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Cuando el fuego destruyó la ciudad de Panamá

Historia de Panamá

La falta de agua en la ciudad de Panamá fue un factor determinante para que fuera destruida varias veces por voraces incendios.

Vista de Punta de Chiriquí con edificios quemados. Después de los incendios de 1737 y 1756 esta zona quedó casi totalmente deshabitada.
Vista de Punta de Chiriquí con edificios quemados. Después de los incendios de 1737 y 1756 esta zona quedó casi totalmente deshabitada. / Eadweard Muybridge 1875

En mi entrega pasada escribí sobre las dificultades de la ciudad de Panamá, tanto “la vieja” como “la nueva” para abastecerse de agua y una de las principales consecuencias de esa situación fue su destrucción en varias ocasiones, por las llamas de voraces incendios imposibles de sofocar.

De acuerdo con el historiador Alfredo Castillero Calvo en La ciudad imaginada, “los incendios fueron episodios que marcaron profundamente a los habitantes de la ciudad de Panamá, causando huella profunda en la memoria colectiva”.

Además, tuvieron enormes repercusiones en la economía, en la composición de la sociedad y en las características urbanas de la ciudad, así como en la arquitectura, causando un “daño brutal” del cual no se recuperaría sino hasta mediados del siglo XIX.

En las primeras décadas del siglo XVIII, la ciudad estaba llena de elegantes edificios de madera, los negocios iban bien y la economía prosperaba. Luego de los tres incendios que la arrasaron en un periodo de más o menos 40 años, se la describe de la siguiente manera: “el Casco Viejo es un enorme baldío con edificios y viviendas dispersas y lotes cubiertos de matorrales y alimañas”.

 

Ruinas de la Iglesia de Santo Domingo.
Ruinas de la Iglesia de Santo Domingo. / Eadweard Muybridge, 1875

El “fuego grande”

Según los testimonios conservados, lo que se conoce como el “fuego grande” se produjo la noche del 2 de febrero de 1737 a las 12:30 de la madrugada en la bodega de la vivienda de don José de Echegoyen, comisario del comercio, situada en la calle del oratorio de San Felipe Neri.

Las crónicas describen “que el fuego se desató con una voracidad incontenible acompañado de una espesa humareda, lo que impidió a los vecinos salvar lo más indispensable. Algunos salieron en bata de dormir y hasta descalzos, o bien en paños menores sin medias ni calcetas y hasta varios resultaron con quemaduras”.

Según datos en el incendio perecieron 20 personas, pero en las investigaciones que se hicieron se cree que fueron más ya que habían muchos forasteros que se encontraban de paso por la ciudad .

Además, se perdieron joyas, mercancías, los archivos eclesiásticos, municipales y de la contaduría. Además, en la catedral desaparecieron los fondos de la cultura atesorados durante los últimos años.

Bastaron cinco horas para que todo el recinto urbano quedase enteramente abrazado, salvándose solo unas 20 o 24 casas, según las distintas versiones.

Se salvaron el hospital de San Juan de Dios, al que solo se le quemó media puerta, así como la iglesia y convento de La Merced. Esto se consideró un verdadero milagro elevando al mencionado santo a protector de la ciudad y promoviendo su devoción entre los vecinos.

De acuerdo con la información que se tiene, existían antes del fuego 380 unidades de vivienda. Se quemaron 360, o sea el 95% del total. También quedaron destruidos gran parte de las iglesias, conventos y edificios públicos.

Por lo que se considera que pocos incendios fueron tan devastadores como este.

Aunque la tragedia coincidió con la crisis de las ferias de Portobelo y por ende en el debilitamiento de la economía en pocos años se había reconstruido un 30% de lo que se había quemado.

La iglesia de La Merced en 1885, se salvó dos veces de ser devorada por las llamas
La iglesia de La Merced en 1885, se salvó dos veces de ser devorada por las llamas / ACP Biblioteca Presidente Roberto F. Chiari

El fuego azota nuevamente

Casi dos décadas después, el 31 de marzo de 1756 se registró el llamado “fuego chico” que consumió la mitad de la ciudad. Fue por la tarde y se originó en una casita baja de la calle Pozo, inmediata a la Puerta de Mar. Según el gobernador Manuel de Montiano, “se incendió la mitad de la ciudad y en la parte más costosa y de más valor que contenía cuasi todas las más grandes y principales”.

Tras seis horas de fuego, se quemó la iglesia de San Felipe, que se utilizaba como catedral, la de San Francisco, el convento de monjas de la Concepción, la iglesia de Santo Domingo, la contaduría, el cabildo, la casa donde vivía el propio Montiano, la de su teniente general y auditor de guerra don Jerónimo Macías de Sandoval y la de los oficiales reales del tesorero don Cayetano Valdés, don Jorge Gregorio Montoya, oficial de listas; don Juan Macías de Sandoval, contador y don Sebastián Fernández de Medrano.

Aquí hay un detalle curioso a resaltar, se libraron del fuego por segunda vez La Merced y San Juan de Dios. Lo que tal vez confirmaba el milagro y la devoción de los ciudadanos.

