La neuroimagen puede ayudar a detectar el autismo en bebés
Las pruebas de neuroimagen en bebés de 6 meses pueden ayudar a detectar los trastornos del espectro del autista (TEA), según un estudio publicado hoy en la revista especializada Science Translational Medicine.
La investigación, realizada por expertos de dos instituciones de EE.UU. (la Universidad de Carolina del Norte y la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis, en Misuri), se centró en el examen del cerebro de 59 niños con un riesgo alto de autismo.
Mediante la técnica de imagen de resonancia magnética funcional (RMF), los científicos recopilaron datos sobre 26.335 pares de conexiones funcionales entre 230 regiones cerebrales diferentes mientras los bebés dormían.
De estos niños, once fueron diagnosticados con autismo a los 24 meses de edad, lo que permitió a los investigadores aplicar algoritmos de aprendizaje automático para analizar los patrones cerebrales específicos, que predijeron correctamente 9 de estos diagnósticos sin falsos positivos.
La neuroimagen funcional permite cuantificar la activación, el metabolismo y la perfusión (alimentación de las células con oxígeno y nutrientes) de las distintas áreas cerebrales, además de la evaluación de la dinámica de los distintos neurotransmisores y la acumulación regional de varias proteínas.
Se estima que uno de cada 68 niños de todo el mundo se ve afectado por el TEA, que incluye un amplio grupo de trastornos del desarrollo neurológico que a menudo causan problemas continuos de comunicación, conductas repetitivas y otros síntomas que afectan la capacidad social.
Los científicos aseguraron que es necesaria más investigación para determinar si se aplica a los bebés sin un alto riesgo genético, pero estos hallazgos pueden suponer un primer paso hacia las medidas de detección precoz de autismo.
Esta detección temprana, junto con las intervenciones conductuales, podrían mejorar significativamente la calidad de vida de las personas con TEA, aunque la totalidad de los síntomas de conducta típicamente no aparecen hasta que los niños tienen dos años o más.