La trágica historia del ingeniero que perdió a toda su familia durante la construcción del canal
Historia de Panamá
El Canal de Panamá se inauguró oficialmente el 15 de agosto de 1914.
Jules Dingler fue Director General y Jefe de Ingenieros de la compañía francesa.
La celebración de los 109 años de la inauguración del Canal de Panamá es una excelente excusa para revisitar su historia, sobre todo una poco conocida: el periodo de la construcción del canal por los franceses.
Y cuando nos adentramos a fondo esta historia nos damos cuenta de que la contribución de los franceses fue fundamental y aportó muchísimo al proyecto estadounidense. Estos últimos tomaron la experiencia francesa y con los recursos necesarios resolvieron los principales obstáculos técnicos y humanos que los pioneros no pudieron superar.
Tal vez el elemento más dramático de la construcción de la vía interoceánica tiene que ver con la gran cantidad de gente que murió tratando de unir los océanos, construyendo una de las maravillas del mundo moderno.
Y entre esa historia quise destacar la tragedia poco conocida de un Director General e Ingeniero Jefe que tuvo la Compañía Universal en los primeros años de la construcción del canal por los franceses, proyecto que duró alrededor de una década.
Jules Isidore Dingler, como se llamó nuestro protagonista, llegó a Panamá el 1 de marzo de 1883 junto a Charles De Lesseps hijo de Ferdinand de Lesseps, para encargarse de la dirección general de la compañía francesa que entraba en su “segunda gran etapa”, es decir el periodo de construcción.
El primer grupo de ingenieros había llegado hacia finales de 1881 liderados por Armand Reclus, quien era el Agente General de la compañía. Compran el Grand Hotel de Georges Loew para transformarlo en la sede de la Compañía Universal del Istmo y empiezan los trabajos. Se trata del edifico que hoy alberga al Museo del Canal Interoceánico en la Plaza Catedral.
Dingler había desarrollado una destacada carrera como ingeniero de puentes y caminos, se le consideraba un buen profesional y además, estaba acostumbrado a las múltiples exigencias de las obras públicas a gran escala por lo que a Ferdinand de Lesseps le pareció el candidato perfecto para confiarle la tarea de Panamá.
Sin embargo, cuenta David McCollough en su libro Un camino entre dos mares, que fue su esposa, a quien describe como muy ambiciosa, quien le animó a aceptar el trabajo.
Además de las capacidades profesionales de Jules, al parecer destacaba por una “impecable probidad”, así como por el “respeto puritano a las estrictas reglas morales de la época”.
Lo que lo llevó a declarar antes de salir de Francia que daría pruebas de que “únicamente los borrachos y los libertinos mueren allí de fiebre amarilla”.
De acuerdo con Marc de Banville en su libro Canal Francés, “se pasaba repitiendo que el alcoholismo y los modales promiscuos de los trabajadores negros explicaban su gran mortalidad”.
Charles se quedó un mes en Panamá mientras Dingler se puso puso "manos a la obra" inmediatamente en las oficinas del segundo piso del hotel sede de la empresa.
Cuenta McCollough “que el papeleo era un verdadero caos. Dingler era un organizador. Así pues de entrada, varios individuos que se habían acostumbrado a la relativa facilidad y comodidad de la oficina central fueron reasignados de forma arbitraria a uno de los campamentos de la selva. Se propagó la voz de que el nuevo jefe no tenía reparos en pisotear a los demás, y a la primera oportunidad varios de los que se sintieron más ofendidos se vengaron difundiendo rumores sobre las comodidades regias de las que disfrutaba Dingler a expensas de la compañía”.
El director no se conformaba con ser despectivo hacia los holgazanes e incompetentes, sino que los calificaba de “cobardes ingratos, indignos de ser considerados verdaderos franceses”.
A pesar de la mala voluntad de algunos por sus actitudes petulantes, Panamá le pareció un buen lugar para vivir y con mucho entusiasmo acometió lo que algunos describen como “el esfuerzo de ingeniería más formidable y ambicioso que el mundo había visto hasta entonces”.
Fue así como en otoño de 1883, después de un viaje a París para rendir informe de los avances a De Lesseps regresa al Istmo con toda su familia: su esposa Eugenie, su hijo Jules y su hija Louise acompañada por su prometido.
Se instalaron en una casa grande, cómoda y elegante en la Avenida Central muy cerca de la Plaza Catedral, que serviría de domicilio temporal hasta que se construyera una “mansión más digna”.
La familia fue un éxito en el mundo social panameño. El diario Star & Herald de diciembre de 1883 describe una recepción ofrecida por el Director General en su residencia, de la siguiente manera: “las habitaciones estaban abarrotados por damas y los más distinguidos caballeros tanto nacionales como extranjeros. Los elegantes salones estaban hermosamente decorados con flores y lujosos adornos, la música animaba al baile y al disfrute de la entretenida velada”, de acuerdo con el libro Panama Fever de Mathew Parker.
También McCollough afirma que, “a toda la familia le encantaba cabalgar, y el señor Dingler, que era un tanto inclinado a la exhibición, se las arregló para que cada uno de los habitantes de su casa fuera dueño de un magnífico caballo traído desde Francia. Era la temporada seca y se organizaban excursiones familiares a las colinas, en compañía de los criados que cargaban cestos enormes llenos de viandas”.
