Antonio Sáez Delgado: el reto de traducir a Saramago y a Pessoa
Antonio Sáez Delgado es profesor catedrático de la Universidad de Évora. Es un especialista en las relaciones literarias entre España y Portugal. Ha traducido al español obras de José Saramago, Fernando Pessoa o António Lobo Antunes, entre otros.
Como escritor, ha publicado libros de poesía (“Miradores”, 1997; “Ruinas”, 2003; “Yo menos yo”, 2012) y diarios (“En otra patria”, 2005 y “Vida ambulante”, 2005). Cortesía
La primera obra portuguesa que el español Antonio Sáez Delgado (Cáceres, 1970) trasladó al castellano fue de un autor que continúa traduciendo hoy día. Se titula Te me moriste, del alentejano José Luís Peixoto y apareció en el año 2005.
“Esa obra trata de un tema que atraviesa toda la historia de la literatura universal, la muerte del padre, y me sirvió para comprender la experiencia que yo mismo -como el propio Peixoto, que es unos pocos años más joven- estaba viviendo”, explica quien participó este año en República Dominicana de Centroamérica Cuenta, festival literario que en el 2024 ocurrirá en Panamá.
El último libro que ha traducido es uno de Gonçalo M. Tavares, y aparecerá en los meses por venir.
Ha traducido obras de José Saramago, Fernando Pessoa, António Lobo Antunes, Gonçalo M. Tavares, Valter Hugo Mãe o José Luís Peixoto, entre otros.
Tienes una íntima relación con Portugal y el portugués. ¿Cómo nació ese amor?
Soy español, aunque paso la mitad de mi tiempo en Portugal desde hace casi 30 años. Nací cerca de la frontera, en una región llamada Extremadura, que es muy parecida a la portuguesa del Alentejo. Una tierra de migrantes, tradicionalmente pobre, que vio cómo sus gentes se marchaban a lugares más prósperos. La playa más cercana a Cáceres, la ciudad donde nací, estaba en Portugal, y la gran ciudad más cercana era Lisboa, así que mis padres alimentaron la afición de viajar cuando era posible al país vecino. Así, sin saberlo, se fue construyendo en mi interior una pasión por Portugal, su paisaje, su gente, su gastronomía y, en definitiva, su cultura. En la adolescencia, Portugal era para mis amigos y para mí un país extraordinario llamado “El Extranjero”, al que nos escapábamos siempre que podíamos. Ya con 25 años, cuando empezaba mis estudios de doctorado (estudiaba las relaciones entre los poetas portugueses de la generación de Fernando Pessoa y los vanguardistas españoles), me surgió la oportunidad de ir trabajar a la Universidad de Évora, y no lo dudé. Allí sigo.
Obtienes el Premio de Traducción Giovanni Pontiero por la traducción al español de La pelirroja de Fialho de Almeida. ¿Cuáles fueron sus retos?
La pelirroja es un libro de finales del siglo XIX, naturalista, en el que destellan ya algunos rasgos decadentes. La principal dificultad fue reproducir correctamente, sin excesos, ese lenguaje, tan proclive a las exageraciones. El traductor necesita una poética, situarse en un lugar concreto cuando desarrolla su trabajo. En mi caso, tiendo siempre a querer realizar traducciones claras, concisas, sobrias, lo menos barrocas posibles. Siempre que pueda elegir, prefiero la palabra “ropa” a la palabra “vestimenta”.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez habla del traductor del libro que llevas dentro. ¿Qué opinas de estas otras capas de ser traductor?
La cuestión del traductor como intérprete posible de la realidad (exterior o interior), como médium entre lo que ocurre y las palabras es, diría, casi tan antigua como la propia traducción. Juan Gabriel Vásquez recupera con lucidez una frase de Proust, célebre entre los traductores literarios, que viene a decir que los deberes y afanes de un escritor son, básicamente, los de un traductor. Y también podríamos pensarlo, sin temor a equivocarnos, al revés: los deberes y afanes de un traductor son los de un escritor. Sobre este y otros aspectos reflexionó también, hace ahora un siglo, Walter Benjamin, en un texto de una inteligencia pasmosa: “La tarea del traductor”.
¿Escribir y traducir son labores parecidas?
El trabajo de un escritor y el de un traductor son muy parecidos, los dos ejecutan un plan a través de la elección de palabras. Aunque hay una diferencia fundamental: el escritor va siempre hacia delante, avanzando en una dirección, mientras que el traductor puede recorrer esa dirección adelante y atrás cuantas veces quiera, porque la obra base ya está escrita. Quizás, el traductor no sea más que un lector -el mejor lector posible para una obra- que escribe.
Un motor silencioso
¿Ser traductor se asemeja al músico que interpreta la pieza de otro?
Un traductor lee e interpreta una pieza ajena, y debe enfrentarse al reto de hacerla suya sin que se note. Un buen traductor es como un motor silencioso, debe intervenir sin dejar de ser transparente. Debe ser como el cristal de un coche que avanza por la carretera perfectamente limpio, porque cada mosquito que se quede pegado es una distracción para el lector. Solo hay una cosa peor que una traducción que parece una traducción, y es un libro original que parezca una traducción.
