El hospital francés: Tragedia y esperanza en la construcción del canal de Panamá

Historia de Panamá

Hospital Francés fue testigo de la lucha contra las enfermedades mortales que amenazaron el sueño de construir el canal de Panamá.

El Hospital Francés fue edificado en el cerro Ancón. / Carlos Endara - Colección RLA

Durante el fallido intento francés de construir el canal de Panamá a finales del siglo XIX, uno de los mayores retos a los que se enfrentaron los trabajadores no fue únicamente el terreno difícil o las complicadas técnicas de construcción, sino también las devastadoras enfermedades tropicales. 

En este contexto, el Hospital Francés, ubicado en Ancón, se convirtió en el lugar donde miles de obreros y empleados franceses sucumbieron a la fiebre amarilla, la malaria y otras enfermedades. Aunque su objetivo era salvar vidas, el hospital adquirió una reputación sombría como un lugar de muerte, marcado por la falta de conocimientos médicos sobre las enfermedades tropicales, recursos limitados y una abrumadora cantidad de pacientes.

Cuarto del Hospital Francés / Carlos Endara - Coleccion RLA

La aventura francesa en Panamá

Cuando Ferdinand de Lesseps, el ingeniero detrás del exitoso Canal de Suez anunció su plan para construir el Canal de Panamá en 1881, el mundo estaba lleno de expectativas. La idea de crear una vía interoceánica que conectara el Atlántico y el Pacífico era una de las mayores ambiciones de la época. 

Sin embargo, a diferencia del desierto de Suez, el terreno en Panamá estaba lleno de selvas tropicales, ríos incontrolables y, lo que es más importante, enfermedades mortales como la malaria y la fiebre amarilla, que se cobraron la vida de decenas de miles de trabajadores.

Foto del hospital de Colón. / ACP Biblioteca Presidente Roberto F. Chiari

El establecimiento del Hospital Francés

A pesar de que el propio Ferdinand De Lesseps subestima el impacto de “las fiebres” que tantas muertes ya habían causado en el Istmo afirmando que, “solo algunos casos aislados se declararon hasta ahora, y todos fueron importados desde el extranjero”, según el libro Canal Francés de Marc de Banville, la Compagnie Universelle du Canal Interocéanique “invirtió 35 millones de francos ($7 millones) para construir un hospital pequeño en Colón, una clínica en la isla de Taboga, y el mejor hospital de América Central en las laderas del cerro Ancón. Aquel hospital recibe pronto el apodo de Nuestra Señora del Canal debido a la presencia de religiosas de las Hijas de la Caridad llamadas ‘las ocas del señor’ por sus amplias cofias”. 

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De acuerdo con el proyecto de la compañía, “el hospital se construiría en un espacioso terreno en la colina de Ancón, dominando la ciudad y la bahía. El médico que lo dirigiría era el doctor Louis Companyo, el mismo que estuvo a cargo de la división sanitaria en el canal de Suez. Existían planes para construir varios edificios amplios, bien ventilados y con grandes terrazas entre magníficos jardines. Habría un equipo de médicos a tiempo completo y las enfermeras serían las Hermanas de la Caridad. Se iba a construir otro hospital más pequeño en la costa, al norte de Colón, para aprovechar la brisa del mar. Además, se convertiría en sanatorio para los convalecientes un hotel que se había construido en la isla de Taboga, frente a la bahía de Panamá, y que parecía un arca blanca con filigranas”, relata David McCullough en Un camino entre dos mares.

Casa de reposo en la isla de Taboga. / ACP Biblioteca Presidente Roberto F. Chiari

No se sabe a ciencia cierta cuántas personas murieron en el primer año de operaciones de los franceses. El registro oficial de la compañía es de 70 muertes en su mayoría de malaria y también de fiebre amarilla.

La palabra malaria proviene del italiano mal’aria, que quiere decir “aire malo”, por lo cual la creencia general centraba la causa en un “aire malo” una especie de gas venenoso que emanaba de las marismas de los pantanos. Para rematar el nombre en francés era todavía más contundente: “paludisme”, significaba literalmente “fiebre de los pantanos”.