La locura de Dingler
Entre las extravagancias más escandalosos atribuidas a Jules Dingler estuvo la construcción de una mansión donde pensaba fijar su residencia. De acuerdo con la revista Épocas segunda era, de febrero de 1991, se describe muchos años después la casa de la siguiente manera:
“Construida sobre los hermosos terrenos ubicados en la ladera occidental del Cerro Ancón se encuentra una residencia que llama poderosamente la atención de los transeúntes que vienen ya sea la vieja o de la nueva carretera de La Boca”.
La publicación destaca que iba a ser la residencia del director. Los trabajos de construcción fueron iniciados poco después de su llegada al istmo en 1883 y su costo, incluyendo el terreno fue de cerca de 50 mil dólares, y desde un inicio se le conoció como la “Folie Dingler” (la locura de Dingler).
Aunque la casa fue terminada en el verano de 1885 nunca fue ocupada ya que ese mismo año Jules Dingler retornó descorazonado a Francia, luego de enterrar a todos los miembros de su familia a causa de la fiebre amarilla. Años después perdió la razón y murió en un manicomio.
La casa estuvo abandonada por varios años y presentaba un estado ruinoso cuando los estadounidenses tomaron el control del lugar. Le hicieron reparaciones y fue utilizada durante varios años principalmente por el Departamento de Sanidad como estación de cuarentena preventiva.
De acuerdo con The Canal Record del 16 de febrero de 1910 la Folie Dingler fue vendida por la administración gringa por $525 dólares comprometiéndose su comprador a demolerla.
El trágico destino de Jules
Como si de una tragedia griega se tratara, el drama empezó en enero de 1884 cuando la joven hija de los Dingler contrajo la fiebre amarilla y murió en pocos días.
El director general quedó aniquilado por el dolor. “Da pena ver a mi pobre esposo, que se encuentra hundido en la más profunda desesperación —le escribía la señora Dingler a Charles De Lesseps—. Mi primer impulso fue salir huyendo de este país asesino, llevando conmigo, lo más lejos posible, a los que todavía me quedan. Pero mi esposo es un hombre apegado a sus obligaciones y trata de convencerme de que debe honrar la confianza que han depositado en él y de que no puede faltar a su honor. Nuestra amada hija era nuestro orgullo y nuestra alegría”.
El relato destaca que la muerte de la joven causó efectos muy hondos entre todos los directivos, empleados y trabajadores del canal, así como en la población local. El funeral fue presidido por el obispo y la Catedral estaba abarrotada de gente, mientras las campanas estuvieron doblando a muerto durante el tiempo que duró la ceremonia. Dingler y el prometido de la muchacha encabezaban el larguísimo cortejo que acompañó el féretro hasta el cementerio.
Apenas había transcurrido un mes cuando el hijo, llamado Jules, como su padre, un joven de 20 años, presentó los síntomas. Tres días después murió también. Y poco tiempo después el prometido de Louise había sucumbido a la mortal enfermedad.
Al llegar el verano, habían muerto 48 directivos de la compañía del Canal, y según un oficial de la Marina estadounidenses, los jornaleros morían a razón de 200 cada mes. Pero los trabajos continuaban contra viento y marea.
La víspera del año nuevo de 1885 murió de fiebre amarilla Eugenie Dingler. A la mañana siguiente de la muerte de su esposa, “Jules estaba sentado frente a su escritorio a la hora acostumbrada, aunque apenas podía hablar por la aflicción. Más tarde, después de los funerales reunió a todos los caballos de la familia, incluido el suyo, los llevó a una barranca entre las montañas y allí los mató a tiros”.
La lista de muertos en Panamá crecía horriblemente, de una manera que nadie había previsto, el año 1885 fue el peor de todos. Probablemente murió entonces un mayor número de personas que en los restantes años del régimen de los franceses.
Luego las cosas comenzaron a desmoronarse. En las oficinas, con sus últimas reservas de energía, Jules Dingler se había convertido en un ser irritable que trataba con tanta dureza y descortesía a su personal que varias personas que ocupaban puestos clave, incluido un jefe de división, presentaron su renuncia.
“A finales de agosto, próximo al derrumbe físico y moral el propio Dingler se rindió y se embarcó hacia Francia como un hombre solitario y vencido. Había dejado a toda su familia sepultada en Panamá. Jamás regresaría”, describe McCollough.
Pero aún no llegaba el final. Según De Banville “la polémica acerca de su salario y de los incontables contratos que había firmado le llevaron frente a la corte de apelación durante el primer juicio de Panamá. Entonces, apareció tímido y humilde, lejos de su imagen de dictador del istmo. No le encontraron nada reprochable, y su salario mensual de 10 mil francos (2 mil dólares) pareció razonable tomando en cuenta los riesgos enfrentados. Jules Dingler falleció poco tiempo después”.
Luego de revisar esta parte de la historia, vale la pena preguntarse, ¿tendría Panamá el Canal si no hubiera sido por la iniciativa francesa?
Tenemos la tarea pendiente de seguir investigando y divulgando esa historia en común de todas las personas y naciones que participaron en la construcción de la gran ruta interoceánica.
Recomiendo leer entre varios libros sobre el Canal de Panamá: Canal Francés de Marc de Banville, está muy bien documentado, así como Un camino entre dos mares de David McCollough y Panamá Fever The Epic Story of the Building of the Panama Canalde Matthew Parker.
Si conocemos el pasado, podremos entender mejor nuestro presente.