María Ossa de Amador: Conspiradora y patriota
Historia de Panamá
La vida de María Ossa de Amador es una lección de patriotismo que es un ejemplo para las generaciones actuales.
María Ossa de Amador, conocida como la "Madre de la Patria" en Panamá, fue una figura central en los eventos que condujeron a la separación de Panamá de Colombia en 1903. Su papel fue fundamental tanto en la creación de los símbolos nacionales como en los preparativos estratégicos de la independencia.
Aunque es reconocida principalmente por la confección de las dos primeras banderas que tuvo la naciente república, su participación en el movimiento separatista fue mucho más allá. Ella formó parte desde un inicio del grupo de conspiradores. Ocultó reuniones en su casa, planificó estrategias de distracción de las autoridades, reclutó simpatizantes para la causa y animó a la acción determinante en el momento preciso.
“Tal fue la intervención de doña María Ossa de Amador en la creación de la patria panameña y esa su participación meritísima como conspiradora y patriota”.
En este sentido, el historiador Ernesto J. Castillero Reyes en un artículo titulado Doña María Ossa de Amador — Auténtica prócer de nuestra independencia, publicado por la revista Lotería No 88 de septiembre de 1948 la describe de la siguiente manera:
“Tal fue la intervención de doña María Ossa de Amador en la creación de la patria panameña y esa su participación meritísima como conspiradora y patriota”.
Nació el 2 de marzo de 1855 en el seno de una familia de la elite istmeña. A los 17 años, el 6 de febrero de 1872, contrajo matrimonio (como segunda esposa) con el doctor Manuel Amador Guerrero (22 años mayor que ella). La pareja tuvo dos hijos: Raúl Arturo y Elmira María.
Además de su belleza y encanto, que todos quienes la conocieron destacan, su educación y entorno privilegiado le permitieron desarrollar un profundo sentido de patriotismo y un compromiso con los ideales de independencia que marcaron el siglo XIX en América Latina.
Conspiradora y patriota
Me parece muy rico e iluminador el relato que la propia María Ossa cuenta de los acontecimientos del 3 de noviembre de 1903 a Octavio Méndez Pereira, por lo que al igual que hace Castillero Reyes en su texto, la dejo hablar a ella directamente:
“Ese día —dice— mi marido salió a la calle apenas recibió la noticia, a las 6 am sin desayunarse siquiera. Fue a hablar, según después lo supe, con algunos conjurados, resuelto a que de todos modos se diera enseguida el golpe que estaba preparado para el 28 del mismo mes. Cuando regresó como dos horas después, lo encontré acostado en la hamaca de su cuarto en mangas de camisa, con las manos enlazadas sobre la frente en actitud de honda preocupación.
—¿Qué te pasa?, le pregunté.
—Creo que está todo perdido, me dijo. Mis compañeros vacilan algunos de ellos y creo que nos dejan solos.
Entonces empecé a animarlo y a infundirle la confianza que necesita en esos momentos difíciles.
—Si te dejan solo, tiene que proceder. Ya no es posible echarse atrás. Anda, levántate a luchar.
Le aconsejé que fuera enseguida a ver a Mr. Prescott, persona de nuestra absoluta confianza, que era precisamente quien le había dado la noticia del arribo a Colón del crucero colombiano. Mr. Prescott estaba casado con panameña, había servido durante largos años como telegrafista de la Panama Rail Road y desempeñaba en la actualidad las funciones de Sub-superintendente de la misma compañía. Podía él, pues, comunicarse secreta y directamente con el Superintendente Shaler, que estaba en Colón, para pedirle que por ningún motivo dejara que las tropas colombianas vinieran a Panamá. Amador accedió a mis sugestiones y logró obtener por intermedio de Prescott que Shaler accediera a su petición. (…) Los generales [colombianos] buscaban en vano a Mr. Shaler y ni él en Colón ni Prescott en Panamá, facilitaban el embarque de las tropas. Llegó hasta pensarse en hacer volar uno de los puentes, el de Barbacoas, para evitar el paso del tren, caso de que no fuera posible impedir el transporte de aquellas.
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Apenas salió Amador de mi casa para ir a verse con Prescott, yo tomé un coche y me dirigí a la casa de nuestro amigo José Agustín Arango y luego a la de Espinosa, casado con una prima hermana mía, y los excité a que todos procedieran sin pérdida de tiempo, pues ya estaban comprometidos hasta sus vidas, y no era el momento de detenerse a meditar. Me queda la satisfacción de que mi voz de aliento llegó a animar y a encender de nuevo el entusiasmo de estos dos patriotas”.
Lo demás es historia. Esa misma noche se reunió el Consejo Municipal y se aprobó la independencia.La población panameña celebró con música, estallido de cohetes y disparos de revolver al paso de la estrenada bandera que, como sabemos, fue confeccionada por las manos de María Ossa de Amador. Ahora vamos a ello.