También se creía que la fiebre amarilla era una enfermedad que se contraía por el aire contaminado por la suciedad de los alcantarillados, las aguas negras, los cadáveres putrefactos y todos los desperdicios animales y humanos que se encontraban en las calles de las ciudades de Panamá y Colón.

Como no tenían idea hasta ese momento de que el transmisor era el mosquito, “en los hermosos jardines que rodeaban el hospital, miles de platos de barro en forma de anillo, llenos de agua para proteger las plantas y las flores de las hormigas, proporcionan el lugar perfecto para la cría de los mosquitos. Incluso en las salas de los enfermos las patas de las camas se colocaban dentro de cazuelas de barro poco profundas con agua para impedir que se subieran las hormigas, y no había mosquiteras en ninguna de las puertas o ventanas. Además, los pacientes eran acomodados en salas de acuerdo con su nacionalidad y no la enfermedad que padecía, de modo que cada una de las salas tenía casos de malaria y de fiebre amarilla. Según escribió, más tarde Gorgas, si los franceses hubieran tenido la intención deliberada de propagar la malaria y la fiebre amarilla, no habrían podido crear condiciones más propicias para ellos”, detalla McCullough. 

El plan de salud de la Compañía del Canal Interoceánico que se pondría en práctica durante las excavaciones y la construcción de la obra estaba basado en la experiencia de los que participaron en el proyecto de Suez. Companyo esperaba encontrar en los trabajadores de Panamá las mismas enfermedades que en Suez, como resultado de las altas temperaturas de ambos sitios.

Cocina del Hospital Francés atendida por las Hijas de la Caridad. / Colección RLA

Las hijas de la caridad de San Vicente de Paul

En el libro La vindicación de las siervasMaría Eugenia Mann cuenta el importante papel de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul en la salud pública durante la construcción del canal de Panamá. Además, ofrece algunos detalles muy interesantes sobre el plan de salud concebido por los franceses para implementarse durante la construcción de la vía. 

La autora explica que el servicio sanitario comprendía de muchísimas divisiones como: personal, hospitales, ambulancias fijas y móviles, lazaretos, vacunaciones, farmacia, laboratorios, estaciones de observaciones meteorológicas, instrumentos de cirugía, biblioteca, ropa de cama, extintores, alimentación general, alimentación de enfermos, entre otras más. 

También la CCI coordinaban con empresarios, autoridades locales y el gobierno colombiano algunos aspectos como los inodoros públicos, la prostitución autorizada o clandestina, servicios veterinarios, parteras y armamento de agentes de servicio.

Según la autora, “un motivo de preocupación para el doctor [Companyo] era la proliferación de la prostitución y el establecimiento de prostíbulos, fueran legales o clandestinos; se preguntaba cómo podría regular la prostitución el gobierno colombiano, si las autoridades locales actuarían del todo. El galeno sostenía ‘con un único interés en el bienestar de nuestros empleados, obreros y de la población flotante que vendrá en su ayuda, deberá instituirse visitas regulares, con fechas fijas, y que las mujeres…deberán…ser sumisas, bajo pena de ser expulsadas de nuestros campamentos”.

Lavandería del Hospital Francés. / Carlos Endara - Colección RLA

De acuerdo con el texto, la idea era establecer dos divisiones médicas, que se llamarían “inspecciones” una que cubriría desd Colón hasta el poblado de Gorgona y la otra desde Gorgona hasta la ciudad de Panamá. Cada una de estas estaría dividida en tres más, para un total de seis circunscripciones médicas del Atlántico hasta el Pacífico. Cada una de las seis tendría un hospital y un servicio de ambulancias, fuesen fijas o móviles; un inspector médico estaría encargado de tres y un médico de segunda orden estaría bajo su supervisión. 

También consideraban la necesidad de una casa de convalecencia en la isla de Taboga, y un lazareto para las enfermedades epidémicas o contagiosas. 

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En la documentación investigada por María Eugenia Mann, no se define exactamente en qué consistían las ambulancias, pero al parecer eran establecimientos más pequeños que un hospital, con una o dos salas y capacidad para 20 o 25 camas. Eran muy parecidas a barracas, que incluían su propia farmacia y cocina. 

