Por los caminos del cine nos encontramos todos
Cine en Costa Rica
¿Cómo el cine colabora a una sociedad? ¿Cómo el séptimo arte marca nuestras vidas desde chicos? Películas inolvidables, producciones a destacar. De eso y más converso con Fernando Chaves Espinach, director artístico del Costa Rica Festival Internacional de Cine.
San José, Costa Rica/La primera película que vio Fernando Chaves Espinach (Costa Rica, 1990) en su vida fue en el Cine Rex, que fue el más grande de la ciudad de San José (Costa Rica) y que corrió con el mismo destino de miles de salas de proyección en el mundo: cerró sus puertas ante la presencia arrolladora de los complejos de cine ubicados en los centros comerciales.
El Cine Rex se ubicaba frente al Parque Central en la capital del país centroamericano y ahora el espacio lo ocupan una tienda de ropa y un McDonald’s.
La primera producción que recuerdan sus pupilas debió ser un relanzamiento de los estudios Walt Disney en los años 1990. “¿Quizás “Aladdin”? Posiblemente, pues fue la primera canción que aprendí a cantar. ¿Por qué el Rex? Porque mi abuelo trabajó ahí unas siete décadas, hasta retirarse a los casi 90 años”.
Su otra pasión es la comunicación social. Fernando es periodista cultural y curador independiente. Fue editor y reportero en el diario La Nación (2013-2018), programador del Costa Rica Festival Internacional de Cine (2015-2017) y luego fue asistente del programa público en la empresa Lux Moving Image (2019-2020).
Este costarricense ha publicado textos sobre el séptimo arte en revistas como Nang Magazine, Itch y Krinégrafo, entre otras. Es máster en Curaduría y programación de cine en Birkbeck, en la Universidad de Londres.
Desde 2021 es el Director Artístico del Costa Rica Festival Internacional de Cine. “Al ser el CRFIC un evento de carácter público, financiado por el Estado, se realizó un concurso de contratación pública, participé y gané”.
Que no me traten de tonto
¿Por qué dedicarte al periodismo en general y al cine en particular?
Desde que tenía unos 12 ó 13 años sabía que quería hacer algo relacionado con el cine, sin saber exactamente qué: ¿dirección, guion, producción…? Estudié producción audiovisual en la Universidad de Costa Rica y me incliné más por la historia. La vida me llevó a trabajar en periodismo cultural así que eso hice. Al final, retomé el camino del cine desde la curaduría y la investigación histórica.
Como espectador, ¿qué te gusta y qué te disgusta cuando ves una película?
Me gusta una película que tenga ambición, sin importar cuán amplia o cuán modesta. Películas para pasar el rato hay miles, pero aún esas requieren disciplina y talento para funcionar. No me gusta que me traten de tonto, porque aún para divertir con tonterías se requiere ingenio. Me gusta una película que sabe lo que es y también una película que aspira a mucho. Me disgusta la pereza.
¿Cuáles películas has visto una y otra vez?
De joven, creo que vi 12 ó 15 veces Titanic, Selena, La momia, Star Wars, El señor de los anillos… y ahora no sabría cuáles ni cuántas veces, porque a veces las veo por partes, sin volumen o completas, t con el asombro de la primera vez. De esas, quizás sean El gatopardo, Los paraguas de Cherburgo, Chungking Express, Mujeres al borde de un ataque de nervios… Pero trabajar en programación de cine implica ver algunas hasta cinco veces y también cuentan.
¿Qué representa el séptimo arte para ti?
Uno de los últimos espacios públicos y momentos de ocio en un mundo empeñado en que solo nos dediquemos a trabajarle al patrono. A la vez, uno de los pocos espacios de debate donde se valoran la ambigüedad y la duda, sin dogmatismos; por ende, un espacio de libertad, deseo, derecho y curiosidad.
¿Qué puede hacer el cine por y para una sociedad?
Como industria, puede contribuir a promocionar a un país y a su comunidad creativa; puede fomentar empleo, ingresos y dinámicas comerciales no solo de producción sino de consumo. Una sala puede reactivar un barrio muerto; una película puede ocupar a 100 personas en un pueblo lejano. Como arte, debe aspirar a ser una plaza pública como las de nuestras ciudades: con pancartas políticas, predicadores, palomas, payasos, niños corriendo, parejas besándose… toda la experiencia humana, ojalá sin censura ni límites irracionales.
De diálogos, el Óscar y Martin Scorsese
¿Cuál es tú parlamento predilecto de una película?
- “¿Adónde quieres ir?”.
- “A donde quieras llevarme”.
Chungking Express (1994, Hong Kong, del director Wong kar-wai).
¿A qué película de 2022 le hubieras dado el premio Oscar de Hollywood en la categoría de mejor película del año?
Los Óscar sirven para promover películas en mercados que muchas distribuidores y exhibidoras estiman poco, lamentablemente. Tár, de Todd Field, era mi preferida, pero me hubiera hecho feliz que ganara cualquiera, porque fue un buen año para reavivar el deseo de volver a las salas (la ganadora en este aparte fue Todo en todas partes al mismo tiempo).
¿La más reciente película que te cautivó?
