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Testimonio de una cobertura: 19 años de la masacre en los pueblos olvidados de Darién

Darién

El pasado 18 de enero se cumplieron 19 años de la masacre en los pueblos Paya y Pucuro en la provincia de Darién.

Comunidad de Paya en Darién. / Wikipedia
Castalia Pascual - Periodista
20 2022 - 07:34

Ciudad de Panamá/La historia de terror que vivieron los moradores de Paya y Púcuru en la provincia de Darién los marcó para siempre. Víctimas de una guerra en la que no tenían nada que ver. Su único mal era no contar con presencia de seguridad del Estado y ser vecinos de Colombia, un país que derramaba sangre, por un largo conflicto entre guerrilleros y paramilitares.

Hace 19 años. Un 18 de enero de 2003, la visita inesperada y cruel de paramilitares colombianos que andaban en busca de guerrilleros de las desaparecidas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), llegó a los pueblos de Paya y Púcuro. Tres dirigentes indígenas fueron cruelmente torturados y asesinados. Sus nombres: Ernesto Ayala, San Pascal, a quien le gustaba usar una pañoleta roja en la cabeza y Luis Martínez.

También asesinaron a un cuarto cacique en otro poblado cercano.

No son colaboradores, son desprotegidos

El 18 de enero del 2003 a eso de las dos de la tarde, el pueblo guna de Paya estaba de fiesta, era la “celebración de la chicha”. Hombres armados llegaron en medio del festejo del pueblo. Hubo varias versiones. Una, “que llegaron directamente a castigarlos por sus supuestas colaboraciones con las FARC”. Pero como me dijo un anciano en Darién

- “¿Quién se le puede negar a un hombre que llega tu pueblo con fusil en mano?”

Odié en ese momento la frase juzgadora “colaboradores”. Es que estaban obligados. Allí no había presencia de ninguna autoridad panameña. Era un Darién desprotegido.

Según testigos: “los paramilitares no tuvieron piedad y asesinaron uno a uno a los tres dirigentes. Los arrodillaron y torturaron antes de matarlos”.

La gente escapo hacia Púcuro y pudieron avisar a tiempo del ataque. Este segundo poblado también fue atacado y su cacique asesinado igualmente. En total fueron cuatro los dirigentes asesinados.

Ante la barbarie el pueblo solo reclamaba que se acordaran que ellos también eran panameños.

Al día siguiente, la presidenta de ese entonces Mireya Moscoso (1999 – 2004) llegó temprano, junto a ministros y el Jefe de la policía. Por primera vez había seguridad, se podía salir en helicóptero hasta Boca de Cupe. Por trocha era imposible porque habían dejado varias minas explosivas.

Desplazados en su propia tierra

En Boca de Cupe, el pueblo estaba alborotado, hombres de la policía armados, misioneros del vicariato de Darién, decenas de familia. Eran aproximadamente unos 500 indígenas entre Emberás y Gunas que habían llegado huyendo del ataque. Eran desplazados panameños. Desplazados en su propia tierra. Del monte salían mujeres que llegaban con niños en brazos, hambrientos, asustados por esta guerra que no pidieron, ni se merecían.

Los cuerpos de las víctimas ya habían sido depositados en fosas en el cementerio y tocaba el momento de hacer las autopsias. Un médico que había llegado de La Palma estaba preocupado, porque los policías que habían enviado para ayudarlo eran gunas. Las indígenas gunas estaban tristes, comentaban que si abrían las fosas las almas de sus familiares asesinados se perderían para siempre, según sus creencias.

No hubo más remedio que ayudar, las circunstancias me obligaron por ese momento a soltar mi micrófono y simplemente ayudar.

- “Aplícate mucho Vicks en las fosas nasales”, me indicaba el médico a cargo de la diligencia.

- “Amárrate esa pañoleta y tapa tu nariz”, otra vez me decía el médico.

Pasaban una especie de cintillos con números y letras ponerla sobre las heridas de los cuerpos y luego tomaban las fotos.

A medida que sacaban los cuerpos, la tarea se hacía más difícil. No solo por la condición de los cadáveres masacrados, sino porque todos eran personas conocidas.

Apuñalados, con brazos y piernas partidas y el cacique que conocí feliz por la noticia del acueducto. Ese fue el que más me impacto. Le habían arrancado el cuero cabelludo. La evidencia de la crueldad de esta masacre que nunca entendí y que aún me duele.

Después de esa masacre dos nuevos puestos fueron instalados. Panamá reforzó la presencia policial, pero Darién aún sigue con los mismos problemas.

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