¿Cuál es un deber fundamental del traductor?
Es servir de puente entre culturas, llevar a un contexto lingüístico o geográfico determinado un libro que hasta entonces no existía, y que era privilegio de otros lectores, en otra lengua. Y después tenemos la tarea, que podría resumir en tres viejos principios del traductor literario: intentar decir todo lo que dice el texto original; intentar no decir nada que no diga el texto original; decirlo de la mejor manera posible.
Dimensión histórica
¿Cuáles son tus traductores favoritos?
Con frecuencia es diferente leer con ojos de lector y con ojos de traductor. Mis traductores favoritos son aquellos cuya presencia no siento, que me llevan de la mano por el libro sin sobresaltos, que pueden sembrarme las mismas dudas y zozobras que plantea el texto original, sin intentar responder a los misterios que existen en él. Da igual la lengua. Me gusta leer traducciones de principios del siglo XX porque me transportan a aquel tiempo y me hacen recordar que la traducción es, también, un acontecimiento con una clara dimensión histórica. Defiendo que los textos clásicos, incluso los clásicos modernos, deben ser con frecuencia traducidos de nuevo cada 25 o 30 años. Hay que hacer una constante revisión, aunque solo sea para limpiar el polvo o para aplicar (o quitar, tantas veces) una capa de barniz.
De Fernando Pessoa a José Saramago
Has traducido libros de Fernando Pessoa, José Saramago y Lobo Antunes. Comencemos con Pessoa.
Traducir a autores como Pessoa, Saramago o Lobo Antunes presenta particularidades en cada caso, dependiendo de la escritura de cada autor y de los procesos de edición de sus obras. En el caso de Fernando Pessoa, he traducido el Libro del desasosiego (Pre-Textos, 2014), Mensaje (Lisbon Poets & Co., 2019) y Odas sensacionistas, Salutación a Walt Whitman y Ultimátum de Álvaro de Campos (Lisbon Poets & Co., 2022). Traducir a Pessoa implica riesgos y exige esfuerzos adicionales. El primero de ellos es elegir la edición del texto de origen, ya que, como sabemos, la obra de Pessoa es mayoritariamente póstuma. Del Libro del desasosiego traduje la edición de Jerónimo Pizarro, que presenta diferencias notables con otras ediciones anteriores. El segundo reto es traducir textos que ya han sido traducidos previamente, algunos de ellos en, al menos, cuatro o cinco ocasiones. Esto obliga a un trabajo de revisión profunda de las traducciones precedentes, con la intención de intentar encontrar las mejores soluciones para los problemas que presenta cada fragmento. Y el tercer desafío tiene que ver con el propio lenguaje utilizado por Pessoa, que, con frecuencia, no acaba sus textos o no los corrige, con lo cual hay que intentar preservar en la traducción ese carácter de obra inacabada o provisional.
¿Cada autor es un mundo distinto? Pongamos por caso José Saramago, Premio Nobel de Literatura.
Con respecto a José Saramago, he traducido su última novela publicada, La viuda (Alfaguara, 2021), El cuaderno del año del Nobel (Alfaguara, 2018) y las obras de teatro La noche y ¿Qué haré con este libro? (Alfaguara, 2016). Las dificultades aquí son diferentes, ya que el texto, como sucede con la mayor parte de los autores contemporáneos, está fijado, con lo cual la única dificultad reside en el propio lenguaje de Saramago.
¿Cómo fue el camino recorrido con Lobo Antunes?
Exactamente igual sucede con António Lobo Antunes, del que he traducido las novelas ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar? (Random House, 2012), Sobre los ríos que van (Random House, 2014), Comisión de las lágrimas (Random House, 2015), No es media noche quien quiere (Random House, 2017), De la naturaleza de los dioses (Random House, 2019), Para aquella que está esperándome sentada en la oscuridad (Random House, 2021) y el Tercer libro de crónicas (Random House, 2013). En el caso de Saramago, pienso que la mayor dificultad es ofrecer correctamente el sentido del ritmo de su prosa, su respiración; en el de Lobo Antunes, lo más complicado es ser exacto en el desciframiento de su mundo interior y de las voces que, muchas veces sin desvelarse, hablan en su obra.
¿Qué opinas que una máquina haga traducciones?
Es realmente asombroso los avances que los traductores automáticos han conseguido en los últimos años. Para textos de carácter general, sin frases excesivamente complejas y sin un universo metafórico de carácter literario, la verdad es que, hoy día, hay traductores automáticos que funcionan muy bien. Luego está el mundo de las emociones, de los matices, de la literatura. ¿Podría alguien que no se emociona nunca traducir correctamente un poema? Quizá esa sea la pregunta más difícil de responder y el desafío que se abre ante nuestros ojos en el futuro inmediato.