Hace poco vi finalmente Killers of the Flower Moon, de Martin Scorsese, cuyo estreno local me perdí por estar de locos con el CRFIC. Es una obra maestra realizada en el más depurado “estilo tardío”, como decía Edward Said: un maestro en su crepúsculo aplicando las más sofisticadas herramientas de arte y atreviéndose a que toda su película sea un signo de pregunta y no una respuesta más.
El Costa Rica Festival Internacional de Cine
¿Cuál era tú responsabilidad como programador del CRFIC de 2015 a 2017?
Un programador forma parte del equipo que elige las películas para un evento como un festival y luego las presenta a su público por medio de textos, charlas, eventos de preguntas y respuestas, de cualquier manera. Programar es ofrecer una propuesta, un menú, un argumento para una audiencia. De esos días, por lo tanto, recuerdo al público que confrontaba lo que habíamos elegido: recuerdo emocionarme con las risas, las sorpresas y el enojo, y por eso lo sigo haciendo. El CRFIC tomó su forma actual esos años y ha sido muy satisfactorio ver que la apuesta funcionó: las audiencias quieren propuestas de alta calidad, pensadas, novedosas.
¿Qué lecciones deja hacer un festival de cine como el CRFIC?
Un festival como el CRFIC debe ofrecer a las audiencias la oportunidad de encontrarse entre sí, de compartir frente a las pantallas de cine y en los pasillos. Un festival debe ser una celebración. En ese sentido, una gran lección del CRFIC ha sido enfatizar la hospitalidad y el ambiente “relajado” que lleva a relaciones de networking más espontáneas y eficaces, a un verdadero encuentro entre pares que, aparte de fomentar lazos de las industrias regionales, permita una cercanía personal. Es un festival público que debe defender ese carácter: se debe a la ciudadanía y, por ende, debe incluirla en todo. Otra lección crucial es que los públicos agradecen la diversidad en la programación y la calidad, y que una oferta reiterada en ese sentido termina abriendo sus miradas a películas de las que nunca ha escuchado, los invita a atreverse. Eso hay que fortalecerlo para nutrir públicos del mañana.
¿Con qué adjetivos definirías el CRFIC 2023?
Fue un festival respetuoso, libre, amable y sincero. Esto es lo que Costa Rica puede ofrecerle al mundo en este momento tan duro.
Proceso de maduración
A grandes rasgos, ¿qué caracteriza al cine costarricense contemporáneo?
En general, el cine costarricense está en un proceso de maduración industrial y artística, con lo que implica madurar: equivocarse, cambiar de opinión, triunfar sorpresivamente y cosechar lo sembrado. Se encuentra en el momento idóneo para fortalecer sus ventajas y depurar sus limitaciones. Es emocionante ver a tantas figuras, sobre todo mujeres y jóvenes, triunfar en el panorama internacional, pero debemos trabajar por cimentar las bases aquí en casa para seguir viajando por el mundo. Es necesario repensar los incentivos para ampliarlos a otras áreas y enfatizar lo que puede crecer más. En cuanto al contenido, el cine tico actual está optando por lo intimista y lo poético, por la observación paciente y el trato delicado. Es interesante que abra las puertas a esas sensibilidades, que ojalá se complementen con otras distintas.
¿Tres o cuatro películas ticas que recomendarías ver a alguien que no sea costarricense?
Nosotros las piedras (2017), de Álvaro Torres, conjunta la tradición de protesta del documental centroamericano con la delicadeza de la mirada contemporánea de una manera magistral; es una pregunta abierta sobre la “Costa Rica verde”. Tengo sueños eléctricos (2022), de Valentina Maurel, ofrece una mirada al San José decadente y vibrante, húmedo y confuso que habitamos como capital, aunado a una historia energizante sobre el deseo y la identidad. Por otra parte, recomendaría ver películas como Presos, de Esteban Ramírez; Entonces nosotros (2016), de Hernán Jiménez; y Órbita (2017), de Clea Eppelin para apreciar otras rutas que está tomando el cine tico reciente.
¿Cuáles son las preguntas que se debe plantear hoy un joven director de cine de Centroamérica?
En el cine centroamericano hay mucha solidaridad, pero los mecanismos del cine tienden a favorecer el crecimiento individual profesional. En contrapelo a ello, los cineastas emergentes deben pensar cómo fortalecer su comunidad local, tender puentes y estrechar lazos: juntos crecemos más y mejor. Es crucial nutrirse de cine, mucho, mucho más cine y muchísima más literatura especializada y general; nuestra formación en cine sigue siendo insular y limitada, en gran medida por la ausencia de cinematecas y cines de arte. Debemos buscar cómo nutrirnos más. A la vez, un cineasta local debe preguntarse cuál ruta desea seguir en su cine, porque no hay una sola: hay decenas de eventos, talleres, festivales, laboratorios, y no todos aspiran a lo mismo. ¿Qué tipo de cine puedo y quiero hacer en este momento? ¿De qué manera lo que puedo hacer hoy me puede alimentar para lo que deseo lograr mañana? Finalmente, una pregunta obvia es: ¿para qué hacer cine y, sobre todo, para qué hacerlo desde Centroamérica? Que esa pregunta se quede resonando… tiene muchas respuestas.