Estas instalaciones se habían colocado a lo largo de la línea del ferrocarril, para los casos que necesitaban atención urgente y no se contaban con el tiempo para transportar al paciente a alguna de las dos ciudades terminales. En ambos tipos de establecimiento, el plan era separar a los empleados franceses del personal local.

En el plan también se incluía la distribución de agua, en vista de que no existían acueductos, así como la construcción de cementerios, aunque la práctica recomendable, para mantener las condiciones higiénicas, era la cremación de cadáveres y con la autorización del Gobierno colombiano se construirían dos o tres hornos para este propósito.

Actividad en el Hospital Francés. / Carlos Endara - Colección RLA

En los primeros meses de 1881 la Compañía Universal del Canal Interoceánico inició la construcción de un hospital en la ciudad de Colón. Este tendría capacidad para albergar a 550 pacientes distribuidos a lo largo de 40 edificios. Las estructuras principales se edificaron sobre pilares y se conectaban entre sí por medio de puentes, pasillos y una cerca protectora. Había un total de 15 habitaciones para hospitalizaciones que recibían entre 12 y 40 pacientes cada una

Además, había viviendas para el equipo médico, para enfermeros, empleados de laboratorio y personal de apoyo. El hospital estaba equipado con clínicas, una morgue, grandes áreas de almacenamiento y poseía la mejor tecnología de la época.

En la ciudad de Panamá ya existía el Hospital de Extranjeros, un pequeño hospital que se había construido para los empleados del ferrocarril en 1855. Este es el punto de partida para la construcción del gran Hospital Central. 

El mismo albergaría una lavandería. La humedad del ambiente era del 98% y la ropa requería de varios días para secarse después de haberse lavado. Cambiarse de ropa con frecuencia estaba fuera del alcance de la mayoría de las personas, pero el cambio de la ropa de cama era esencial para el buen funcionamiento del hospital”, afirma Mann.

Entre 1881 y 82, cerca de 40 hermanas y 28 sores se inscribieron como empleadas de la compañía del Canal.

Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul tuvieron mucho protagonismo en la operación de los hospitales franceses. / Carlos Endara - Colección RLA

En febrero de 1882 se finalizó la construcción de los hospitales de la CCI. Se contrataron a empleados civiles graduados en farmacia y medicina en universidades francesas, aunque también consideraron algunos locales, sobre todo como enfermeras para atender a los pacientes, además de las Hijas de la Caridad quienes desde ese momento atendían, supervisaban, daban ejecución a las prescripciones médicas, garantizaban la distribución inteligente de medicamento, la preparación y reparto de los alimentos, la limpieza de las habitaciones de enfermos, el mantenimiento de los muebles, el blanqueo de la ropa, su conservación y distribución, de las vendas, etc.

La compañía de las Hijas contaba con simpatías entre los miembros de la sociedad panameña. Entre sus benefactores se encontraban figuras como José Guillermo Lewis y José Gabriel Duque, quienes probablemente donaron tierra y fondos para la construcción de edificios y transfirieron los títulos de sus propiedades a las hermanas. En 1881, estos empresarios y el obispo Javier Junguito habían convencido al gobernador para que autorizara la distribución del 7% de las ganancias provenientes de la venta de los billetes de lotería entre el Hospital Santo Tomás y el Hospital de Extranjeros.

A los pacientes que ingresaban en los hospitales construidos y administrados por la compañía francesa se le cobraba el equivalente a un dólar estadounidense por un día de estadía o el pago de una jornada de trabajo. 

Las Hija de la Caridad también estaban a cargo de la educacion de los hijos de los empleados de la CCI. / Carlos Endara- Coleccion RLA

La CCI cubría este costo para sus propios empleados. Sin embargo, casi la totalidad de los obreros trabajaban para los contratistas, no para la compañía francesa. Dado que el precio de la estadía en el hospital era tan alto, y la mortandad dentro del hospital también, los contratistas eran reacios a proveer los fondos requeridos para el cuidado de los empleados enfermos y hasta despedían a un hombre tan pronto mostraba los primeros síntomas de alguna enfermedad para evitar la responsabilidad.

