Cuando los chinos cerraron sus negocios en protesta contra la discriminación
Historia de Panamá
Ciudad de Panamá/La primera oleada de chinos llega al istmo de Panamá para trabajar como mano de obra para la compañía del ferrocarril transístmico a mitad del siglo XIX.
Este primer intento terminó en todo un desastre.
Los suicidios en masa debido a la falta de opio, las inhumanas condiciones de trabajo, la violencia a la que estaban sometidos, la discriminación, la soledad, además de las enfermedades tropicales diezmaron a este grupo haciendo que la compañía desistiera de importar más trabajadores chinos y enviara a algunos de los que sobrevivieron a Jamaica, Cartagena y otros países de la región.
Sin embargo, los chinos eran considerados por los europeos y los estadounidenses como una excelente mano de obra por lo que persistía la idea de utilizarlos para las grandes empresas ístmicas. Además, porque era “mano de obra muy barata y abundante”, como asegura Ramón Mon en su libro Sueños y realidades de los hijos del dragón.
Por lo que a raíz de las obras de construcción del canal por los franceses se promovió la migración de obreros de cualquier nacionalidad, entre los que por supuesto estaban los chinos que por diversos motivos salían de su país para buscar mejores condiciones de vida para ellos y sus familias.
Mon asegura que, “la década que va de 1880 a 1890 fue la consolidación para los inmigrantes chinos. Durante la misma, el monto de chinos se hizo sentir, especialmente en el campo de los pequeños comercios, donde se desplazaron inicialmente; igual que en el negocio de sederías e importación de productos chinos y japoneses. Se funda, además, la primera sociedad de beneficencia china, llamada Way On (1882), la cual, a su vez, compra los terrenos del Cementerio Chino en El Chorrillo, que todavía es utilizado”.
El autor señala que, aunque no existen datos censales precisos, a finales del siglo XIX el número de chinos residentes en Panamá llegaba a los 3 mil, especialmente varones sin familia.
La pequeña china
“Para los primeros migrantes chinos, llegar a la pequeña china era llegar a casa”. Así es como describe Berta Alicia Chen en su libro Los chinos de Panamá: los inicios, el área que se convirtió a partir del siglo XIX en el “barrio chino”.
Los pocos chinos que sobrevivieron a la construcción del ferrocarril y que permanecieron en Panamá comenzaron a vivir en chozas en las afueras de la ciudad amurallada, en el arrabal. Allí la mayoría se dedicó a sembrar parcelas agrícolas, una actividad en la que tenían experiencia antes de venir. Casi todos estos huertos estaban ubicados en el área donde actualmente se encuentra el Instituto Nacional.
“Todos los días, antes de que el sol saliera, los chinos llegaban al Mercado Público Municipal de San Felipe, con canastas cargadas de productos que sostenían con un palo sobre sus hombros con la esperanza de que las canastas regresaran vacías al final del día por las ventas realizadas. Otros ofrecían de puerta en puerta sus productos recién cosechados, ganando la lealtad de clientes y el resentimiento de quienes los veían como competencia”, describe Chen.
Ya para la construcción del canal por los estadounidenses el barrio fue tomando más vida y se fue poblando con negocios y viviendas. Poco a poco, los chinos se fueron ubicando en viviendas módicas y económicas en las áreas de Santa Ana, El Chorrillo, La Boca, pero sobre todo en la Ciénaga, la avenida B y la calle 13 este, popularmente conocida como Salsipuedes y el terraplen o “rampa del mercado”.
Una de las principales calles del barrio era la 13 este, Salsipuedes que Luisita Aguilera Patiño en su libro El panameño visto a través de su lenguaje, describe como “un callejón sin salida, ya que estaba convertida en guarida de gente maleante, fumaderos de opio y teatro de crímenes de toda clase. Era difícil que el que allí entrara, saliera con vida”.
Con el tiempo se convirtió en el centro comercial del área. Se vendían y compraban alimentos, artículos para el hogar, útiles escolares, adornos, perfumes, especias, artículos orientales, amuletos para la suerte o protección contra los malos espíritus, entre otras muchas cosas.
El área reunía las características propias de un barrio chino: ubicación próxima a las actividades comerciales, edificios pequeños, calles estrechas, alquileres baratos, cercanía al centro de la ciudad, todo lo cual permitió el florecimiento de las ventas al por menor y la prestación de servicios marginales.
Los chinos cierran sus negocios
El 18 de noviembre de 1913 la mayoría de las tiendas de chinos en Panamá y Colón amanecieron cerradas con un pequeño letrero que decía: “cerrado por inventario”. Se trataba de una medida de presión de la comunidad china ante una serie de medidas migratorias que proponía el gobierno del momento.
En el libro La comunidad china en Panamá, 1890-1930 de Mario Lewis Morgan aparece una publicación del diario La Prensa que describe la situación: “los habitantes de la capital fueron sorprendidos esta mañana con la noticia de que el comercio y los negocios en poder de los chinos, desde las ventas de verduras en el mercado fiscal y las lavanderías, hasta las sederías habían suspendido operaciones. La medida tuvo por causa una resolución aprobada anoche en reunión de chinos principales habida en el Club Comercial por la que se dispuso que sus paisanos en masa cerraran desde hoy sus establecimientos e inventariaran sus existencias para entregárselas al Representante Consular de los intereses chinos en Panamá Mr. Cyrus F. Wicker, secretario de la Legación Americana…”
Según Ramón Mon la razón de esta decisión tomada por la comunidad china obedecía a que “en 1913, siendo presidente Belisario Porras y cuando las obras del Canal estaban por terminar, preocupados por el futuro deterioro económico del país, la Asamblea Nacional emite la Ley 50 de 24 de marzo de 1913. Era una ley extensa (40 artículos) que regulaba ‘la inmigración y asociaciones de chinos, turcos, sirios y norteafricanos de raza turca’. El 31 de mayo de ese mismo año la Cancillería expide el Decreto 44 que reglamenta la ley y pedía que se abriera el Libro de Registro para estos extranjeros, libro que ya estaba consignado en la Ley 6 de 1904. Del mes de junio a diciembre de ese año se da una de las controversias más importantes que en materia de migración haya tenido lugar en el Istmo hasta ese momento”.
