La Gran Mentira
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La figura del cardenal in pectore, una designación que permanece en el más estricto secreto hasta ser revelada por el Papa, ha captado nuevamente la atención pública gracias a la reciente película Cónclave, dirigida por Edward Berger. Inspirada en la novela de Robert Harris, la producción ficcionaliza los efectos políticos y religiosos que desencadena el nombramiento confidencial de un cardenal en el contexto de la muerte del sumo pontífice y la inminente elección de su sucesor.
El término in pectore, del latín “en el pecho”, se refiere a un cardenal nombrado por el Papa cuya identidad no es anunciada públicamente. Esta figura, aunque poco frecuente, tiene sustento en el derecho canónico y ha sido utilizada históricamente para proteger a clérigos en contextos de persecución religiosa o inestabilidad política. El teólogo Dayvid da Silva, pastor ordenado en la Iglesia Metodista Unida, sostiene que esta práctica “se emplea generalmente cuando existen razones de seguridad o cuando la revelación del nombre podría suponer un riesgo para la persona designada o para la institución, especialmente en regiones donde la Iglesia enfrenta persecución”.
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La práctica del nombramiento in pectore surgió en el siglo XVI y se consolidó como una potestad papal en el siglo XVII. Su uso fue formalizado en el Código de Derecho Canónico de 1983, que otorga al pontífice la facultad exclusiva de designar cardenales en secreto. Diversos papas han recurrido a este mecanismo en momentos de tensión geopolítica o eclesiástica. Entre los casos documentados, destaca el del Papa Clemente VIII, quien nombró in pectore al cardenal Antonio María Gallo en el siglo XVI, y el del Papa Juan Pablo II, que designó en secreto al cardenal chino Ignatius Kung Pin-mei, encarcelado por el régimen comunista, como medida de protección ante la persecución.
El cardenal nombrado in pectore, aunque posee en potencia los mismos derechos que cualquier otro miembro del Colegio Cardenalicio, no puede ejercerlos hasta que el Papa revele oficialmente su identidad. Mientras esto no ocurra, su rol dentro de la Iglesia permanece limitado: no puede participar en cónclaves, ni en otras ceremonias oficiales, aunque puede ser consultado directamente por el pontífice y tener injerencia en procesos internos, como la elaboración de documentos doctrinales.
En Cónclave, el misterio gira en torno al personaje Vincent Benítez, un clérigo mexicano que presenta un documento firmado por el Papa fallecido que certifica su nombramiento como cardenal in pectore. Esta situación genera tensiones entre los miembros del colegio cardenalicio, quienes deben decidir si Benítez tiene legitimidad para participar en la elección del nuevo Papa.
En términos reales, la legislación canónica es clara sobre este punto. El investigador Reuberson Rodrigues Ferreira, profesor de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP), afirma que “el nombramiento in pectore pierde automáticamente su efecto si el Papa no revela el nombre del cardenal antes de su muerte”. Por tanto, incluso si existiera un documento firmado, su validez sería nula si no se dio a conocer oficialmente durante la vida del pontífice. De esta forma, un cardenal in pectore cuyo nombramiento permanece secreto hasta la muerte del Papa carece de los derechos canónicos necesarios para participar en un cónclave.
El nombramiento in pectore permite al pontífice ejercer un poder discrecional absoluto, preservando la confidencialidad de decisiones estratégicas que podrían generar controversia o poner en riesgo la seguridad de los designados. Aunque en décadas recientes esta figura ha sido menos utilizada, sigue vigente como una opción válida en el sistema eclesiástico. No obstante, el Papa Francisco no ha dado indicios de haber recurrido a este tipo de nombramiento, lo que sugiere una preferencia por la transparencia en la estructura jerárquica de la Iglesia.
El cardenal in pectore, mientras no sea revelado, representa la dualidad entre autoridad potencial y limitación práctica. Solo con la publicación formal de su identidad, este prelado puede asumir plenamente sus funciones, incluyendo la participación en la elección papal y otras responsabilidades dentro del Vaticano.