Aprender entre el hambre y el olvido | El drama de los niños que estudian en la zona 11, la región más apartada del país

Por más de 6 días, amigos y profesores de Jorge, lo buscaron desesperadamente después de ser arrastrado por la corriente del río Cricamola en la comarca Ngäbe Buglé. Por desgracia, la muerte de Jorge es una más de tantas que se registran en lo profundo de la Cordillera Central donde cientos de estudiantes arriesgan sus vidas cada día con la única ilusión de recibir sus clases.

Salón de clases en la escuela Piedra Roja localizada en la región 11, comarca Ngäbe Buglé / Cortesía profesor Armando Pineda

Cuando Laurentino Cortizo llegó al poder en el 2019 prometió que la educación sería la estrella de su gobierno. Cinco años después y habiendo dejado el Palacio de las Garzas con más sombras que luces, aquella estrella apenas titiló en el firmamento de la Cordillera Central, lugar donde aún existen decenas de escuelas ranchos a las que el progreso parece haber olvidado.

A más de 400 kilómetros de la ciudad de Panamá, en lo profundo de la comarca Ngäbe Buglé en el distrito de Kankintú, región Ño Kribo, se encuentra la comunidad de Munini #3, una de las zonas más apartadas y de difícil acceso del territorio nacional. Conocida como la zona 11, aquí se concentran al menos diez escuelas ranchos multigrados que no reúnen las condiciones mínimas para funcionar como centros educativos, pues no cuentan con agua potable, electricidad, internet, sistema de saneamiento, ni mucho menos acceso a una carretera. Para llegar a Munini #3 desde Guayabal de Peña Blanca en la provincia de Veraguas, poblado donde se termina el último tramo asfaltado, se necesitan como mínimo dos días de camino y estar en condiciones físicamente favorables para realizar un recorrido entre trochas, montañas, ríos y selva.

El profesor Armando Pineda laboró en la escuela de Munini #3 durante tres años seguidos y conoce de primera mano el suplicio de hacer esta travesía. "En verano, cuando el clima es bueno, yo demoraba un día y medio para llegar, pero tengo compañeras que aún siguen allí que les toma hasta 3 días llegar a Munini”.

Para los docentes asignados en las regiones más apartadas del país, la vida se convierte en un verdadero reality de supervivencia en el que cada día la precariedad golpea con extrema rudeza. Sin embargo, para los niños, niñas y jóvenes que viven en estas comunidades, aprender en estas condiciones es un desafío muchísimo más complicado que a todas luces atenta contra el derecho fundamental a la educación y contra sus propias vidas, amenazadas diariamente por la falta de puentes para cruzar desde y hacia sus escuelas. El escenario es todavía peor si tomamos en cuenta que la mayoría de niños en edad preescolar presentan un cuadro de desnutrición crónica o en su defecto, están malnutridos.

Este es el caso de Alexander de 12 años y sus dos hermanos menores que asisten a la escuela Caballero Nuto en la región 11. A diferencia de quienes viven en zonas urbanas, para ellos, el día comienza antes de las 5:00 de la mañana, ya que solo hacer el recorrido hacia el colegio puede tomarles hasta dos horas a pie en días lluviosos.

En cuanto salen los primeros rayos de sol, los tres niños emprenden el camino ataviados con sus uniformes y sus botas de caucho negro, elemento indispensable para protegerse del lodo, las piedras, los alacranes y las serpientes. En su travesía no solo deben caminar un largo trecho montañoso lleno de pendientes pronunciadas, además deben cruzar el río Cricamola, el mismo que todos los años se cobra la vida de víctimas inocentes que no teniendo otra opción, caen presas de sus embravecidas aguas. Sus padres, aunque poco estudiados, son conscientes del peligro que corren sus hijos cada mañana al salir de casa, pero no hay alternativa más que estar dispuestos a asumir los riesgos con tal de que reciban la educación que ellos no tuvieron.

Al no tener puentes de concreto ni de zarzo, la única forma de pasar de un lado al otro es a través de un mecanismo de tirolesa, utilizando una polea con cables y un columpio que hace las veces de "canasta transportadora".
Así es como cruzan decenas de estudiantes el río Cricamola para llegar a la escuela Piedra Rojas ubicada del otro lado del afluente / Captura de video/Cortesía del profesor Armando Pineda

Cuando finalmente llegan a la escuela, el estómago les gruñe de hambre, pues lo poco que comieron se ha diluido rápidamente debido al gasto calórico que representa hacer semejante trayecto. “Escuchar que un niño de 6, 8 o 10 años te dice: 'maestro tengo hambre, no he comido desde ayer', es de las cosas más duras que puedes pasar como docente, uno se siente impotente, con las manos amarradas, sin poder hacer nada", reconoce el profesor Pineda con voz entrecortada. Y es que a pesar de los programas de alimentación escolar implementados por el Meduca como Estudiar Sin Hambre, proyecto “insignia” de la administración Cortizo, que debía ampliar la distribución del vaso de leche, la galleta nutricional, la crema nutritiva y complementarlos con almuerzos saludables, la realidad es que en muchas escuelas de las zonas 11, 12 y 13 de la comarca Ngäbe Buglé, su implementación ha sido deficiente y en el peor de los casos, nula.