Se comprende entonces que los obreros temían acudir al hospital por cualquier dolencia ya que corrían el riesgo de contagiarse de malaria o fiebre amarilla al ingresar. En consecuencia, la gran mayoría de los enfermos nunca se acercaba a un hospital y las defunciones nunca aparecían en los registros. El doctor Gorgas calcularía luego que por cada muerte que se registraba en los hospitales franceses había dos más fuera de los mismos que no se contaban.

El número de víctimas en el año de 1883 se aproximaba a mil 300. En octubre de 1884 la planilla llegaba a casi 20 mil empleados, lo que significaba que la mortandad crecía de manera simultánea. El año 1885 sería el peor visto hasta entonces para la salud pública.

Trabajadores de la compañía del canal francés. / Carlos Endara - Colección RLA

El Hospital Francés rápidamente adquirió una reputación siniestra entre los trabajadores. Las historias sobre los que ingresaban al hospital y nunca salían con vida se extendieron como la pólvora. Para muchos, ir al Hospital Francés se percibía casi como una sentencia de muerte. La tasa de mortalidad era altísima, en parte debido a la falta de conocimientos médicos adecuados, pero también porque los hospitales estaban constantemente abarrotados y no podían ofrecer el cuidado necesario a tantos pacientes.

El 14 de diciembre de 1888 la CCI suspendió pagos y solicitó al Gobierno francés una moratoria de tres meses para las cuentas y los intereses de manera que se pudiera organizar una nueva compañía con el fin de continuar las obras. Se anunció que los contratistas principales seguirían llevando a cabo todas las operaciones esenciales trabajando bajo crédito. Sin embargo, el 4 de febrero de 1889 se designó un liquidador y la Compañía Universal del Canal Interoceánico se declaró en bancarrota.

Entre 1881 y 1889, se calcula que más de 22 mil personas murieron debido a enfermedades y accidentes relacionados con la construcción del canal. Muchos de esos trabajadores pasaron por el Hospital Francés en sus últimos días. Las condiciones insalubres, la mala ventilación y la incapacidad para controlar las epidemias solo aumentaron la tragedia.

Vista del Hospital de Ancón como luego fue llamado por los estadounidenses. / ACP - Biblioteca Presidente Roberto F. Chiari

El fin del sueño francés

En 1889, al declararse la Compañía del Canal Francés en bancarrota se crea una nueva compañía, pero tampoco puede rescatar el proyecto. El fracaso no solo fue económico y técnico, sino también humano, con la pérdida de miles de vidas. El Hospital Francés quedó como un símbolo sombrío, un recordatorio de los costos humanos de intentar dominar un entorno tan hostil.

A pesar del fracaso francés, los cimientos que dejaron sirvieron para que, años después, los estadounidenses retomaran el proyecto. Uno de los cambios más significativos que implementaron fue la llegada del Dr. William Gorgas, un médico estadounidense que comprendía el papel crucial que jugaban los mosquitos en la transmisión de la malaria y la fiebre amarilla. Gorgas implementó medidas sanitarias estrictas, erradicando los mosquitos en las áreas clave del canal y permitiendo que la construcción continuara con un impacto mucho menor de las enfermedades.

Entrada al Hospital de Ancón. / ACP - Biblioteca Presidente Roberto F. Chiari

El legado del Hospital Francés

Hoy en día, el Hospital Francés ya no existe en su forma original, pero su legado perdura. La misma área donde estuvo el hospital pasó a formar parte del Hospital Gorgas, nombrado en honor al Dr. Gorgas, quien salvó miles de vidas con sus medidas de control de enfermedades. El Hospital Francés es recordado como un testimonio del sacrificio de aquellos que intentaron construir el canal en condiciones inimaginables, y como una lección sobre los peligros de ignorar el poder de la naturaleza y la importancia de la medicina preventiva.

El Hospital Francés, aunque trágico, fue un pilar en los primeros esfuerzos por lograr una de las mayores obras de ingeniería de la historia. A través de sus puertas pasaron no solo trabajadores enfermos, sino también las lecciones que, al final, permitieron que el canal fuera una realidad.

 

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