La confección de la primera bandera
Para contar las circunstancias del diseño y la confección de la primera bandera de Panamá, primero habría que relatar que Philipe Bunau-Varilla había diseñado una bandera inspirada en la de Estados Unidos, que fue cosida por su esposa y entregada a Amador Guerrero en su encuentro en Washington en octubre de 1903.
Esta bandera fue unánimemente rechazada por el grupo de los separatistas explica Amador Guerrero, “el proyecto de bandera de la señora B. Varilla fue unánimemente desechado, primero porque se trata de una dama extranjera, y después porque en colores, diseño e idea difiere muy poco de la americana. Pero el problema está en que ellos quieren que yo haga una o consiga quien la haga. Lo primero es imposible porque me falta idea y lo segundo es por lo demás expuesto”, según cuenta Ernesto Castillero Reyes, quien nos transmite cómo fue primero el diseño y luego la confección de parte de los protagonistas en su libro Historia de los símbolos de la patria panameña.
El primer relato, el del diseño, lo supo directamente de una carta dirigida a él por Manuel Encarnación Amador, hijo del doctor Amador con su primera esposa, quien se encontraba en casa de su padre, junto a María cuando este llegó con la noticia de la necesidad de tener una bandera.
El propio Manuel Encarnación relató en una carta fechada el 7 de septiembre de 1951 dirigida al historiador, cómo diseñó la enseña patria de la siguiente manera:
“Tras estas palabras me puse enérgicamente de pie e invitélos a seguirme hasta un viejo escritorio que mi padre mantenía en perfecto orden para los fines de su pequeño negocio de valores. Una vez allí mis ojos captaron la presencia de un ejemplar de unos lápices de dos colores que venían de Viena, siempre tarjados con exquisito esmero. Intuitivamente tomélo en la mano y extrayendo una hoja de papel blanco de una gaveta, tracé una raya vertical para simular un asta, luego, hacia la derecha para simular una bandera tracé cuadrilátero oblongo. Sobre este tracé en toda su extensión dos rayas en cruz que me dio como resultado cuatro cuarteles; en el superior izquierdo, contiguo al asta tracé crudamente el contorno de una estrella de cinco puntas que teñí en toda su superficie de azul, y en el cuartel inferior derecho tracé una estrella igual que tení de rojo. Los cuarteles opuestos a las estrellas en sentido vertical los teñí completamente del color de las correspondientes estrellas. El diseño, así iluminado lo expuse ante los ojos de mi padre y de su señora esposa, y él tras unos segundos de contemplación me formuló esta pregunta, la cual contesté con cierto rubor de humildad más o menos así: ‘debo confesar con toda verdad que desde el instante en que me alcé y pedí a ustedes acompañarme hasta aquí ninguna concepción concreta de simbolismo, ni aún hasta este momento tengo, respecto a esta extraña creación. Tal vez podamos exprimir de ella su propia significación y adjudicarle atributos maravillosos. Por lo pronto ¿no vemos en ella algo así como el trasunto del momento político presente? Los partidos políticos tradicionales que han luchado en cruentas guerras fratricidas se dan un abrazo en el campo de la paz para hacer patria. Nótese que no hay de un color de los que representan los partidos, más que del otro, y sí casi el doble el blanco de lo que suman aquellos’. Después de algunos segundos de reflexión dijo mi padre: Bien y las estrellas? Pues esta, contesté, simbolizan: la azul la pureza y la honestidad que habrán de normar la vida cívica de la patria; y la roja, la autoridad y la ley que habrán de imponer el imperio de esa virtudes. Mi padre atrájome hacia sí y estrechándome fuertemente me dijo: muy bien, muy bien y a su esposa: Mary, a hacer la bandera enseguida; podemos necesitarla en cualquier momento”.
Fue así como María Ossa de Amador se puso manos a la obra el 1 de noviembre. Ella pensaba en todo. Como los colores blanco, azul y rojo, no estaban en la bandera colombiana podría despertar sospechas comprar lanillas de esos colores, así que decidió adquirirlas en almacenes diferentes. La lanilla blanca la compró en el Bazar francés, la azul en La Dalia y la roja en La villa de París.
También decidió no hacer la bandera en su casa ya que las autoridades sospechaban un posible complot y como si fuera poco, José Domingo de Obaldía, Gobernador del departamento, vivía en la casa de los Amador Guerrero. No había forma de hacerla ahí sin que él se diera cuenta.