"Para muchos de estos niños y niñas, ir a la escuela es una gran motivación porque quizás es la única oportunidad que tienen de recibir un desayuno o un almuerzo en todo el día, por ello es fundamental que además de los servicios básicos, el sistema educativo garantice la alimentación en zonas donde la pobreza golpea con mucha más fuerza", señala Francisco Trejos, oficial de Educación de Unicef Panamá, quien ha trabajado de cerca con comunidades de difícil acceso.

Estudiantes de primer grado de la escuela de Coronte reciben un plato de sopa de verduras hecho por los propios docentes con ayuda de los padres de familia / Cortesía profesor Armando Pineda

Golpeados por la desnutrición y la pobreza multidimensional

Por más de una década, Panamá no supo cómo se encontraba el panorama nutricional de su población, hasta que en 2019 se realizó la Encuesta Nacional de Salud (ENSPA), la cual reveló que 15.8% de los menores de cinco años a nivel nacional padece de desnutrición crónica, lo que se traduce en un retraso en su crecimiento y deficiencias de micronutrientes. La mayor incidencia se encontró en los territorios indígenas con una estimación tres veces mayor a la reportada en las áreas rurales y urbanas.

En la comarca Ngäbe Buglé, la vida por naturaleza es cuando menos desafiante. Pese a su vasto territorio verde de casi 7,000 kilómetros cuadrados, su suelo arcilloso es pobre en nutrientes dado que posee una alta concentración de aluminio, dificultando la siembra de diferentes cultivos. Esta característica hace que la dieta de su población, mayoritariamente indígena, se base en un solo grupo de alimentos en la que predominan los tubérculos como el dachín, buchú, saba, ñame, yuca, tetemali, zogalo, kakrio, entre otros, y haya ausencia casi absoluta de proteína animal o vegetal.

Alexander y sus hermanos no siempre desayunan cuando van a la escuela, pero cuando lo hacen, generalmente son rebanadas de dachín o yuca, y crema a base de maíz. Cuando el padre logra conseguir algo de dinero, la vida mejora con productos como el arroz, frijoles, huevos, y azúcar para endulzar el café.

"La deficiencia nutricional por falta de micronutrientes esenciales como el hierro, el zinc, las grasas, los aminoácidos que encontramos en las carnes, los huevos y los lácteos, termina produciendo serias consecuencias en el desarrollo de los niños a largo plazo y en muchas ocasiones por el resto de sus vidas, porque un niño que no se alimenta bien por más que se esfuerce, no tendrá la capacidad de análisis ni de compresión que necesita para avanzar a la par que el resto", sostiene Verónica Hidalgo, oficial de nutrición de Unicef.  

Investigaciones científicas han demostrado que el aprendizaje está estrechamente relacionado con la situación de pobreza. De hecho, el factor más importante asociado a la comprensión lectora es el nivel socioeconómico. Por lo tanto, un niño que no recibió una alimentación adecuada en sus primeros años de vida, pero además no tuvo acceso a servicios básicos como atención de salud, esquema de vacunación, agua potable, electricidad, saneamiento y demás, presentará un mayor rezago educativo y muchas más desventajas a la hora de aprender.

Es altamente probable que un niño que ha sufrido de desnutrición desarrolle en su adultez una o varias enfermedades crónicas no transmisibles ya sea cardiovascular, respiratoria o metabólica.— Verónica Hidalgo - Oficial de nutrición de Unicef Panamá

De acuerdo con el Índice de Pobreza Multidimensional 2022 realizado por el Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD), el 81% de la población en la comarca Ngäbe Buglé vive en condición de pobreza multidimensional. Esto significa que 8 de cada 10 personas presentan múltiples carencias socioeconómicas al mismo tiempo. Si bien, las estadísticas muestran una progresiva disminución de la pobreza a nivel nacional pasando de un 19% en 2017, a un 14.8% en 2022, todavía existen grandes bolsillos en zonas indígenas donde buena parte de la población vive sin acceso a servicios básicos.

Aquí la realidad golpea con extrema crudeza. Las precarias condiciones de vida marcadas por una brecha de desigualdad cada vez más ancha, son consecuencia directa de la falta de planificación a largo plazo y la poca inversión en infraestructura gubernamental, especialmente en salud, educación y obras públicas.

"Si en Panamá hay problemas para recibir atención médica y conseguir medicinas, imagínate para nosotros que tenemos que caminar hasta 12 horas con un enfermo o un picado de culebra en hamaca para llegar al centro de salud más cercano, y cuando llegamos, las condiciones son deplorables... Es muy duro sentirse olvidado y abandonado por las autoridades".

