuerdo con los registros de sucesión, unos 10.8 millones de dólares fueron destinados a cubrir honorarios legales, valoraciones inmobiliarias infladas y pérdidas en el mercado de valores. En poco tiempo, la fortuna Menendez se desvaneció, dejando a los hermanos sin los recursos que creyeron que tendrían para siempre.
Cuando finalmente se dio a conocer la situación financiera tras el juicio, lo que quedaba de la fortuna era casi insignificante comparado con lo que los Menendez habían heredado inicialmente. Lo único que persistió fue una casa en Calabasas, un condominio en Nueva Jersey, algunas joyas y muebles, y una suma en efectivo de aproximadamente 651,948 dólares, insuficiente para cubrir las deudas acumuladas.
El declive financiero de los Menendez resultó ser tan estrepitoso como su descenso a la infamia. Y aunque hubieran sido absueltos, la fortuna igualmente no habría estado a su disposición. Esto se debe a la California Slayer Statute, una ley que impide que una persona herede bienes de alguien a quien haya asesinado intencionalmente. La norma es clara: un asesino no puede beneficiarse de la muerte de su víctima, lo que significa que cualquier herencia o beneficio de seguros de vida queda fuera de su alcance.
Como explica la legislación, “el asesino es tratado como si hubiera muerto antes que la víctima”, lo que significa que los bienes se redirigen a otros beneficiarios o regresan al patrimonio de la víctima. Esta normativa solo permite excepciones en casos de homicidio justificable, como en defensa propia, una circunstancia que, evidentemente, no aplicaba en el caso de los Menendez, en ese momento.