La escritora Rosa Montero conversa sobre la cordura, la locura y la literatura
La escritora española Rosa Montero nos conversa sobre esas palabras escurridizas que son normalidad, realidad y cordura. La también periodista nos explica la estrecha relación que hay entre el genio y la locura, temas que están presentes en su libro El peligro de estar cuerda (Seix Barral).
Sócrates siempre usaba la misma ropa. Kafka masticaba cada bocado 32 veces. Proust, Valle-Inclán y Juan Carlos Onetti escribían en la cama y Agatha Christie lo hacía en la bañera. Rousseau era exhibicionista, Marie Curie era depresiva, Isaac Newton tenía delirios, Freud temía a los trenes y a Alfred Hitchcock le daban pavor los huevos.
Después de investigar sobre creadores y su relación con las angustias, los trastornos bipolares, la psicosis y los trastornos obsesivos compulsivos, que dio como resultado el libro El peligro de estar cuerda, Rosa Montero ha llegado a la conclusión que "ser raro no es nada raro" y "lo verdaderamente raro es ser normal".
De Séneca a Diderot se ha escrito que el genio y la locura van de la mano. Rosa Montero se arranca y se come los pellejos de los dedos. Por lo que entiende a la perfección que Rudyard Kipling solo escribiera con tinta negra, que Schiller solo componía si había olor a podredumbre en su estudio y que Isak Dinesen, de adulta, solo comiera ostras con uvas blancas.
La normalidad no existe. Las diferencias son parte de la condición humana. La escritora y periodista española reivindica eso, lo distinto. Concluye que todos somos divergentes. Unos más que otros. Hay quienes lo esconden detrás del silencio y otros lo pasan por la palabra impresa.
Rosa Montero tiene 44 años publicando libros. Con El peligro de estar cuerda (Seix Barral) le han pasado situaciones divertidas como nunca antes. Los lectores se acercan para compartirle que tal o cual situación descrita en sus páginas le ha pasado a él o bien le dicen que han descubierto aspectos de su personalidad que desconocían. Es el embrujo de la empatía que brinda la literatura.
Le comparto que al leer El peligro de estar cuerda reafirmé que todos somos diferentes y que eso nos hace iguales. “Eso es precioso. Qué gran frase has dicho. Imagina la persona más peculiar, nadie está solo. Siempre hay alguien parecido a ti. El trastorno mental nos lleva a creer que solo a nosotros nos pasa lo que nos pasa y esa es una mentira tremenda”.
Lamenta que todos, de manera desesperada, por miedo o inseguridad, nos sometemos a la horma de los zapatos de los demás. Piensa que es una equivocación cuando nos esforzamos en adaptarnos a lo que ciertas normas sociales o culturales señalan como normal.
“A veces ese intento de adaptación es tan salvaje que se llega a la represión. Como cuando para los casos más graves se aplican terapias realmente agresivas, cuyos efectos secundarios son brutales”, indica en un restaurante ubicado en el casco antiguo de Santo Domingo (República Dominicana), sede de Centroamérica Cuenta, festival literario que la tuvo como una de sus invitadas.
“También están los trastornos mentales. De eso también se debe hablar porque es una enfermedad más del cuerpo. No se puede ocultar porque culpabiliza al enfermo, como si fuera la persona la causante de eso”, comenta mientras toma una taza de café, leche y un poquito de azúcar para luego ingerir vitaminas para el pelo y otras más para combatir a los mosquitos, más probióticos para el estómago y la rodilla.
Un artefacto literario
“Con este libro me han dicho que me he desnudado, que me habrá costado mucho. Yo no me siento nada, nada desnuda. Mis novelas no son autobiográficas, todas tienen que ver con personas que están, en principio, lejos de mí, ya sean androides o taxistas. Claro, después comienzo a identificarme con ellos”, resalta Rosa Montero, quien se confiesa con un problema de falta de atención y es una despistada que con frecuencia encuentra sus lentes dentro del refrigerador.
Tiene obras suyas que califica como artefactos literarios: La loca de la casa, La ridícula idea de no volver a verte y El peligro de estar cuerda. “Ninguno es un libro testimonial, en lo absoluto. No estoy en contra de esos libros. Son maravillosos como Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett, extraordinario, sobre el duelo de su hijo. Hay quienes escriben para decir: me ha pasado esto. Yo escribí El peligro de estar cuerda para entender lo que ocurre en nuestras cabezas. Intento encontrar qué nos une, cuál es el diseño detrás de nuestras vidas y de nuestros actos”.
Es paradójico. Sus novelas puras son para ella más íntimas. “Porque tocan sitios que ni siquiera tengo palabras para nombrarlos. Lo que permite aprender algo sobre mi oscuridad, sobre el ogro que todos tenemos dentro”.