Un antecedente importante a esta medida es que en 1904 la mala situación económica que vivía el Istmo y el temor a las corrientes migratorias obliga a que se dicte la Ley 6 de 11 de marzo de 1904 que prohibía la inmigración de chinos, turcos y sirios y les exigía, a los que ya estaban en el país, inscribirse en un Libro de Registro de inmigrantes. A partir de este momento se inicia la migración ilegal de ciudadanos chinos en Panamá.
Esta nueva medida del gobierno de Porras, se aplicaba solo a los chinos y contaba con el apoyo popular. La Prensa también registró que al día siguiente del paro se realizó un desfile que partió del parque de Santa Ana, “tres mil almas más o menos, recorrieron parte de la Avenida Central y pasaron luego por la mansión presidencial y haciendo después alto, frente al Palacio de Gobierno. En el trayecto durante la marcha que fue acompañada por charangas, se dieron vivas al Gobierno, al secretario Lefevre y a la ley 50. El más completo orden reinó en todo tiempo”.
Políticos como Pablo Arosemena y Eduardo Chiari se refirieron a la comunidad china que se dedicaba a lavar, cocinar y planchar, entre otras actividades comerciales, como “una competencia ruinosa para el pueblo, el cual se ganaba la vida de forma honrada y dura en estas tareas. Desalojando completamente a los hijos del país, por lo que prohibirles el ejercicio del comercio sería una medida salvadora”.
Fue así como los chinos se habían convertido en una competencia para los panameños, promoviendo el sentimiento de xenofobia y discriminación. Pero esto no era nada nuevo.
Mon también destaca en su libro que luego de la quiebra en 1888 de la Compañía del Canal Interoceánico sobre los chinos que se quedaron en Panamá, “recayó parcialmente sobre ellos parte de la responsabilidad de la terrible situación económica que atravesaba el Istmo. Así, el 8 de agosto de 1890, un grupo de ciudadanos funda la Sociedad Anti-China, “cuyo fin es oponerse decididamente y por cuantos medios lícitos encuentra a la inmigración asiática al territorio de la República”. Afortunadamente, esta sociedad no fue autorizada por las autoridades colombianas.
Los negocios chinos volvieron a abrir a la semana y el conflicto se resolvió cuando el gobierno panameño prometió tomar medidas más razonables, condicionado a que los chinos presentaran sus inventarios, depositaron sus bienes bajo la custodia del encargado de negocios Wicker, en caso de que fueran deportados, se inscribieran y abrieran sus tiendas.
Al final los chinos aceptaron registrarse y el resultado fue de 7,297 chinos sin contar las mujeres. Los chinos que habían entrado de forma ilegal entre 1904 y 1914 pudieron permanecer en el país mediante el pago de dinero y cumpliendo ciertos requisitos.
Sin embargo, había algunos que no podían cumplir la reglamentación por lo que, según Berta Alicia Chen “acudían a los chineros que eran los traficantes quienes pagaban los sobornos y las multas a los chinos en problemas”. Que de acuerdo con el secretario Lefevre, "en el tráfico de chinos se falsificaban firmas, se alteraban fechas y se sustituían las fotos de las cédulas de vecindad”.
Como afirma Mónica Guardia en un artículo en La Estrella de Panamá, “aunque nunca con la intensidad de 1913, episodios similares se fueron sucediendo en las décadas siguientes, llegando hasta la oscura Constitución de 1941, que en su artículo 23, declaraba que ‘la inmigración de los extranjeros será reglamentada por la ley… el Estado velará porque inmigren elementos sanos, trabajadores, adaptables a las condiciones de la vida nacional y capaz de contribuir al mejoramiento étnico, económico y demográfico del país. Son de inmigración prohibida: la raza negra cuyo idioma no sea el castellano, la raza amarilla y las razas originarias de la India, el Asia Menor y el Norte de África”.
No obstante, la Constitución de 1941 sería de corta duración y reemplazada por la carta magna de 1946, mucho más equilibrada, ecuánime y respetuosa.
La comunidad china ha hecho una contribución más que importante, sumamente significativa a ese mosaico multicultural que hace tan singular a la sociedad panameña y que definitivamente ha marcado elementos fundamentales en nuestra identidad como nación.
Tenemos la tarea pendiente de seguir investigando y contando la historia común de los países involucrados en el proyecto de construcción de la ruta interoceánica y la contribución que cada ha hecho al desarrollo de la sociedad panameña.
Para conocer más del tema recomiendo la lectura de los libros: Sueños y Ralidad de los hijos del dragón de Ramón Mon, Los chinos de Panamá: los inicios de Berta Alicia Chen P. (bertaaliciachen@yahoo.com/66445924) y La comunidad china en Panamá, 1890-1930, de Mario Lewis Morgan, este último ilustrado con las maravillosas fotos de Carlos Endara.