Reina Torres de Araúz entre las exploradoras de 'National Geographic' olvidadas por la historia
Fue a primera latinoamericana en obtener una beca de esta organización.
8 de marzo “Día Internacional de la Mujer”.
La afamada revista National Geographic destaca en su edición del mes de marzo a 20 pioneras de la exploración que han sido olvidadas por la historia. La contribución de estas mujeres al conocimiento del mundo es inmensa. Tal y como dice el artículo, ellas cruzaron ríos, subieron montañas y llegaron a lugares desconocidos hasta el momento en que pusieron un pie en ellos.
Entre estas mujeres intrépidas se encuentra Reina Torres de Araúz. Y, al igual que a las demás del artículo, la hemos relegado al nombre de un edificio, supuestamente un museo cerrado durante años en el que enterraron su legado.
Pero, ¿quién fue en realidad esta mujer, que contribuyó muchísimo a la cultura panameña?
Nació el 30 de octubre de 1932 en la ciudad de Panamá. Se doctoró en 1963 en la Universidad de Buenos Aires en Filosofía y Letras con especialización en Antropología. También se licenció como antropóloga general, etnógrafa, profesora de historia y técnico de museos.
A su regreso al país, su primera misión la emprende en el Instituto Nacional, donde trabaja como profesora; desde ahí trasmite, con el entusiasmo que la caracterizó, conocimientos de la historia y la cultura nacional. Ella contaba a todos los que querían escucharla lo que iba descubriendo poco a poco a lo largo de sus recorridos por el territorio del país.
Era como esos exploradores que vemos en las películas. Ella se apuntaba a cuanta expedición se organizaba movida por el interés de vivir la experiencia en carne propia. De sus múltiples recorridos salieron artículos, reflexiones, conferencias, libros enteros. Su primera curiosidad fue por la provincia de Darién.
En sus testimonios, su esposo Amado Araúz, quien la llevó en su primera visita a esta provincia, la recuerda “tomando medidas, haciendo anotaciones, aplicando cuestionarios, usando constantemente su cámara fotográfica o pidiendo a otros que lo hicieran para añadirse ella a un grupo de indígenas”.
Participó en una de las grandes aventuras de automovilismo y viaje efectuadas en América: la Expedición Trans-Darién, que hizo la primera travesía de vehículos desde Panamá hasta Bogotá en cuatro meses y 20 días atravesando las selvas darienitas y chocoanas.
“Los indígenas iban hacia ella, especialmente las mujeres curiosas, que nunca habían visto una génere blanca. Dos meses y siete días después entrábamos con nuestros vehículos a un bullicioso pueblo darienita y Reina se había convertido en la primera mujer panameña en llegar a Yaviza y luego a El Real por tierra desde la capital. Alegre y rebosante de energías bailó el tamborito en los agasajos que la gente nos brindó”, recuerda Amado.
Sus visitas a esta región del país fueron recogidas en su libro Darién: etnoecología de una región histórica.
En reacción a la destrucción del edificio de La Pólvora en las ruinas de Portobelo por una compañía norteamericana para construir una carretera, deja el Instituto Nacional para dedicarse a crear en la Universidad de Panamá el Centro de Investigaciones Antropológicas y la Comisión Nacional de Arqueología y Monumentos Históricos.
Esta comisión fue el antecedente de lo que es ahora la Dirección de Patrimonio Histórico del Ministerio de Cultura, dirección que ocupó durante varios años y desde donde nos dejó algunas de sus obras más importantes.
Defensora del patrimonio histórico
Varios rasgos de su personalidad afloran a la hora de investigar sobre esta singular mujer. Tuvo muchos amigos, colaboradores y admiradores, que la describen como una mujer inteligente, de extraordinaria cultura, simpatía contagiosa, brillante, valiente y bonita.
También tuvo enemigos y detractores, que criticaban sobre todo su cercanía con el General Omar Torrijos, quien fue su compañero de banca en la Normal de Santiago, lo que generó una profunda amistad y confianza total en su gestión.
Su tarea más titánica fue la de dotar a nuestra pequeña República de museos en los que guardar los rasgos más característicos de nuestra cultura. En esta época se hace el Museo del Hombre Panameño, al que posteriormente se le pondría su nombre, honor que según el arquitecto Demetrio Toral, colaborador cercano, “de estar ella viva, no habría aceptado nunca”.
Una de sus principales luchas en relación con la construcción de este museo fue el rescate del edificio que hoy lo alberga. La antigua estación del ferrocarril iba a ser demolida por el gobierno de turno para construir multifamiliares.
Ella levantó en total 10 museos a lo largo del país.
Otra de sus luchas importantes y que le valió enemigos acérrimos, fue la ley que regula todo lo relacionado con el patrimonio histórico.
Le hizo la guerra a la huaquería creando mecanismos en todas las provincias para detectar estas prácticas y muchas veces enviando a la cárcel a quienes insistían en la destrucción del patrimonio nacional.
Detestaba el coleccionismo y no tenía ni una sola pieza de su propiedad. Las que le fueron regaladas las entregaba inmediatamente para que formaran parte de la colección histórica del país.
Además de todo lo que realizó en Panamá, tuvo una participación muy destacada en organismos internacionales como la UNESCO, donde ocupó cargos como la Vice Presidencia de Patrimonio Mundial, contribuyendo a solucionar problemas monumentales relacionados con el Patrimonio del Medio Oriente. Además, antes de morir fue nombrada Alto Comisario del Patrimonio Cultural.
También escribió muchos artículos para revistas y diarios sobre las culturas autóctonas panameñas, y su última obra, Panamá Indígena —agotada desde hace años— sigue siendo documento obligado para conocer las características y las costumbres de estos grupos con los cuales convivió por largas temporadas.
“Para ella no había obstáculos, conseguía todo lo que quería. Era una mujer que no le tenía miedo a nada ni andaba con miramientos ni banalidades. Pocas mujeres he conocido que como ella dicen lo que piensan y hacen lo que dicen”, la describe Ángela Camargo, restauradora de arte, trabajó con Reina en la Iglesia de San Francisco de la Montaña, en Veraguas a finales de los 70.
Es difícil enumerar todas las cosas que Reina Torrez de Araúz hizo en sus 49 años de vida. Pero es evidente —lo que me decía Toral cuando comentaba que— “para ella rescatar el patrimonio era como el aire que respiraba, vivía para eso, si no lo hacía se sentía muerta”.
Murió prematuramente, en la plenitud de su vida. Pero hasta en sus últimos momentos se preocupó por su legado. En su lecho de enferma escogió las piezas de la museografía del Museo de Chitré, que nunca vio terminado, y dictó las páginas de su obra inconclusa, El nuevo Edimburgo de Darién.
Reina Torres de Araúz fue una mujer de su tiempo. Una mujer que supo responder al momento histórico que le tocó vivir y que dejó para mi generación un ejemplo de tenacidad, responsabilidad, compromiso y amor por nuestra cultura, que desafortunadamente muchos han olvidado.