Vidas arrastradas por la indolencia del Estado

Para el profesor Armando, la vocación prima por encima de todo, no importa cuán difícil sean las circunstancias que deba enfrentar para educar a sus niños. No obstante, hace poco vivió uno de los episodios más trágicos de su carrera cuando uno de sus estudiantes desapareció después de ser arrastrado por la corriente del río Cricamola. Por seis días, él junto a un grupo de docentes y compañeros buscaron desesperadamente al adolescente Jorge Palacios de 17 años que cursaba el último año de secundaria en el colegio Coronte. Al séptimo día, ya sin esperanza, un morador de la comunidad de Nomonoi finalmente lo halló río abajo, a más de 40 kilómetros del lugar donde la corriente se lo llevó. 

Abatidos por la desgracia, el grupo caminó cerca de diez horas para llevarlo de regreso a su pueblo en Rio Bueno y darle cristiana sepultura. Todavía afectado por el impacto de la tragedia, el profesor Armando compartió su testimonio y narró cómo fueron aquellos días llenos de temor y angustia, buscando a su estudiante entre los remolinos de agua turbia y la enfurecida corriente que amenazaba con llevarse todo a su paso. La furia del raudal era tal que cuando Jorge fue encontrado, presentaba fuertes hematomas en todo el cuerpo. Verlo inerte, en descomposición y pensar en el miedo que pudo sentir aquel muchacho mientras era arrastrado a su destino es una escena que lo perturba noche tras noche, confiesa.

De acuerdo con datos extraoficiales, solo en el mes de junio, cuatro niños de 10, 12, 13 y 17 años fallecieron ahogados en las quebradas Hacha y Sardina, y en los ríos Hato Culantro y Bueno en la comarca Ngäbe Buglé cuando se dirigían a sus colegios.

Muertes inconsolables como la de Jorge, hacen cuestionar la falta de voluntad de un Estado que parece estar sordo, ciego y mudo ante las urgentes necesidades de una población que clama a gritos por la construcción de puentes y carreteras para evitar que tragedias como estas se conviertan en pan de todos los días. Y es que, bajo estas condiciones, las escuelas ranchos son quizás el más básico de los problemas.

En la larga barrera de montañas que componen parte de la serranía del Tabasará existen un sinnúmero de escuelas ranchos, entre las que se cuentan Caballero Nuto, Quebrada Mironi, Alto Pedregal, Valle Común, Tribá, Sirote, Quebrada Guanábana, Oretes, Cerro Balsa, Mununi #3, Quebrada Mono, Coronte, Mutari, Piedra Roja, Sulidú, Guayacán, Cerro de la Cruz, Cerro Santo, Dibote, Punta Piña, Madotde y así, un rosario de centros educativos con aulas improvisadas, pisos de tierra, carentes de techos, paredes y mobiliario. La gran mayoría fueron levantadas por los padres de familia y docentes con los pocos materiales que la propia naturaleza ofrece.

Pero el mayor problema no son las precarias infraestructuras, sino las condiciones sociales en las que cientos de estudiantes de una de las regiones más vulnerables y pobres del país deben aprender, porque aquí desde hace muchos gobiernos atrás siguen esperando a que el progreso traiga el internet, la electricidad, el agua potable, las carreteras, el centro de salud y un sistema adecuado de saneamiento, higiene y disposición segura de las heces, pues solo así, la brecha de la exclusión escolar dejará de existir.

Las esperanzas ahora están puestas en el nuevo gobierno del presidente José Raúl Mulino, a quien la designación del nuevo titular de la cartera de Educación le ocasionó más de un quebradero de cabeza. No fue sino hasta el 29 de mayo, faltando apenas un mes para asumir como nuevo presidente de la República, que Mulino anunció a Lucy Molinar como ministra de Educación. Molinar, quien ya ocupó este cargo durante la administración del presidente Ricardo Martinelli (2009-2014), periodo en que Panamá decidió no participar de las pruebas PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), ha vuelto a mostrar su oposición a que el país "gaste millones de dólares en una prueba que solo confirmará lo que ya se sabe".

"No voy a gastar 8 millones en una prueba para que me diga lo que ya sé”, señaló Molinar en una entrevista con la periodista Dorcas De La Rosa, poniendo en duda la efectividad de esta evaluación regional.

Si bien, Mulino ha dicho que la educación es uno de los principales pilares de desarrollo del país, sus primeros esfuerzos se han centrado en la reactivación económica con la promesa latente de "más chen chen para tu bolsillo" que impulsó su campaña electoral, la contención del gasto público y sobre todo, en mitigar la crisis migratoria que ha provocado un desastre medioambiental en la selva de Darién y ha exacerbado la vulneración de los derechos a los migrantes irregulares que se enfrentan no solo al peligro de la ruta, sino también a la violencia de los cárteles del narcotráfico que han hecho de la miseria humana un negocio multimillonario.

Mientras todo ello ocurre, los hijos de la serranía del Tabasará seguirán resistiendo la brecha de la desigualdad a punta de esperanza y convicción.

Durante semanas intentamos comunicarnos tanto con la administración saliente, como con el equipo de la ministra Molinar para abordar el tema de las escuelas ranchos, pero al cierre de este reportaje no obtuvimos respuesta, pese a los reiterados esfuerzos.

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