En su libro el historiador Castillero Calvo señala que, “hasta aquí se inventariaron 161 estructuras quemadas, siendo el total de casas 50. En todo el recinto de intramuros había 134 casas en pie, de manera que las pérdidas representaban el 37% del total”.

La pérdida de 1756 tuvo el agravante de que la gran mayoría consistía en las mejores edificaciones de la ciudad. Solo sobrevivieron 84 casas. Si consideramos que el área construida en 1737 la ocupaban 380 casas tendremos que luego del fuego de 1756 sólo quedó en pie un 22.1% de la capacidad edificable de intramuros. Según mis cálculos el siniestro cubrió un área de 10.6 hectáreas solo en las partes edificables”, explica.

Según el historiador, el “fuego chico” no igualó en daños al “fuego grande” porque encontró más espacios abiertos (solares baldíos) que le impidieran propagarse. En aquella época, apenas si se contaba con otro recurso para detener los incendios que tirar al suelo las casas que podían convertirse en pasto de las llamas. En otras palabras abrir claros, creando muros de vacíos. En la época preindustrial, el riesgo de conflagración total era inversamente proporcional a la existencia de espacios desocupados. Así, más claros, menos riesgo de propagación.

 

Dibujo de las ruinas del colegio de los jesuitas en la ciudad de Panamá, realizado por Armand Reclus.
Dibujo de las ruinas del colegio de los jesuitas en la ciudad de Panamá, realizado por Armand Reclus. / Armand Reclus

El último fuego del siglo XVIII

Ya para 1781 solo una tercera parte del casco está construido según un inventario. El fuego se inició muy avanzada la noche del 26 de abril en una casa que servía de sede a la administración de tabacos, situada en el lado sur de la calle de La Merced.

El fuego se extendió rápidamente en dirección a la Puerta de Tierra. Todas las casas de la cuadra se quemaron.

Tras el incendio el gobernador Ramón de Carvajal hizo levantar un detallado inventario de los daños. El total de pérdidas edilicias ascendió a 203,052 pesos. Lo que sumado a otras pérdidas arrojó la suma de 478,574 pesos.

Algunos vecinos adinerados quedaron en la ruina. Perdieron grandes sumas de dinero en alhajas, plata, oro, perlas y las casas, algunas valoradas hasta en 18 mil pesos.

Una serie de relatos de la época deja de evidencia la degradación de la ciudad entre 1756 y 1781.

Tras el incendio de 1781 la calidad de vida desmejoró a tal punto de que ni el gobernador Carvajal ni el conde Santa Ana, así como otros altos funcionarios de la Corona podían encontrar una casa adecuada donde vivir dentro la ciudad.

Esta situación desencadenó un despoblamiento considerable de habitantes que empezaron a trasladarse a otros lugares, como el arrabal de Santa Ana, y construir ahí sus viviendas buscando nuevos modos de vida. Casi dos terceras partes de los habitantes de la ciudad se trasladaron fuera de las murallas, incluso parte de la élite terminó mudándose allá.

Según las crónicas, “al mismo tiempo que San Felipe va decayendo, Santa Ana cobra fuerza, se puebla cada vez de mejores edificios, y al finalizar la colonia “resplandece con brillo propio”. Para entonces, mientras que el casco urbano solo se cuentan 2 mil habitantes, en los extramuros el censo registra 6 mil personas.

 Todo este provocó que en agosto de 1785, cuatro años después del incendio, el rey Carlos IV expedía una orden para que el nuevo gobernador de Panamá, sucesor de Carvajal , el brigadier don Josef Domas y Valle, trajese consigo “una bomba de apagar incendios”. “Es la primera noticia que se tiene de un artefacto tal en Panamá. No se sabe si sirvió para detener otra amenaza de fuego en la ciudad, y de este aparato no se vuelve a hablar más. Tampoco se conocen sus características”.

 

El Grand Central Hotel, donde empezó el fuego de 1878 en la botica de F.C. Herbruger.
El Grand Central Hotel, donde empezó el fuego de 1878 en la botica de F.C. Herbruger. / Eadweard Muybridge 1875

Los incendios del siglo XIX

El descubrimiento de oro en California cambia completamente la situación en el istmo generando un extraordinario repunte comercial del que la ciudad se beneficia grandemente gracias a la construcción del ferrocarril transístmico y a la llegada de varias líneas de vapores a las costas panameñas.

Castillero Calvo describe a Panamá como “una ciudad congestionada de edificios, de gente nueva (y, de hecho, repleta de apellidos europeos y norteamericanos de cuño reciente), de negocios cuya naturaleza era desconocida antes del siglo XIX, de relaciones sociales e incluso internacionales, también antes inexistentes; y finalmente, y pese a todo, donde se respira una calidad de vida diferente. Nos encontramos de plano con un clima burgués, como el de una ciudad que ya participa de muchas de las innovaciones tecnológicas de la Revolución Industrial”.

Sin embargo, a pesar de que todo era diferente, había algo que permanecía igual: la falta o escasez de agua. Aún la ciudad no contaba con un acueducto y los pozos se secaban durante el verano. Lo cual mantenía en vilo a la población que se sentía temerosa ante la amenaza de nuevos incendios.