Luego viene la investigación, la ficción y el autoanálisis. “Que son vías de conocimiento de la realidad. Eres el objeto de estudio. Para que sea válido tienes que ser implacable. Te debes ver como un entomólogo que observa a un coleóptero. Yo he sido mi propio escarabajo de estudio y mi propia entomóloga”.
Una investigación bestial
Como siempre le ha gustado leer sobre divulgación científica, los ejes temáticos de El peligro de estar cuerda los ha tenido cerca desde hace 40 años. Está convencida de que uno no escoge los libros que hará. “Tu recibes un telegrama del inconsciente que te avisa, como si fuera un mandato, que el próximo va a ser un artefacto literario sobre creación y locura”. Eso ocurrió hace 5 años.
Entonces empezó a buscar sobre todo lo que ya sabía, pero en su versión actualizada. “Intenté saber más y hacer una explicación más sistemática. Recogí una cantidad de investigación bestial. La extendí en la mesa del comedor y la cubrí toda de documentación: papeles, cuatro cuadernos llenos de notas, libros, cartulinas”.
Hizo una lista preliminar de 83 temas que deseaba desarrollar. “¿Cómo coño voy a hacer esto y cómo los voy a unir? Los miré desesperada y pensando convencida de que no iba a ser capaz de hacerlo. Pensé que se me iba a morir este libro. Se me han muerto dos. En uno perdí tres años de trabajo y en el otro dos”.
Se fue a dormir. A la mañana siguiente todo estaba resuelto. “Comprendí lo que debía hacer. Que no podía acercarme a este libro con la cabeza racionalmente, sino que debía hacerlo como si fuera una novela: cerrando los ojos y dejando que me llevara el ritmo del libro. Entré en ese bosque impenetrable. Caminé y encontré un claro de luz”.
Escritora desde niña
Desde que recuerda, es narradora. Rosa Montero (Madrid, 1951) comenzó a escribir desde la niñez. Como J.K. Rowling, su primer cuento lo redactó a los 6 años. El de la autora de Harry Potter era sobre un gato que hablaba y el de ella giraba en torno a unos ratoncitos parlantes.
Si la creación literaria ya estaba allí, la lectura estaba mucho antes. Fue su mamá quien le enseñó los arcanos del abecedario a los 3 años, mucho antes de ingresar al colegio.
“Escribir y leer han sido un binomio absolutamente esencial. Forman parte de la construcción de lo que soy. Escribir es mucho más que terapéutico. Es como un esqueleto exógeno que te permite sujetarte todas las piezas del cuerpo y mantenerte en pie. Sin ese binomio estoy convencida de que me desmoronaría”.
Por razones de salud no pudo ir a la escuela entre los 5 y los 9 años. En ese tiempo escribió mucho y estaba convencida de que era lo más normal del mundo. “Cuando regresé al colegio me di cuenta de que los niños no escribían historias y aquello me pareció alucinante. Me surgió la rareza: ¿Por qué yo sí escribo? ¿Por qué lo necesito hacer?”.
Cuando tuvo ataques de pánico (a los 17, a los 21, y el último a los 29 años) creyó que era la confirmación de que algo estaba fuera de lugar. “¿Qué es estar loco? ¿Qué es la cordura? ¿A qué llamamos realidad? ¿Cómo construimos y cómo nos relacionamos con esa realidad? Tengo una conciencia de la realidad muy escurridiza. No me fio de la realidad, ya que es un decorado que en cualquier momento se puede disolver”.
La lectura luminosa
Para Rosa Montero leer es un bálsamo salvador, más que escribir. “Porque nos da la capacidad y la posibilidad de saber que hay otros que piensan como nosotros. Nos permite entendernos con un autor o autora que escribió algo hace 200 siglos y te identificas con ellos a través de sus sentimientos. Igual pasa entre un lector en el Caribe que lee a una escritora de Países Bajos. Ese viaje al otro es la lectura. Leer es más íntimo que hacer el amor porque entras en la cabeza y en el corazón de alguien”.
Todo arte, incluida la escritura, es un acto indispensable de resistencia ante el absurdo de la vida, opina. Después de muchos años de preguntarse por qué escribe, ahora sabe que recrea vidas ficcionales para “intentar darle al mal y al dolor un sentido que en realidad sé que no tienen”.
Uno de sus lemas de existencia, que adora tanto, tanto que esa frase se la tatuó en una de sus piernas, es la de Georges Braque: “el arte es una herida hecha luz”.
¿Qué hacemos con esas heridas?, le pregunto. “Debemos intentar convertirlas en luz para que no nos destruyan”.