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Aquí volvemos a los relatos que doña María Ossa le contó a Octavio Méndez Pereira y que encontramos en el libro de Castillero Reyes:
“En la mañana del 2 de noviembre hice, pues, un paquete de las lanillas y me dirigí a casa de mi hermano don Jerónimo Ossa, casado con doña Angélica B. de Ossa. Dicha casa estaba situada en lo que es hoy Avenida Sur, en la esquina contigua a la planta eléctrica. Allí encontré a mi cuñada, y después de haberme prometido la más estricta reserva, le confié de lo que se trataba. Convinimos en comenzar la ejecución de la bandera, cortamos los materiales para dos, pues había comprado suficiente tela para ello. Para más prudencia resolvimos no hacer el trabajo en su casa sino irnos a otra contigua, situada también en Avenida sur, entonces propiedad de los señores Ehrman y Cía., y conocida bajo el nombre de Casa Tangui. Se encontraba completamente desocupada, por consiguiente, cerrada, y para entrar en ella tuvimos que escalar una pequeña ventana que daba al patio subiendo por una escalera de mano. Una criada de mi cuñada llamada Águeda nos entregó, también por la ventaba, una máquina de coser de mano. No habiendo mobiliario ninguno, colocamos la máquina de coser sobre un pequeño cajón y en el piso cortamos los cuadros y las estrellas. Como es de suponerse, trabajamos con empeño y terminamos pronto las dos banderas; las envolví luego en los papeles que habían servido para llevar las lanillas; tomé un coche y me dirigí a mi casa, habitación situada en la Plaza de Catedral, (…)”.
Los acontecimientos se precipitaron y el 3 de noviembre de 1903 se proclama la independencia del departamento de Panamá. El pueblo recibió de manos de María Ossa de Amador la primera bandera de la nueva nación que fue paseada entre gritos de alegría por la ciudad capital, de manos de Alejando de la Guardia, primer abanderado panameño.
La bandera fue bautizada el 20 de diciembre de 1903 en la Plaza de Armas —actual Plaza de Francia— por el reverendo padre Fray Bernardino de la Concepción García, capellán del ejército. Los padrinos de la bandera fueron el doctor Gerardo Ortega con doña Lastenia de Lewis y don José Agustín Arango con doña Manuela de Arosemena.
Primera dama y su legado
Su ingenio y habilidad para manejar situaciones difíciles reflejan el papel esencial de las mujeres en la historia panameña. A menudo relegadas a un segundo plano en los registros oficiales, mujeres como María Ossa de Amador demostraron su importancia en la vida política y social de la época. La participación de María no solo fue fundamental para la causa de la independencia, sino que también inspiró a futuras generaciones de panameños a valorar y respetar su herencia y símbolos nacionales.
Una vez consolidada la independencia, María Ossa de Amador asumió el papel de primera dama de la República, donde continuó promoviendo los valores de la nueva nación. Fue anfitriona de eventos oficiales y recibió a dignatarios internacionales, proyectando una imagen de un país soberano y comprometido con su futuro. Su papel como primera dama no se limitó a las apariencias públicas; también se ocupó de labores de apoyo social y promovió los valores de educación y solidaridad.
Tras su muerte Octavio Méndez Pereira publicó, “Yo que la traté tanto y que recibí hasta sus últimos días su correspondencia escrita, sé de sus preocupaciones y de sus sueños por ver convertida en una madura democracia la República que ayudó a formar”.
Después de la muerte de su esposo en 1909, María Ossa viajó para visitar a varios miembros de la familia en los Estados Unidos y Europa. Durante esa época defendió la educación de las mujeres, así como la religión como brújula moral para guiarlas.
Vivió en París hasta 1939, cuando se mudó a Charlotte, Carolina del Norte donde murió a los 93 años el 5 de julio de 1948. Tras su muerte Octavio Méndez Pereira publicó, “Yo que la traté tanto y que recibí hasta sus últimos días su correspondencia escrita, sé de sus preocupaciones y de sus sueños por ver convertida en una madura democracia la República que ayudó a formar”.
En 1935, el Día de la Bandera se celebró por primera vez en su honor el 4 de noviembre y en 1941, la Asamblea Nacional de Panamá aprobó la Ley Pública 60 para reconocer sus contribuciones a la nación.
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María Ossa de Amador es recordada cada 4 de noviembre, una fecha en la que inicialmente se celebraba el Día de la Bandera y que hoy se conmemora como el Día de los Símbolos Patrios. Su contribución a la historia de Panamá sigue siendo recordada y valorada, no solo por el símbolo de la bandera que ayudó a crear, sino también por su valentía y su rol fundamental en los momentos clave de la independencia.
El legado de María Ossa de Amador se extiende más allá de los límites de su época. Su historia es un recordatorio de la importancia de la participación ciudadana y del papel de las mujeres en los momentos decisivos de la historia de un país.
Para profundizar más en este tema recomiendo el libro: Historia de los símbolos de la patria panameña de Ernesto J. Castillero Reyes.
Conocer el pasado nos ayuda a entender nuestro presente.