Por lo que la compañía del ferrocarril adquirió una “Bomba de vapor” contra incendios. Ante la primera alarma de fuego se telegrafiaba a Colón para que la locomotora la transportara en cosa de una hora y media hasta Panamá. Pero, aunque se consideraba como una “auténtica revolución” raras veces estaba en buenas condiciones o se estropeaban del todo o no la sabían usar y nunca eran suficientes.

A pesar de que existían varias leyes para el gobierno adquiriera bombas de vapor y creara una compañía de hombres para el manejo de estas bombas, no se hizo nada al respecto.

 

El Grand Hotel considerado el más hermoso de su clase en el Pacífico sur de San Francisco.
El Grand Hotel considerado el más hermoso de su clase en el Pacífico sur de San Francisco. / Eadweard Muybridge, 1895

El gran incendio de 1874

En el siglo XIX se registran cinco incendios, siendo el del 19 de febrero de  1874, el mejor documentado de todos ya que La Estrella de Panamá le dedica una larga crónica.

El incendio duró entre siete y ocho horas, destruyendo los dos mejores hoteles de la ciudad y unos 20 establecimientos. Tres cuartas partes de los inmuebles estaban ocupados por familias.

El primer edificio en incendiarse fue el Grand Hotel considerado “el más hermoso de su clase en el Pacífico sur de San Francisco”.

La bomba contra incendios que había comprado para el hotel no sirvió de mucho pues solo era útil en interiores. Loew no salvó ni una muda de ropa pero, pudo rescatar la llave de su caja fuerte.

Las pérdidas se calcularon entre los 800 mil a un millón de pesos.

 Este incendio tuvo impacto fuera de Panamá. La revista estadounidense Frank Leslie´s Illustrated Newspaper le dedicó una nota acompañada de un grabado el 21 de marzo de 1874.

Fotografías de Eadweard Muybridge, quien estuvo por Panamá en 1875, muestran una ciudad semivacía, con grandes espacios desocupados sobre todo hacia el este en dirección de la punta de Chiriquí, manzanas enteras se han transformados en baldíos.

La preocupación por los incendios es cada vez mayor. Para el siguiente incendio en 1878 ya Loew y su hijo tenían instaladas en el nuevo Grand Hotel “mui excelentes aparatos i agua suficiente en los estanques de hierro i en los pozos, todo arreglado de antemano en previsión de accidentes de este jénero”.

A pesar de que en este mismo año el gobierno aprobó varias leyes para la construcción de un acueducto público en la ciudad de Panamá, así como hidrantes, nada de esto fue realizado.

Fue así como se sabe el incendio empezó el 6 de marzo a las 9:30 am cuando una fuerte detonación se produjo en la botica de F.C. Herbruger & Cía., situada en la plaza Catedral en el edificio del Grand Hotel Central.

Rápidamente el fuego se extendió hacia los pisos altos del hotel y hacia los locales inmediatos.

Armand Reclus que estaba en el Grand Hotel describe la escena de la siguiente manera: “Los escombros incandescentes caen como bombas sobre el bello barrio de la ciudad, las casas se prenden y queman, el fuego ruge y resuena por todas partes. En el Grand Hotel, Loew intentó todo para salvar su propiedad; su máquina de vapor hace funcionar las bombas que se alimentan de un depósito calculado para durar durante cuatro horas; el agua rociada constantemente sobre techo, forma una capa protectora sobre la parte baja del interior del alero que sobresale de la casa; en varios puntos, algunos agujeros permiten ahogar las llamas, e irrigar prolongadamente las murallas y los balcones. A pesar de tantos esfuerzos, aquí y allá surgen pequeños islotes abrasados, pero finalmente se logra apagarlos todos".

Esto, sin duda alguna, ayudó no solo a que el hotel no se quemara, sino a proteger los edificios vecinos.

Otros dos incendios terminarían el siglo, uno con daños menores en 1884. Sin embargo, el de junio de 1894, a pesar de que ya existía un cuerpo de bomberos, pero no un acueducto, destruyó 300 casas, dejando sin hogar a más de 5 mil personas. Los daños se calcularon entre 2.5 a 3 millones de pesos convirtiéndose en la pérdida más cuantiosa de todos los incendios del siglo.

Ya en los primeros años del siglo XX y debido a las construcción del Canal, los estadounidenses se dieron a la tarea de sanear las ciudades de Panamá y Colón y dotarlas de un acueducto que junto a la adquisición de mejores equipos y un cuerpo de bomberos profesional pudo dismunir el devastador efecto de los incendios en la ciudad.

Recomiendo muchísimo leer el libro La ciudad imaginada de Alfredo Castillero Calvo que tiene un capítulo completo, con muchísima información y detalles de todos estos incendios que cambiaron radicalmente la configuración de la ciudad no solo desde el punto de vista arquitectónico, sino también social y cultural.

Espero que esta historia nos ayude a reflexionar sobre la crisis del agua que estamos viviendo en nuestro país y en las consecuencias de las decisiones que tomamos.

Conocer el pasado nos ayuda a entender nuestro presente.

 

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